Berliner Mahler7 22 S.Rabold b

El funambulista

Berlín. 26/08/2022. Philharmonie. Mahler: Sinfonía no. 7. Berliner Philharmoniker. Kirill Petrenko, dirección musical.

De la mano de Kirill Petrenko siempre llega lo singular, lo inédito, lo inaudito. Su manera de concebir la música tiene raro y escaso parangón. Desde que tomé contacto con su hacer en Múnich allá por 2013, siempre he dicho que no conozco otro director capaz de aunar en una misma batuta tal capacidad analítica y tanto talento dramático. Y esa doble cualidad, esa doble virtud se acrecienta aún más si cabe cuando hablamos de la obra de Gustav Mahler, un autor de una complejidad insondable, de una riqueza inextinguible.

Su Séptima sinfonía es, quizá, la más extraña de todo su catálogo. Hablar de ella como incomparable seguramente se queda corto. Y es que con su estructura en cinco movimientos, incluyendo dos nocturnos (Nachtmusiken), parece desafiar la propia lógica de su obra sinfónica hasta la fecha. Completada en el verano de 1905, durante una estancia de retiro en Mahler había empezado a concebir la partitura un año antes y la obra no vería la luz hasta el año 1908, en Preaga, bajo la batuta del propio compositor, al frente de la Filarmónica Checa. Dada su singularidad, fue no en vano la última de las sinfonías de Mahler en ser llevada al disco, en 1953, con Hermann Scherchen al frente.

El misterioso arranque de esta obra encontró ya en Petrenko el aliento esperado, con los atriles de la Filarmónica de Berlín haciendo gala de esa capacidad asombrosa para retener un sonido siempre vibrante, neto, nítido, jamás dubitativo. Al borde de la tonalidad, una y otra vez, la música de Mahler plantea aquí ya un desafío que anticipa un tanto los desarrollos postreros de Schönberg y Webern. Entre lo solemne y lo burlón, Petrenko encontró aquí siempre el tono exacto, el tiempo justo, recreando sin tregua esa suerte de marcha fúnebre que late en el fondo de este primer movimiento.

La primera Nachtmusik sirvió ya de anticipo para lo que vendría después, una progresiva exhibición de la sección de maderas. Oboe, clarinete y corno inglés dieron una absoluta masterclass a lo largo de la velada. 

Sonó fascinante el Scherzo, convertido poco menos que una danza diabólica, cargada de ironía, insinuante, sarcástico el fraseo a más no poder, anticipando a su manera lo que escucharemos más tarde en La valse de Ravel, luciéndose Petrenko casi como un equilibrista en la cuerda floja, poniendo a los Berliner ante el abismo, pero sin dejarles caer en ningún momento. Y es que el maestro ruso es una suerte de funambulista, goza increíblemente al pasearse sobre el alambre, hay algo de acrobático en su hacer, pero sin precipitarse nunca en el exhibicionismo. Y ahí está su grandeza, pues todo tiene un sentido musical a la postre, al margen de la galería.

Y todo ello incluso con un pie lesoniado, pues por prescripción médica Petrenko se ha visto forzado a reducir a la mitad su presencia en la inminente gira internacional de los Berliner por los festivales de verano (Lucerna, Salzburgo, Proms), si bien su lesión apenas fue palpable en el concierto, que dirigió con su habitual gesto brioso y enérgico, recurriendo apenas a la banqueta dispuesta en el atril para su reposo. 

La segunda Nachtmusik es una suerte de serenata, más acentuada si cabe que la primera en su lirismo y con la sorprendente y extravagante presencia de guitarra y mandolina. Aquí la sección de cuerda de los Berliner pudo reivindicarse una vez más como una de las mejores del planeta, con un sonido terso y finísimo, de ejecuión virtuosa. Este Mahler sonó en sus manos con un melancólico y refinado regusto a decadencia, con una luminosidad rara y recóndita.

El extenso rondó final, con las consabidas citas a Wagner y Lehar y con esa música alla turca, al modo de Mozart, fue una completa genialidad en manos de Petrenko y los Berliner. Rozando el delirio, su ejecución tuvo algo de extremo y jubiloso, como en un crescendo impetuoso e imparable. Sonó vertiginoso el stretto final, llevado casi al galope y ejecutado por los Berliner con una nitidez al alcance de pocas orquestas. Fulgurante, admirable, adictivo. Un Mahler de campanillas, en suma.

La complicidad entre la batuta de Petrenko y los Berliner salta a la vista a cada compás. Miradas, sonrisas y gestos que se acumulan para dar cuenta de un feliz entendimiento, que muchos pusieron en duda en 2018 cuando el ruso fue designado como nuevo titular del conjunto berlinés. Bailan juntos, gozan al unísono, es una fiesta verles hacer música. 

Berliner Mahler7 22 S.Rabold a 

Fotos: © Stephan Rabold