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Colores, b/n y saturación

Barcelona. 08/01/23. Gran Teatre del Liceu. G. Puccini: Tosca. E. Magee (Tosca). A. Corianò (Mario Cavaradossi). G. Gagnidze (Scarpia). F. Bou (Cesare Angelotti). J. Lemalu (Il sagrestano). M. Marín (Spoletta). M. Esteve (Sciarrone). H. Bolívar (Pastorello-Giuseppe Pelosi). G. Parreño (Pier Paolo Pasolini). Coro y Orquesta del Gran Teatro del Liceu. Dir. del coro.: P. Assante. R. R. Villalobos, dir. de escena. G. Sagripanti, dirección musical.

Poco hay que añadir a las reseñas ya realizadas de esta puesta en escena y publicadas en Platea Magazine, la de su estreno en Bruselas y la excelente reseña firmada del compañero J. S. Colomer en su estreno en Barcelona. La reinterpretación de Tosca en la nueva coproducción firmada por Rafael Villalobos en su estreno en el Liceu, varia muy poco de la premiere mundial que tuvo en junio del 2021 en el Teatro de La Monnaie de Bruselas.

Una aportación ha sido la doble pincelada de caracterización de los personajes de Sciarrone (Manel Esteve) y Spoletta (Moisés Marín), aquí una suerte de Dupond y Dupont a lo Tíntin pero en macabro al ser los principales secuaces de Scarpia. Una propuesta que no aportó nada y que quiso aprovechar la similitud física de ambos cantantes para sumarse a la esteticista propuesta de Villalobos.

Una propuesta en blanco y negro predominantes, escenografía y vestuario que se antoja fría y distante, y que esteriliza las pulsiones operísticas de los personajes en pos de la lectura intelectualizada que cruza a Cavaradossi con Pasolini. Lectura saturada de referencias que incrementan la distancia emocional del público con lo que sucede en la escena.

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Hubo, por cuarta función consecutiva, abucheos, gritos de desaprobación y algún aplauso en contra y frases de “calla maleducado” en la escena del principio del segundo acto. Aquí Villalobos opta por hacer el encuentro de Pasolini con su amante/chapero Pino Pelosi en la boca del escenario, y no desde un palco como fue en Bruselas, perdiendo teatralidad y dejando a los personajes en un árido momento que parte del público aprovechó para mostrar su desacuerdo con silbidos, chillidos y gritos de fuera a la propuesta.

Más allá del texto declamado con poca convicción y poca autoridad escénica por el actor Germán Parreño, seguramente todavía con los nervios del estreno y las tres funciones precedentes donde siempre ha habido bronca desde el público en este momento, queda la reflexión de si es o no acertada esa queja ruidosa que casi no deja ni escuchar la canción “Love in Portofino” que acompaña la escena.

La pregunta es pertinente y las respuestas varias. La que se plantea el firmante es: ¿en qué momento de la ópera, una vez pasada la función del estreno, la única donde sale el director de escena a saludar o algún miembro de la producción, y dónde se puede bravear o mostrar el desacuerdo, puede el público expresar su opinión sobre la producción?

Desde el podio el director italiano Giacomo Sagripanti puso todos los colores de la partitura que la escena obvia. Aún así, la Orquesta del Liceu, todavía se mostró irregular en volúmenes, final del primer acto con un Te Deum estruendoso al que la amplificación del coro no ayuda. 

Sagripanti, con todo, intentó contener la tendencia al forte desde el foso, con un control del fraseo, una marcada italianità de la partitura y la preocupación por mostrar el preciosista detalle pucciniano de la orquestación. Fue además de un director muy idiomático, un gran seguidor de los solistas, dejó respirar en las arias, acompañó con premura e imprimió una teatralidad musical muy de agradecer frente a la cirujana y distante lectura de la producción.

Destacaron los metales (trompas) y los vientos-maderas (clarinetes) sobretodo en un tercer acto, donde equilibrio de las secciones y las aportaciones solistas de la orquesta hicieron justicia a la belleza musical de la ópera.

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La Floria Tosca de la cantante neoyorquina Emily Magee, pareció fuera de estilo, con un instrumento que se mostró cansado y de legato corto, agudos saturados y apoyo inestable. La dignidad actoral de la cantante, quien fue en temporadas anteriores del Liceo una notable Elsa de Lohengin y quien presentó más que dignas prestaciones vocales en Pikovaya Dama o Rusalka, aquí fue una Tosca de una discreción evidente. Ni siquiera en una aria de repertorio y de la belleza del 'Vissi d’arte' consiguió Magee destacara más allá de una zona aguda con tendencia al grito, sobrepasada por un rol que no se antoja el adecuado en este punto de su carrera.

El debut liceísta del tenor italiano Antonio Corianò, se recordará por un instrumento sonoro, de agudos notables, pero con tendencia al sonido fijo, fraseo falto de colores y una frialdad actoral con su partenaire Tosca que distanció la credibilidad de su historia de amor. 

El barítono de Georgia George Gagnidze fue un Scarpia con un instrumento mucho más adecuado que su dos rivales protagonistas. Por color y potencia su interpretación del sátiro Barón aportó interés y credibilidad teatral, pero tampoco se salvó de la saturación de sonido en el ya comentado Te Deum, que lo privó de brillar al nivel deseado.

La corrección del resto del reparto aportó consistencia, sin alardes, a la ópera, con menciones al impecable Pastor del contratenor aragonés Hugo Bolívar, a la par que sinuoso Pino Pelosi como actor, la siempre agradecida versatilidad de Manel Esteve como Sciarrone y el curioso debut liceísta delbajo neozelandés Jonathan Lemalu como Sagrestano.

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Fotos: © A. Bofill