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La vanguardia de lo clásico

Madrid. 18/02/23. Teatro Real. Obras de Falla y Stravinsky. Airam Hernández (Maese Pedro). Héctor López de Ayala (Trujamán). José Antonio López (Don Quijote). Benjamin Alard, clave. Mahler Chamber Orchestra. Pablo Heras-Casado, dirección musical.

Toda una princes, la de Polignac, encargó a Falla una de sus obras más llamativas, genuinas e inspiradas. El gaditano, que nunca supo habituarse al molde de lo establecido, en una época de lo más propensa para explorar nuevos horizontes, tardó cinco años en dar vida a este retablo de marionetas: una representación austera, con la que supuso su primera inmersión en el neoclasicismo y, por supuesto, con la mirada puesta en Stravinsky; breve, concisa, en pequeño formato (tal y como le requirió Polignac). El retablo de maese Pedro es una bombonera experimental, pura vanguardia, neoclásica, que rinde homenaje, de neurótico a neurótico, a la figura por antonomasia de las letras españolas: Don Quijote de La Mancha.

Ahora que se cumplen 100 años desde su estreno, el Teatro Real aprovecha la grabación que lleva a cabo el sello Harmonia Mundi en Girona, para acercar la obra a Madrid. Algunos de los nombres habituales de la discográfica francesa protagonizaron, así, la versión en concierto del pasado día 18: Pablo Heras-Casado, a la postre principal director invitado del coliseo, el clavecinista Benjamin Alard y la Mahler Chamber Orchestra, quienes también están de celebración con sus primeros 25 años de vida. Se les sumaron el Trujamán de Héctor López de Ayala Uribe, voz blanca de los Pequeños Cantores de la JORCAM y quien domeñó la parte salmodiada con soltura, regalando bellas inflexiones en las que Falla miraba al pasado, "carente de toda expresión lírica". Muy acertado el Maese Pedro de Airam Hernández, sin suponerle mayor complicación, así como el Don Quijote de José Antonio López, timbrado, coloreado, a quien acabamos de disfrutar en La Dolores del Teatro de la Zarzuela. Sin duda, uno de los mejores momentos de la obra - y de la noche - supone cuando este "salta" al escenario de los títeres y embiste a las creaciones de Maese Pedro, destrozando la escena y el teatrito... el hidalgo exaltado, el artista lamentándose y la música de Falla en un fervor que dota de color único a la locura del caballero andante. ¡Qué viva la caballería! ¡Y qué viva Dulcinea!

A todo ello sumó enteros la Mahler Chamber Orchestra, con una sección de maderas de auténtico disfrute, como vinieron a demostrar con su reciente visita a Barcelona, tocando Mozart junto a Mitsuko Uchida y de nuevo con la flauta de Chiara Tonelli y el oboe de Andrey Godik. A ellos, en esta ocasión, cabe sumar el fagot de Marceau Lefèvre y en los metales, la trompeta de Christopher Dieken. Absoluta maravilla. Con estos mimbres, Pablo Heras-Casado sólo podía realizar un excelente trabajo. Así fue en el Retablo, al que se insufló de teatralidad y drama, a pesar de tratarse de una versión de concierto. Sin embargo, en el Concierto para clave, también de Falla, con el que se abrió la noche y con el que se contó con un extraordinario, sonoramente bellísimo Benjamin Alard, no se consiguió alcanzar el equilibrio necesario entre el teclaro y el resto de instrumentistas, con una visión, digamos, con algunos grados de romanticismo de más para esta pieza, con frases algo pesadas, lentas y a pesar de lo que, parecía, cierta amplificación para el clave, que que a menudo fue absorbido por el todo.

Completaba la noche el modelo, la "eclosión del huevo", como escribí a propósito de la lectura que el mismo Heras realizó de Pulcinella en Granada, de nuevo con la Mahler Chamber Orchestra. La "epifanía", como el propio Stravinsky llegó a decir de ella. En esta ocasión, en un programa, pues, perfectamente hilvanado, la visión del director granadino brilló, tomó mayor hondura y se desenvolvió mejor que en aquellos recuerdos en La Alhambra. El equilibrio de planos estuvo mejor conseguido, aunque por momentos se volvió un tanto difuso, con desajustes llamativos en la trompa, pero sin duda una versión contrastada y colorida, divertida cuando así lo pide Stravinsky... y bella, que es algo que acabamos pidiendo todos.