T23 Marina abramovic liceu david ruano 2© David Ruano.

Víctimas de nuestro propio tiempo

Barcelona. 09/03/23. Gran Teatre del Liceu. Obras de Nikodijevic, Donizetti, Bizet, Bellini y Puccini. Gilda Fume (Violetta). Vanessa Goikoetxea (Tosca). Benedetta Torre (Desdemona). Antonia Ahyoung Kim (Cio-Cio-San). Rinat Shaham (Carmen). Leonor Bonilla (Lucia di Lammermoor). Marta Mathéu (Norma). Cor del Gran Teatre del Liceu. Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceo. Antonio Méndez, dirección musical. Marina Abramovic (Maria Callas), proyecto, dirección de escena  y escenografía.

Creo, lo vine a decir en las recientes reflexiones a propósito del Macbeth que firmó en su escenario Jaume Plensa, que el Gran Teatre del Liceu ha encontrado un camino. Quizá tenga varios, pero desde luego la apuesta por la contemporaneidad en el diálogo con las artes plásticas es uno de ellos y ha sido buscado y referenciado por su dirección artística desde la llegada de Víctor García de Gomar. Así lo recogía, haciéndose partícipe, el director musical de la casa, Josep Pons, cuando me decía hace ya unos años que el Teatre no podía ser un mero contenedor de arte, sino que tenía que buscar la creación, la interlocución hacia el exterior.

En este sentido, pareciera que más que una transformación, el Liceu busque la consagración, a través de los diversos artistas que han conformado la vanguardia en las últimas décadas. Lo que vino a ser, cada uno en sus coordenadas, la nueva carne. Y cuya evolución - y con la suya, la nuestra - es hoy en día, permanencia. Asistimos con Plensa y Macbeth, con estas Siete muertes de María Callas de Marina Abramovic, a una exposición de iconos.

La visión de García de Gomar parece encontrar, justo ahora, uno de sus puntos álgidos. Venimos no ya de Plensa, sino, diría, de la Tosca de Villalobos. Ahora Abramovic y en nada el Winterreise propuesto por Antonio López. De todo ello, no obstante, lo verdaderamente actual, rompedor, que nos interpelará directamente y desde la verdad del hoy, será, muy probablemente, el estreno absoluto de Alexina B., ópera de Raquel García-Tomas. Y todo ello de seguido… no cabe más que congratularse por la apuesta.

Abramovic, decía, es un icono. Period. No hay más que añadir. Y desde esa óptica se la recibe… Hay que reflexionarla así para que nos pueda seguir, de algún modo, relatando su visión del mundo. María Callas también era y sigue siendo otro icono y, como tal, sufre de la vacuidad de quienes llegamos después, incluida la de Abramovic. Su propuesta es, en suma, un ejercicio bastante vacío de pretensiones, más comercial que transformador, no nos engañemos. Una noche pensada para los amantes de la ópera, por qué no, pero sobre todo para sus adeptos. Aquí, sí, asistimos a una genuina instalación artística, con su firma, meditada desde la lírica. Algo mucho más sincero y propio que lo planteado por Plensa con Macbeth. Desde luego, no ha cambiado nuestra forma de ver la ópera, como él mismo proclamaba. Tampoco Abramovic, pero su producto se recibe y exhibe con mayor honradez, a pesar de toda la impostura que exige la performance.

Los acordes iniciales, alterados desde Verdi por el compositor Marko Nikodijevic, son el preludio a Traviata que necesitamos, de vez en cuando, para seguir sorprendiéndonos ante Violetta Valery. La primera hora de la noche, Abramovic se la pasa postrada en una cama, ante fragmentos de video y siete cantantes diferentes que interpretan, supuestamente, sendas muertes de los personajes a los que dio vida la Callas. Que Casta Diva no sea, ni mucho menos, la muerte de Norma, o que en realidad nunca llegar a cantar Carmen u Otello sobre los escenarios, es lo de menos. El público target no se va a enterar ni creo que a este le importe. Aquí la absoluta protagonista es Abramovic, no puede serlo la Callas ni mucho menos las artistas que cantan durante la performance. De entre todas ellas, destacó anoche la sevillana Leonor Bonilla con un canto inmaculado para dar vida a Lucia di Lammermoor, recibiendo el único aplauso de la noche, más sincero y encendido que los finales, por cierto, donde también se llegó a escuchar algún abucheo.

Los videos, aun con sus defectos (cortes bruscos ya desde el inicio de Traviata, ese pelo que cae hacia abajo en el salto de Tosca…) y resultando extremadamente básicos para quien vaya habitualmente a la ópera (o al teatro en sí), consiguen su propósito y son visualmente interesantes. Por lo demás, cumplió con corrección el foso del Liceu, comandado por Antonio Méndez, con una sugestiva sección coral de Nikodijevic en la segunda parte de la propuesta, donde Abramovic se levanta de la cama para relatar los últimos momentos de María Callas en su apartamento de París. Ese momento, como de clase de pilates a primera hora del día, llega a rozar el absurdo, pero todo ello no deja de generar una hipnótica atractividad sensorial… La Abramovic lo ha vuelto a hacer una vez más. Y al final, pues ella misma se marca medio playback sobre la Norma de Callas, que sabe que a muchos les deja en efervescencia. Ella sabe dónde poner el imán.

Podría haber cierta alegoría de las Kellys como símbolo de un sistema creado por los hombres que oprime, asfixia y asesina mujeres a diario, con sus siete escenas... pero creo que eso sería otorgarle demasiado crédito a una artista que, dudo, haya pensado si acaso de lejos en ello a la hora de plantear este espectáculo. No era aquí la sensibilidad buscada, sino un ejercicio mucho más frívolo. Sería como pedirle que, si no hace falta que se tire de un rascacielos para hacer ver que se tira de un rascacielos, no tiene por qué emplear animales vivos en pleno siglo XXI para mostrarlos... pero qué va a decir alguien que en los días previos a las funciones ha venido a Barcelona para decir que es "estúpido" prohibir el asesinato de toros y cerrar las plazas de toros. Que es "una tradición que proviene del alma". Como la arrogancia del artista, supongo. Así en general. Al final no sólo Marina Abramovic, sino todos nosotros y nosotras, incluido quien escribe, somos víctimas de nosotros mismos y de nuestro propio tiempo.