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La vieja escuela

Baden-Baden. 02/04/2023. Festspielhaus. Obras de Schoenberg y Mahler. Filarmónica de Berlín. Daniel Harding, dirección musical. 

El británico Daniel Harding (Oxford, 1975), flamante próximo titular de la Orquesta de Santa Cecilia en Roma, se ha convertido en la práctica en el principal director invitado de la Filarmónica de Berlín, habiendo siendo requerido, no en vano, para sustituir a Kirill Petrenko en una gira con la formación alemana, el pasado verano, y nuevamente aquí en Baden-Baden para este Festival de Pascua. Y creo que hay un motivo hondo y genuino que explica esta estrecha relación entre Harding y los Berliner, más allá de la complicidad propiamente dicha que pueda haber entre ellos, que la hay. Me refiero al hecho de que Harding es algo así como el último eslabón de una tradición, de una escuela en la que él mismo se forjó, primero al lado de Simon Rattle en Birmingham y después junto a Claudio Abbado en Berlín. A través de Harding, es como si los Berliner mantuvieran viva esa llama de un pasado que no pasa.

Observando a Daniel Harding dirigiendo este concierto en Baden-Baden me acordé mucho precisamente de Abbado, y también del añorado Jansons. No digo que Harding sea un director comparable con aquellos. That’s not the point. Pero el británico sí que representa hoy un vínculo indudable con aquella vieja escuela. Y por algo que va mucho más allá del gesto, indudablemente heredado de aquellos, singularmente de Abbado, con esa mano izquierda tan reconocible. Se trata más bien una cuestión de actitud y vocación, una idea nítida y ambiciosa de lo que significa hacer música, en suma.

Y ciertamente pocos conciertos le recuerdo a Harding donde esa impresión quedase tan clara y firme como en este que nos ocupa, con las Cinco piezas para orquesta de Schoenberg y la Quinta sinfonía de Mahler. En un vídeo facilitado por la propia formación berlinesa, como previa a estos conciertos, Harding recuerda de manera oportuna una anécdota, referente a un concierto en Viena con música de Schoenberg y en el que el propio Mahler estaba presente, entre el público. Al parecer parte de los asistentes habían protestado la obra de Schoenberg y Mahler se alzó como autoridad contrastada para exigir respeto por la obra del músico, a lo que al parecer le replicaron: "Cállese, también le abucheamos a usted cuando es preciso". Algo típicamente vienés, afirma Harding al comentar la anécdota.

Harding se enfrenta a estas Cinco piezas con enorme respeto, casi con devoción, como tributando homenaje a un modo de entender el sinfonismo que ha sido objeto de numerosos clichés y que, sin embargo, cuando es ejecutado como aquí, resulta irresistible. Y es que el Schoenberg de Harding y los Berliner no pudo ser más claro y transparente, como un tiralíneas, con la tensión exacta. Rara vez la música de Schoenberg me había sonado tan evidente y abrumadora.

Harding es un director analítico pero comunicativo, gran fraseador, de vocación amplia pero de mirada precisa. Y esas cualidades, en Mahler, redoblan su eficacia. El maestro de Oxford supo sacar a relucir todo el trasunto biográfico que empapa el primer movimiento de la Quinta sinfonía de Mahler, esa suerte de marcha fúnebre cuajada de melodías hebreas, evocación perfecta de un compositor que se había visto forzado a dejar atrás su fe, en pos del catolicismo, para alcanzar la dirección de la Ópera de Viena.

Sonó después verdaderamente telúrico el segundo movimiento (Stürmisch bewegt), como removiendo las entrañas, genialmente desaforado por momentos. El Scherzo fue quizá el menos inspirador de los movimientos, algo falto de caricatura, menos punzante de lo debido. Sonó en cambio maravillosamente 'tristanesco' el Adagietto, con un clímax bellísimo (qué gloria las cuerdas de los Berliner, no me cansaré de decirlo). Y cómo cabía esperar, con un conjunto tan virtuoso, resultó triunfal y virtuoso el Rondo-Finale, desatando Harding un verdadero frenesí en los últimos compases, brillante broche a un excelente concierto.

Foto: © Monika Rittershaus