elisa haberer 22885

Conquista orquestal

Opéra Bastille 10/06/23. Ópera en versión de concierto Le Château de Barbe-Bleue de B. Bartók. Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceu. Director musical: J. Pons. B. Terfel, barítono. I. Theorin, soprano.

La presente visita de las huestes orquestales del Liceu a la capital francesa pasará a la historia del coliseo lírico catalán. Primero por ser un intercambio con la Ópera de París, planeado con su ya antiguo director musical, Gustavo Dudamel, en el marco de la celebración del 175 aniversario del Liceu, habiendo tenido ya lugar una primera visita en Barcelona por parte de los parisinos.

Ahora, con esta interpretación en forma de concierto de una de las óperas más hermosas y seductoras del siglo XX, El castillo de Barbazul, el Liceu se anota un acontecimiento de importante valor simbólico y reivindicativo en el camino de la internacionalización de su orquesta. La interpretación de la única ópera de Béla Bartok por parte de la orquesta del Liceu, recordamos, la más antigua de España y con un importante curriculum de grandes batutas que la han dirigido, no es una simple coincidencia.

El maestro Josep Pons tiene esta partitura en alta estima y es un especialista en esta partitura, que ha dirigido ya en varias ocasiones. Así fue dentro de la temporada del Liceu en noviembre del 2011, en la conocida producción de La Fura dels Baus, con Carlus Padrissa y Àlex Ollé en la dirección y con los figurines y vestuario de Jaume Plensa. Por cierto una coproducción con la ONP, que se estrenó en el Palais Garnier en 2007 en un díptico operístico junto a Diario de un desaparecido de Janáček.

Se trata de una ópera, por lo tanto, que ya había ligado al Liceu y a la Ópera de París a principios del siglo XXI y que ahora con esta visita en su otra sede, la monumental Opéra de la Bastille, cierra un simbólico círculo operístico entre Barcelona y el Liceu.

Cabe aplaudir también la elección en esta cita de los dos protagonistas, el bajo-barítono galés Sir Bryn Terfel, y la soprano sueca y muy querida por el público liceísta, Iréne Theorin, ambos debutando rol respectivamente. Y se ha de alabar el gran trabajo orquestal y su resultado desde el podio gracias al trabajo del citado Josep Pons. La orquesta, en una partitura compleja, de gran riqueza tímbrica y llena de colores y atmósferas, se lució en todas sus secciones, con especial mención a los vientos-maderas, metales y percusión.

La partitura de Bártok, que no llega a una hora de duración, contiene una climática ascensión orquestal, el viaje de Judith, recién casada con Barbazul, y la apertura de las siete puertas de su castillo, con sus siete simbólicos contenidos y su audaz respuesta sinfónica. Desde el inicio, casi un murmullo ambiental donde la orquesta parece construirse musicalmente de la nada, las secciones demostraron una riqueza y sobretodo homogeneidad sonora que fue idónea para la escritura bartokiana. Pons balanceó las secciones con esa analítica precisión que es marca de la casa, donde la recreación atmosférica, rítmica y sensorial de cada puerta fue una reivindicación de la calidad orquestal de una formación donde el trabajo bien hecho es también una seña de identidad.

A lo largo de la apertura de las puertas, la primera, la de las torturas con un pulposo color orquestal, bien definido desde unas cuerdas densas y flexibles, pasando por la segunda, la de la armería, con la riqueza rítmica tan propia de Bártok con una percusión exacta y vivaz. La del tesoro de Barbazul (tercera puerta) y su jardín secreto (cuarta puerta), fueron recreadas desde el in crescendo que preside toda la partitura. Aquí la belleza se mostró en la brillantez y exuberancia de colores propios de una formación en plenitud, con destacados trabajos de las maderas, el arpa y la celesta. 

Con la llegada a la quinta puerta, un cenit sinfónico llenó la inmensa sala de La Bastille, con un tutti orquestal de mayestática hermosura sonora que se esparció generoso por todo el teatro. Aquí la plenitud sinfónica de la partitura recordó a las de Richard Strauss, Debussy o el Janáček en plenitud. Unos metales radiantes iluminaron la sala siguiendo el detallado libreto de la ópera, firmado por Béla Balátzs sobre el cuento de Perrault.

Las lágrimas y el mar de la sexta puerta, con una extrema melancolía delineada desde las cuerdas y unos expresivos vientos, donde la duda y las preguntas recuerdan a los dramas wagnerianos, moldearon con dinámicas y precisión la llegada de la séptima puerta final. Un trabajo espléndido, al que si hay que poner algún pero sería el de tapar en alguna ocasión dos instrumentos vocales de la entidad que tienen todavía Sir Bryn Terfel e Irene Theorin.

El cantante galés se regaló en una interpretación de Barbazul llena de intenciones, con un fraseo rico y variado, y unos agudos todavía sonoros y sobretodo un centro grave que mantiene la calidad y rotundidad que lo han hecho célebre. Cierta pérdida de armónicos en la emisión, con tendencias puntuales a la sequedad, fueron el único indicativo del estado de madurez de un cantante siempre carismático y que se crece en el escenario.

Por su parte la Judit de Iréne Theorin mantiene su llamativo y lumínico tercio agudo, con un centro y graves que ya han perdido presencia y notoriedad. Sin embargo, la sueca supo darle las intenciones y sensibilidad a la mujer que busca la redención de un esposo brusco y esquivo al que ama con la abnegación de una Isolda, y al que pregunta con la insistencia enfermiza de la Salomé de Strauss al San Juan Bautista cautivo.

Una fiesta orquestal y vocal que ha supuesto la culminación de un proyecto e inversión en la mejora de la orquesta del Liceu y que pone de manifiesto que con el trabajo bien hecho, la calidad siempre brilla en el escenario.

Foto: © Elisa Haberer