Turandot Zurich23 a 

Ni Alfano ni Berio: Toscanini 

Zúrich (21/06/2023) Opernhaus. Puccini. Turandot. Sondra Radvanosky (Turandot), Piotr Beczala (Calaf) Rosa Feola (Liú) . Coro de Ópera de Zúrich. Philharmonia Zürich. Dirección de Escena: Sebastian Baumgarten. Dirección musical: Marc Albrecht.

Giacomo Puccini, enfermo de cáncer, no pudo acabar su última ópera, Turandot,  pues murió antes de llegar a la conclusión de la obra. Porque aunque se ha hablado mucho de cuáles eran las intenciones del composito,r parece claro por sus cartas que quería un final en el que Turandot encontrara el amor en los brazos de Calaf. Con los apuntes que había dejado Puccini y a partir de la muerte de Liú (lo último orquestado por el autor) a Franco Alfano se le encomienda musicar el final de la ópera siendo hoy el más utilizado y que  comenzó su andadura a partir de la segunda representación de la tanda de estreno de la obra, que tuvo lugar en abril de 1926. En 2002 los editores de la partitura encargan al italiano Luciano Berio otro final, estrenado en el Festival de Canarias por Ricardo Chailly, y que, claro está, fue mucho más controvertido (como todo lo que supone innovación), aunque claramente guardaba bastante coherencia con toda la ópera pucciniana. Pero hay otro final que puntualmente se repite y es el que el genial y temperamental director Arturo Toscanini impuso el 25 de abril de 1926, el día del estreno mundial de la obra, con Rosa Raisa y Miguel Fleta en los papeles principales. Después de las notas finales originales de Puccini, la música se paró y Toscanini se dirigió al público para proclamar: “Qui finisce l'opera, perchè a questo punto il maestro è morto”. 

La Opernhaus de Zúrich, en su nueva producción de Turandot, opta, creo que muy buen criterio, por la “vía Toscanini”, porque la propuesta que firma Sebastian Baumgarten. con una excelente dirección de escena, nos explica perfectamente el final de la ópera sin los apéndices de Alfano o Berio. He de decir que no he leído nada sobre las razones que puede tener el director alemán para plantearnos una dramaturgia que escandalizará a muchos y de la que se mofarán los más. Las fotos que algún protagonista publicó en sus redes sociales auguraban una pantomima donde la ópera es sepultada por las ínfulas artísticas del director moderno de turno (opinión muy extendida, ya saben, a veces con, razón otras sin ella). Mi sorpresa, para bien, es que no es el caso. Baumgarten no hace una nueva Turandot, no se la reinventa, no saca ni mete nada del libreto (por lo menos en lo esencial). Hay un respeto absoluto por el texto y es una escenografía hecha y pensada para esta ópera en concreto, no es de esas producciones que pueden servir para varias obras. Lo que es difícil es resumir a los lectores como es la propuesta de Baumgarten. En primer lugar hay que definirla como ecléctica, mezcla de muchos mundos muy diferentes. Hay referencias cinematográficas (El señor de los anillos, La familia Adams, El planeta de los simios, las películas de la factoría Marvel) muchas al cómic y a los musicales (Sweeney Todd), literarias (El señor de las moscas, Alicia el País de las Maravillas). Y mucha imaginación.

La acción se desarrolla en una indeterminada época posnuclear donde parece ser que las abejas (por supuesto Turandot es la hija casadera del rey de las abejas) se han convertido en dueñas del mundo y un un pueblo de sirvientes están bajo su dominio. Utilizando un equipo técnico excelente que crea ese mundo fantástico y tan especial, nos olvidamos de los kimonos, las uñas kilométricas y el hieratismo. Turandot es un cuento y así hay que vivirlo, con su parte de humor y su tragedia. Y los protagonistas plantean caracteres mucho más actuales: Liú no es una lazarillo servil porque Timur es un padre bien plantado y además es un poco maga, y acerca al final con sus artes a Calaf y Turandot. Ping, Pang y Pong son capitanes-apicultores del mundo mielero, Calaf es un héroe que pasaba por allí y, prendado de Turandot busca su amor y, por fin Turandot es una mujer bastante maníaca de la que todo el mundo (del pueblo a su padre, pasando por los ministros) están hartos y quieren casarla. De hecho, algo que rompe completamente con el libreto original, es que a Calaf le “chivan” las respuestas a las tres preguntas que le hace Turandot. Las dos primeras el pueblo y la última el emperador. Para mí, un momento genial, porque nunca me he llegado a creer que el “príncipe ignoto” fuera tan listo. Hay boutades, cosas que limar o que sobran, pero también imágenes muy bellas como todas las proyecciones utilizadas, siempre acordes con la narración y sobre todo ganas de innovar, de buscar nuevos caminos a la hora de poner en escena una ópera para honrar al gran Puccini.

Turandot Zurich23 c

¡Y qué manera de honrar al maestro de Lucca tuvieron todos los músicos de esta representación! Comenzando con una inconmensurable Sondra Radvanovsky. Su In questa reggia fue simplemente perfecta, con unos agudos estratosféricos y unos pianissimi, susurrados pero perfectamente audibles. La voz de la norteamericana, con ese vibrato natural, encandiló al público, incluido el que escribe estas líneas, siempre reticente en otras ocasiones a su trabajo, aunque le reconociera su genialidad. Esta vez, si me permiten estos comentarios tan personales, caí completamente rendido a su manera de cantar y a su trabajo como actriz que aunque pareciera exagerado fue completamente hipnótico. Una Turandot para no olvidar en mi vida. Y además acompañada de ese fenómeno que es Piotr Beczala, que en plena madurez acomete por primera vez en estas funciones, el papel de Calaf aunque haya cantado en recitales la reina de las arias para tenor: Nessun dorma. Sobra decir que cumplió con creces con las exigencias de su rol. Beczala es un tenor muy seguro, brillante y entregado, con un precioso timbre de voz y una potencia espectacular. Aunque no sea su producción ideal estoy seguro que está disfrutando haciéndola.

Grandes aplausos recibió Rosa Feola como Liú, el papel que siempre sale triunfante en esta obra. Y ella se lo mereció porque tanto en Signore, ascolta como en toda la escena de su muerte (fue ella la que tuvo la gran intervención final de la obra) estuvo magnífica, sin caer en actitudes melodramáticas, siempre midiendo perfectamente lo tempi, emocionando en cada sílaba. Nicola Ulivieri dibujó un Timur serio,con voz bien templada y decida presencia escénica, alejado del viejo y ciego padre de Calaf.

Espléndido el resto del reparto, destacando los tres ministros (el Ping de Xiaomeng Zhang, el Pang Iain Milne y el Pong Nathan Haller) que bordaron la primera escena del segundo acto.

Y excepcional el Coro de la Ópera de Zúrich (incluida su sección infantil), entregado en lo vocal y lo actoral (la producción les exigía mucho y respondieron magníficamente), porque no nos olvidamos que el popolo di Pekino es el alma de Turandot. Buena dirección, aunque se echó de menos mayor gama de matices, de Marc Albrecht que se implicó completamente con el escenario, marcando unos ritmos vivos y, dado las pequeñas dimensiones de la Opernhaus,  en ocasiones demasiado ruidosos. Gran trabajo de la Philarmonia de Zürich, un conjunto que nunca defrauda y menos en esta ocasión, con una Turandot de altísimo nivel.