El nihilismo del poderoso
Bilbao. 22/06/2023. Teatro Arriaga. Héctor Parra: Orgia. Leigh Melrose (barítono), Ausrine Stundyte (soprano) y Jone Martínez (soprano). Ensemble Intercontemporain. Dirección escénica: Calixto Bieito. Dirección musical: Pierre Bleuse.
Que en una ciudad como Bilbao, que dispone de la temporada operística más conservadora que uno imaginarse pueda, se tenga la oportunidad de disfrutar del estreno mundial de una ópera solo puede ser motivo de satisfacción. Ello, por supuesto, no supone que de forma automática el oyente haya de quedar satisfecho con el resultado conseguido pero conviene reivindicar antes que nada que estrenar una ópera, fomentar la escritura musical contemporánea y ofrecerla al espectador de forma más que digna ha de ser motivo de aplauso y orgullo para una institución como el Teatro Arriaga. Zorionak!!
La apuesta del teatro tenía columnas sólidas sobre las que asentarse: Héctor Parra es un músico de larga experiencia en el teatro musicado y Calixto Bieito, una de las figuras más relevantes de la escenografía operística mundial. Además, la mera presencia del parisino Ensemble Intercontemporain ya era motivo para acercarse al teatro y, por si fuera poco, el trío solista vocal era de enorme solvencia, con nombres dignos de cualquier teatro europeo. Y, sin embargo, tras ochenta minutos de ópera reconozco abandone el teatro con una sensación de insatisfacción importante. Las próximas líneas tratarán de ahondar en las razones más elementales de tal sentimiento.
La clave de todo está en el desarrollo mismo de la ópera, en su texto y en el significado que de él puede entresacarse. El título de esta crónica esta buscado con toda la intención porque, precisamente, en estos tiempos que vivimos, bien entrada la tercera década del siglo XXI y con una involución importante que se (pre)siente en nuestra atmósfera en lo que a derechos políticos y sociales se refiere esta obra no hace sino reforzar un mensaje ideológico harto discutible.
La obra gira en torno a un personaje masculino del que desconocemos su nombre, nacionalidad y edad aunque podemos intuir su status social, su relación personal y familiar y su poder económico. La casa que ocupa todo el escenario nos da estos tres apuntes claros: a la derecha del espectador una litera y distintos juegos infantiles nos marcan la presencia de niños en la familia que aunque nunca aparecen en escena las menciones sobre ellos son reiteradas y nada baladís; en el centro se sitúa un salón de estar de una casa de cierta significación, con su mueble-bar y sus sofás; y a la izquierda de nuestra mirada, una cama de matrimonio, lugar de reposo de la pareja que ocupa el domicilio.
Los personajes son tres, un hombre, alrededor del cual gira todo, absolutamente todo y dos mujeres que son importantes en la medida en que aceptan ser apéndices del hombre. Son personajes sin nombre, sin personalidad específica; sencillamente son él y ellas. Eso sí, entre las mujeres se abre un abismo social relevante porque mientras la esposa es rica y solvente, la otra es una prostituta y, por lo tanto, mujer dominada, comprada. Curiosamente ambas encontrarán exactamente el mismo final porque más allá de otras consideraciones el hombre las llega a tratar, a considerar a ambas como elementos de su propiedad y en consecuencia, eliminables.
La ópera comienza con el ahorcamiento del hombre en el prólogo, en una imagen escénica de gran impacto y que parece presuponer una noche de grandes emociones aunque a partir de ahí tal impacto irá decayendo. Las seis escenas siguientes nos narran las circunstancias en las que convive esta pareja de alto status económico y que, de puertas adentro, vive una relación tormentosa en lo que a su afectividad y sexualidad se refiere. Y en estos ámbitos todo gira en torno al deseo de él. Aquí radica una de las claves de la obra.
La tumultuosa relación de la pareja parece justificarse por aquella ley no escrita según la cual en una alcoba –nuevamente, de puertas adentro- todo es aceptable siempre que se haga de mutuo acuerdo. Por ello, el hombre se viste de mujer, el hombre pide ser golpeado por ella en sus juegos sadomasoquistas, por ello el hombre reclama la propiedad de su esposa, ansía matar a sus hijos –cosa que finalmente hará, aunque fuera de escena- y acabará asesinando tanto a su pareja como a una prostituta que le acompaña un día cualquiera de esos de típica soledad doméstica. Todo ocurre en torno a su deseo de dominación, de poder y unido a una profunda frustración ideológica que le lleva a un nihilismo extremo en donde todo se justifica por la consecución del mero placer. En ese contexto puede entenderse una frase como la de que el que posee es inocente, la poseída es culpable. Un hedonismo cruel que se justifica con frases que, leídas en el sistema de traducción, encogen el espíritu: ¡por fin un hombre hace un uso adecuado de la muerte! llega a clamar el protagonista mientras acaba físicamente con las dos mujeres.
Y lo que puede entenderse como una reacción de rebeldía en 1966, en el momento en que Pier Paolo Pasolini escribió la obra teatral homónima hoy no deja de ser un mensaje más que discutible: al final de todo, ese hombre, preso de sus contradicciones, frustraciones y miserias personales hará pagar al sexo femenino y a sus hijos por todo ello, para más tarde acabar suicidándose. Hoy, en 2023, no es difícil desprender una lectura misógina del texto. Eso sí, hay que subrayar que la interpretación de Leigh Melrose es sencillamente extraordinaria. Siempre ha sido un gran actor y un cantante más que solvente y, desde luego, en un papel que es todo menos sencillo, su interpretación solo puede calificarse de ejemplar, plena de credibilidad y mostrando confianza en el trabajo bien hecho.
Queda dicho que las dos mujeres son dependientes de él. La esposa, una Ausrine Stundyte que tiene una relación de privilegio con la entidad bilbaína –y de ello todos salimos favorecidos- volvió a demostrarnos que canta muy bien y es toda una señora en la interpretación. Muy involucrada, llevó todo el peso de la primera hora y es que hay que decir que las exigencias del compositor para con la pareja protagonista no son pocas. El papel de la prostituta, que aparece en la escena final, estaba muy bien caracterizado y en su breve intervención Jone Martínez volvió a demostrarnos que es valor seguro al alza y que va construyendo con imaginación y valentía una carrera muy interesante.
Con semejante título, la presencia de Calixto Bieito podría llamar a la prevención general pero su propuesta escénica es bastante pudorosa, aunque aquí y allá nos dejé algunas pinceladas de su estilo agresivo. La mejor escena, la inicial, con un ahorcamiento y los estertores de un fracasado que, sin embargo, nos anuncia que va a proceder a contarnos su vida y sus distintos avatares. Toda la violencia sexual en el matrimonio está gráficamente trabajada y a ello coadyuvó el trabajo impecable de Melrose y Stundyte. La escena final, donde la prostituta con sus heridas evidenciadas se convierte en camarera de una pareja aparentemente “normal”, que desarrolla una vida convencional y se apresta a cenar de una forma totalmente usual, es decir, donde el hombre se rodea de sus cadáveres, es un grito del poder absoluto de un ser que ha conseguido, con su normativa social y su capacidad económica, dominar la situación.
Finalmente, impecable la labor de Pierre Bleuse ante el mítico Ensemble Intercontemporain, desenmarañando una partitura, la de Héctor Parra que nos exigiría nuevas escuchas para poder analizarla con calma. Parra construye la ópera en una estructura de acto único con prólogo y seis escenas que se desarrollan sin solución de continuidad. En cada una de ellas Parra va levantando un crescendo que culmina en un clímax orquestal en el que la percusión juega un papel fundamental.
Insisto. Más allá del grado personal de satisfacción que uno haya alcanzado tras la representación considero un acto elogiable este estreno. Para la próxima temporada el Teatro Arriaga anuncia otro, intuyo que sustancialmente distinto en su aspecto musical cual es Saturraran, la ópera de Juan Carlos Pérez, que podrá verse exactamente dentro de un año. Desde luego, es cita ineludible para cualquier buen aficionado a la ópera en Bilbao y Bizkaia, como lo era esta que nos ha ocupado en esta reseña.
Fotos: E. Moreno Esquibel / Teatro Arriaga