Wozzeck Festival dAix en Provence 2023 Monika Rittershaus 15 

La excelencia

Aix-en-Provence. 07/07/2023. Gran Teatro de la Provenza. Berg. Wozzeck. Christian Gerhaher (Wozzeck), Malin Byström (Marie), Thomas Blondelle (el Tambor Mayor), Robert Lewis (Andres), Peter Hoare (el Capitán), Brindley Sherratt (El Doctor). Coro de la Orquesta Filarmónica de Cámara de Estonia. Orquesta Sinfónica de Londres. Dirección de escena: Simon McBurney.  Dirección musical: Sir Simon Rattle.

Si hay una ópera que ejemplifica de una manera evidente los cambios que sufrió Europa después de la I Guerra Mundial, esa es Wozzeck de Alban Berg. Sería muy largo, aunque sea tentadora  la idea, extendernos en la génesis de una obra tan compleja, con una música llena de influencias y a la vez con un lenguaje tan propio, tan rompedor en muchos aspectos. Solamente señalar, por ser la espina dorsal del libreto, el aspecto plenamente revolucionario que tiene la obra teatral de la que parte Berg para crear su ópera: Woyzeck, del dramaturgo alemán Georg Büchner. Autor de otras obras que han dado origen a más creaciones operísticas (como La muerte de Danton de Gottfried von Einem), revolucionó la concepción teatral con unas temáticas que eran completamente rompedoras en el mundo romántico germánico de la tercera década del siglo XIX. Pero sus postulados no se tuvieron en cuenta hasta el principio del siglo XX, cuando se recuperaron sus obras casi olvidadas. En el caso de Woyzeck (transformado en Wozzeck por un error tipográfico) los vórtices sobre los que gira la obra, y que le impactaron a Berg cuando contempló en 1914 la versión teatral que daría origen a su ópera, siguen plena y desgraciadamente de actualidad: la violencia, el abuso, la enfermedad mental. Berg casi no toca la obra de Büchner, nos presenta los mismos hechos con la misma crudeza y con una música que sigue, a día de hoy, impactando por su fuerza descriptiva y su dureza. Por eso creo que Wozzeck es una ópera para ver y oír, no sólo escuchar en una grabación, aunque lo hagamos. La fuerza de la obra es la perfecta compenetración entre música y drama, entre foso y escena.

La nueva producción del Festival de Aix-en-Provence de esta obra maestra es un ejemplo poco frecuente de lo que podríamos resumir con la palabra excelencia. Pocas veces  se reúne en una función operística tanto talento, tanta profesionalidad y tanta calidad en cada una de las facetas que integran esta representación. ¿Por quién empezar? ¿Quién destacó? Realmente todos, porque si magistral fue la dirección de Sir Simon Rattle acompañado de una Sinfónica de Londres en estado de gracia, y apabullante estuvo el equipo vocal encabezado por ese espectacular cantante que es Christian Gerhaher, la dirección escénica de ese gran talento que es Simon McBurnney fue impecable, fiel hasta la médula a la obra y llena de recursos de gran dramaturgo. Empecemos por las voces, por ejemplo.

Como gran aficionado al lied admiro hace muchos años a un maestro en este género como es Christian Gerhaher. Sus recitales son un ejemplo de una voz que se adapta como un guante a cada canción y que sin apenas gesticular (es el alemán bastante hierático en el escenario) consigue transmitir con un timbre de una belleza poco común todo la carga que cada lied lleva consigo. No es un cantante que se prodigue en papeles operísticos y confieso que es la primera vez que lo oigo en directo en estas lides. Y aún, escribiendo ahora estas líneas,  estoy impactado. Indudablemente es el Gerhaher de siempre, ahí está la dicción perfecta, el timbre, vuelvo a recalcar, muy atractivo, y la entrega total. Esta fue la clave de los bravos y los cerrados aplausos que recibió al final de la representación. El barítono hizo una interpretación de Wozzeck espectacular, basada en la medición perfecta de la intensidad de sus reacciones ante el drama de su vida. Desvarío, miedo, ferocidad, impotencia… todo estuvo allí, en la 1h y 40 minutos que duró la representación pues siempre estuvo presente en el escenario. El final, hundiéndose en la laguna, en un recurso escénico perfectamente ejecutado, fue tremendamente conmovedor, el epílogo a una de las historias más duras contada en una ópera.

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A altísimo nivel rindió también la Marie de Malin Byström, una cantante con unos recursos increíbles, que se mueve con una facilidad pasmosa por toda la tesitura (resueltos con soltura los terribles agudos de la partitura) y que además tiene presencia escénica y una entrega actoral común a todo el elenco. Fabulosa. ¡Qué difícil es cantar bien ese papel tan detestable como es el del Capitán! Peter Hoare mezcló perfectamente el buen canto con el histrionismo que también le reserva Berg consiguiendo unos resultados excelentes. Como excelentes fueron el Doctor de Brindley Sherratt, con ese toque cruel y frío y el Tambor Mayor de Thomas Blondelle, una voz de excelente calidad, y el Andres de Robert Lewis. El resto de los comprimarios demostraron que el reparto de esta ópera se ha elaborado pensando en Berg y no en el director de escena. Magníficos todos. 

Simon Rattle atesora una carrera que sería absurdo recapitular aquí. Tan sólo diré que sigue siendo uno de los mejores directores del mundo y que tenerlo en el foso del Gran Teatro de la Provenza es un lujo del que pocos festivales pueden presumir. Y más en este repertorio del siglo XX en el que el inglés es una referencia absoluta. Su dirección simplemente fue apabullante, llena de brillo, de fuerza, buscando esa paleta de colores tan intensa con la que el compositor creó esta obra maestra. Y a sus órdenes una prodigiosa Orquesta Sinfónica de Londres donde todas las familias estuvieron espectaculares pero donde es necesario destacar el metal y la percusión, simplemente perfectas. No hay que olvidar al siempre destacado Coro de la Orquesta Filarmónica de Cámara de Estonia que además realizó un trabajo escénico magnífico.

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Esta es la tercera producción de Simon McBurney que veo en el Festival de Aix tras La carrera del libertino de Stravinsky y La flauta mágica de Mozart  (que se podrá disfrutar el año que viene en Les Arts valenciano. Su trabajo es completamente distinto en cada una, no hay nexos, intenciones propias, protagonismo. Lo que une a estas tres producciones es el respeto absoluto a la ópera con la que trabaja. McBurney no nos cuenta SU ópera sino La ópera. En este caso su objetivo es plasmar con ingenio uno de los libretos más duros del repertorio, lo hace con una increíble y aparente economía de medios. En una escenografía, que firma una excelente Miriam Buether, basada en tres grandes paneles que cierran el escenario, discurre la acción. Pero no son tres paneles cualesquiera. Son tres estructuras que sirven de pantalla de proyección de vídeo (un recurso empleado con perfecta moderación, sin abusar de él), de patio del cuartel donde por las ventanas se asoman las vecinas, de barra del bar del segundo acto… en fín lo es todo pero sin molestar, solo creando ese espacio opresivo que la ópera reclama. McBurney utiliza también el recurso de el suelo circular para dar movimiento a las distintas escenas, se apoya en una espectacular iluminación (como no podría ser de otro modo, en tonos oscuros) de Paul Anderson y en un recurso muy simple:  una puerta, una simple puerta que abre y cierra con nuestra imaginación cada una de las estancias donde se desarrolla la ópera. El director inglés hace un impresionante trabajo pero obliga al espectador a eso, a imaginar, y al imaginar le invita a formar parte de la producción. Es mágico. Como ejemplo de perfección y bella simplicidad la escena del cañaveral, con Wozzeck y Andres cortando cañas, donde el magnífico grupo de actores que acompañan la producción llevan a cabo, con unos pocos apoyos imprescindibles, la idea del director. Impresionante.

Pocas veces se produce esta conjunción de talento, esfuerzo, buen trabajo y amor a la ópera. Pocas noches podemos decir que la excelencia se adueñó de una representación. Una suerte poder estar ahí para vivirlo.

Fotos: © Monika Rittershaus