La excelencia en pequeño formato
En ocasión de su décimo aniversario, el Festival Bal y Gay en La Mariña lucense ha logrado reunir a artistas tan icónicos y consagrados como la pianista portuguesa Maria Joao Pires al lado de jóvenes emergentes, como la talentosa violista Sara Ferrández, sin olvidar la presencia de conjuntos ya estrechamente ligados y a la entidad como el Cuarteto Quiroga, ya en su tercera visita por estos lares.
Para el primero de estos tres conciertos, la madrileña Sara Ferrández (1995) se enfrentaba por vez primera a tres de las Suites para violonchelo de Johan Sebastian Bach, en verdad concebidas para alguno de los instrumentistas con los que contaba cuando era Kapellmeister en Cöthen. Se especula aún si pudieron ser escritas en su integridad para el violonchelista Christian Bernhard Linigke o si pudieron serlo para Christian Ferdinand Abel, más conocido en cambio como violagambista. Como bien se apuntaba en las notas al programa de este concierto, esta ambigua naturaleza presente ya desde su misma concepción avala perfectamente la opción de que estas piezas puedan ser ejecutadas a cargo de una viola, como proponía aquí Ferrández, lo que otorga a las Suites de hecho una sonoridad si se quiere más liviana, más luminosa.
La joven solista propuso un programa integrado por las Suites primera, cuarta y quinta. La madurez y proyección de Sara Ferrández son apabullantes, con un sonido que comparte virtudes con el que su hermano Pablo Ferrández exhibe con el violonchelo: un sonido grande, hecho, homogéneo, flexible a la par que nutrido, capaz de sonar terso y vaporoso al tiempo que resuelve las filigranas de la partitura con pasmosa facilidad. Contando en sus manos con un instrumento de 1730, construido por David Tecchler, la violista española hizo sonar estas obras con un sello personal, no precisamente anclado en el tiempo, con transiciones de extraordinaria fluidez y con un manejo deslumbrante de las dobles cuerdas. En su hacer hay buen gusto, elegancia, expresividad y franqueza. Una solista a seguir
Uno de los grandes atractivos de la programación del Festival Bal y Gay, en esta ya su décima edición, era la presencia de la célebre pianista Maria Joao Pires, un auténtico icono ya en la historia de su instrumento. Dada la afluencia de público, tanto este concierto como el del día siguiente con el Cuarteto Quiroga hubieron de programarse en sesión doble, en el transcurso de la misma jornada, lo que supuso un notable esfuerzo adicional por parte de los intérpretes.
Pires brindó una velada excepcional desde todo punto de vista. Camino ya de cumplir los ochenta años y tras haber amagado con retirarse ya en numerosas ocasiones, lo cierto es que sus manos siguen obrando la misma magia que la hizo célebre años atrás, con un sonido personalísimo, sumamente poético y a la vez vigoroso. Se trata, sin duda alguna, de una de las mejores pianistas del último medio siglo y fue un lujo poder escuchar en sus manos un programa tan hermoso, con el Arabesque para piano, opus 18 de Robert Schumann, la Suite bergamasque de Debussy, la Sonata número 13 D.664 de Schubert y el Arabesque No. 1 de Debussy. Una exquisitez, de principio a fin.
Me quedaría especialmente con esa sensación de fluidez y flotabilidad, casi una impresión líquida, que consigue trasladar a su Debussy, extremadamente delicado, preciso y a la vez mullido, como algodonado. Una delicia para los oídos. Y no quedó atrás el gigantesco Schubert que Pires brindó con una sonata, la D.664, ciertamente particular, un tanto recóndita, de difícil abordaje como la propia pianista me confesó después del concierto. "He tenido que trabajar mucho este Schubert hasta cogerle la medida", me decía Pires. Y vaya sí se la ha cogido... Me cuesta ahora mismo recordar un Schubert en vivo tan extraordinario. Asombra la firmeza técnica de Pires, rozando sus manos ya los ochenta años de edad y con toda una vida consagrada al piano.
Cerrando esta visita al Festival Bal y Gay tuve ocasión de escuchar al Cuarteto Quiroga, en sesión doble como ya mencioné más arriba, con un programa precioso que incluía el Cuarteto de cuerdas no. 17 de Mozat, el Cuarteto no. 3 de Bartók y el Cuarteto de cuerdas no. 1 de Mendelssohn. Una selección donde destacaban, por infrecuentes, las dos últimas piezas. Qué fascinante sonoridad despliega Bartók y qué genial se descubre Mendelssohn una vez más, con esa impronta tan personal y reconocible en sus melodías.
Es realmente un gusto contemplar la complicidad entre estos cuatro músicos, singularmente entre el violín de Cibrán y la viola de Puchades, cuyas miradas dialogaron constantemente durante el concierto. Sorprendió también el altísimo nivel de Aitor Hevia liderando el conjunto, así como la seguridad y firmeza de Helena Poggio al violonchelo, dueña de un sonido de mucho empaque.
Sólo cabe felicitar al Festival Bal y Gay y toda su organización por estos diez años, consolidando una propuesta con personalidad, asentada en el territorio, con indudable respuesta del público local junto a aficionados venidos desde toda España.
Fotos: © Xaora Fotógrafos