Un Donizetti oscuro y rígido

Valencia. 10/12/2023. Les Arts. Donizetti: Maria Stuarda. Eleonora Buratto (Maria Stuarda). Silvia Tro Santafé (Elisabetta). Ismael Jordi (Leicester). Manuel Fuentes (Talbot). Carles Pachón (Lord Guglielmo Cecil). Laura Orueta (Anna Kennedy). Cor de la Generalitat. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Maurizio Benini, dirección musical. Jetske Mijnssen, dirección de escena.

Con apenas dos tercios de aforo, Les Arts avanzaba con el segundo título escenificado de su temporada lírica: Maria Stuarda de Gaetano Donizetti, en la propuesta de Jetske Mijnssen, de cuyo estreno en Ámsterdam ya dio cuenta en estas páginas Javier del Olivo, en mayo de este mismo año. La propuesta da continuidad a la trilogía de reinas Tudor que el coliseo valenciano quiere poner en pie, a título por temporada, siguiendo con la idéntica iniciativa de la Dutch National Opera: Anna Bolena en la temporada anterior, ahora Maria Stuarda y será el turno de Roberto Devereux el año próximo, con la temprada 24/25. Y siempre con los mismos intérpretes, aquí en Valencia: Eleonora Buratto, Ismael Jordi y Silvia Tro Santafé. De ellos, tan sólo el jerezano Ismael Jordi ha cantado ya estos títulos en Ámsterdam, en esta propuesta escénica de Minjseen para las tres partituras.

Eleonora Buratto está en un momento dulce de su trayectoria, con un instrumento generoso y atractivo, de centro sonoro y esmaltado. Y sin embargo, no pareció sentirse del todo cómoda en los paños de esta Maria Stuarda. Su coloratura no es ágil ni virtuosa, más bien pesada y rígida; y el ascenso al agudo es más por fuerza que por desahogo, con un punto inevitable de tensión y metal sobrevenido que no ayuda a redondear una impresión belcantista de holgura. Así las cosas su Stuarda brilló, qué duda cabe, en la página de mayor lirismo y canto spianato, el "Oh, nube ! che lieve per l'aria ti aggiri". También hubo momentos interesantes y meritorios en su última gran escena, la inspiradísima preghiera, a pesar de verse sepultada en no pocos momentos por el torrente de sonido que emanaba desde el foso, comandado por Maurizio Benini con manifiesto exceso de decibelios.

Desde un punto de vista actoral, fue una Maria plausible pero en su debut con la parte quedó muy lejos de tener la garra y magnetismo que se esperan en un papel como este; faltaron arrestos y carisma, y eso me temo que solo lo dan los años de trayectoria y el recorrido con un papel como este del que, insisto, salió airosa pero sin dar la impresión de sentirse plenamente cómoda. Su esperado arrebato en "Figlia impura di Bolena" tuvo más ganas que efecto. 

Escuchando a Buratto en Valencia tuve la impresión de que quizá no haya sido buena idea meterse en este jardín de las tres reinas donizettianas, un caramelo que mucha sopranos ansían pero que muy pocas pueden resolver haciendo justicia a las respectivas obras. Precisamente ahora que Buratto ha renunciado a debutar Adriana Lecouvreur en el Liceu, me pareció que su voz pide ir justamente por esos derroteros, sin prisa pero sin pausa. Su instrumento me sonaba, y mucho, a Condesa de Bodas de Fígaro, a Mimí en La bohème, a Desdemona en Otello, a Elisabetta en Don Carlo o la Amelia de Simon Boccanegra que tiene previsto cantar en Milán el próximo mes de febrero. A buen seguro nadie conoce mejor su instrumento que el propio cantante, pero creo que son roles donde brillaría más que en esta trilogía Tudor. 

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Al lado de la intérprete italiana, la mezzosoprano valenciana Silvia Tro Santafé volvió a demostrar que es una garantía para este tipo de papeles belcantistas. Su emisión y timbre reconocibles, infalible en todo momento, con buena entrega escénica y fraseo honesto; no querría insistir en algo ya dicho otras ocasiones, pero creo que hay que decirlo: una cantante algo infravalorada en nuestro propio país, inexplicablemente. Y junto a ella, siempre elegante en las formas, Ismael Jordi volvió a dejar claro que es un belcantista contrastado y depurado, con mucho Donizetti a sus espaldas. Canto estilizado y vaporoso, de fraseo amplio y rico en dinámicas, siempre sobre el acento, atento a la palabra. Poco más se puede pedir para hacer justicia a un papel tan ingrato como el de este Leicester.

Impecables, finalmente, tanto Carles Pachón (Lord Guglielmo Cecil) como Manuel Fuentes (Talbot) en sus breves (aunque no tan menores) cometidos. Dos de nuestras voces jóvenes más interesantes: el barítono catalán afianzando su trayectoria ahora en el ensemble de la Staatsoper Unter den Linden de Berlín; y el bajo valenciano dando cada vez más muestras de su indudable potencial en una cuerda donde no abundan las voces de bajo genuinas y naturales, como la suya. Completaba el elenco Laura Orueta, procedente del Centro de Perfeccionamiento de Les Arts, una excelente cantera de voces, ahora con María Bayo al frente.

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Bastante indiferencia ante la propuesta escénica de Jetske Mijnssen. Se trata de un trabajo aseado, de buena factura, muy fotogénico, pero blando en su desarrollo intelectual y dramático, muy epidérmico. En conjunto, me dio la impresión de ser una propuesta bastante aburrida, básicamente decorativa y muy lineal. Se trata, en definitivas cuentas, de un código clásico aderezado con guiños ya bastante gastados, como la referencia a la propia infancia la reina Isabel a través de una figurante. La realización técnica es, en todo caso, exquisita, tanto por la escueta aunque atinada escenografía de Ben Baur como por el vestuario de Klaus Bruns, destacando además una atinadisima iluminación de Cor van der Brink. La producción cuenta también con un cuerpo de baile que comparece de tanto en tanto, no siempre con sentido ni oportunidad, pero con buenos detalles expresivos, coreografiado por Lilian Stillwell. Tuve la impresión, por momentos, de que las coreografías buscaban llenar la acuciante falta de una dirección de actores más esmerada. La producción de Mijnssen, ausente en el estreno, ha sido repuesta en Valencia por Jean-François Kessler. Se trata por cierto de una coproducción a tres partes entre Ámsterdam, Valencia y Nápoles.

En el foso Maurizio Benini dispuso un Donizetti serio, quizá demasiado, más bien rígido, con poco relieve teatral, pesante y oscuro. De entre todas estas reinas Tudor caracterizadas por el autor bergamasco, quizá sea Maria Stuarda la obra que más "habla" desde la orquesta. Benini buscó a menudo subrayar este hecho, pero el resultado distó de ser colorista y teatral, más bien oscurantista y pesado. Sirva de muestra la escena final de la pieza, cargada de decibelios, de una monumentalidad excesiva. Por otro lado, en lugar de facilitar la tarea a los cantantes, en más de una ocasión tuve la impresión de que Benini les dificultaba el empeño, con tiempos algo arbitrarios y estirados más de la cuenta. Benini es un acreditado maestro en estas lides belcantistas, pero aquí no ha estado precisamente inspirado. La Orquesta de la Comunidad Valenciana sonó un tanto complaciente esta vez, como queriendo exhibir un sonido poderoso más que un estilo depurado, algo que también cabe achacar a Benini, me temo. Muy buena labor, en cmabio, del Coro de la Generalitat, exhibiendo un timbre afinadísimo y una articulación excelente.

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Fotos: © Miguel Lorenzo | Mikel Ponce