Wagner, Catalunya y lo savage
Madrid. 08/03/24. Teatro de la Zarzuela. Pahissa: Gal·la Placídia. Maribel Ortega (Gal·la Placídia). Antoni Lliteres (Vernulf). Simón Orfila (Ataülf). Carol García (Llèdia). Carles Pachon (Sigeric). Carlos Daza (Vèlia). Marc Sala (Varogast), entre otros. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Christoph König, director de orquesta. Versión concierto.
La meva Catalunya és la que et rep a 47º en las andenes de Sants, la de la cervesa mal tirada i les hordes de visitants, però també la del sol de l'Empordà, les orenetes que sempre tornen i banyar-se despullat allí on no arriben els turistes. La Catalunya del Tió, les havaneres, el Lliure i tot el meravellós invent del indie català. L'acord metàl·lic de Mompou, el antillanisme de Montsalvatge i la paràfrasi del color de García-Tomás. Els versos de Margarit, Papasseit o Janés... Estimo a Catalunya fins i tot quan no m'estima bé... i crec que, per això, després d'escoltar Gal·la Placídia puc dir que estimo a Pahissa... malgrat Pahissa*.
Es por todo ello que recuerdo cuando, saliendo de escuchar Mirentxu en el Teatro de la Zarzuela, completamente en euskera y aun sin haber entendido más allá de lo que me permitían los sobretítulos, con la congoja de una bellísima sacudida musical, hablé con el entonces director del Teatro, Daniel Bianco. Le rogué que, como madrileño que ha encontrado el amor en tierras gerundenses, programase algo de música en catalán antes de marcharse, porque es algo que, como amantes del arte y como sociedad en sí misma, los espectadores nos debíamos a nosotros y nosotras mismas. No hizo falta que me recogiera el guante porque, me dijo entonces, ya lo tenía en mente. Enseguida pensé en Cançó d'amor i de guerra o, yendo un poco más allá, en Pel teu amor, La legió d'honor o El timbaler del Bruch... o en Picarol y Gaziel de Granados al rizar un poco el rizo... Títulos obvios, aunque poco frecuentados en Madrid, obivamente. Me quedé corto. La maquinaria de recuperación encabezada por el profesor Emilio Casares ha terminado por desempolvar una auténtica rareza: Gal·la Placídia, de Jaume Pahissa.
Se entiende el por qué. Primero por dotar de continuidad a un proyecto propio del mandato de Bianco, el de la recuperación histórica. Y después, por ofrecer algo distinto a lo que podría acostumbrarse en Cataluña. Son 91 años en los que Gal·la Placídia, una historia de godos y romanos a orillas del Llobregat, no se ha vuelto a llevar a los escenarios, tras ofrecerse en dos ocasiones en el Gran Teatre del Liceu: el estreno - en italiano - en 1913 y una reposición en 1933. Sólo ocho funciones en total. Se comprende un tanto el porqué, por otro lado. No nos encontramos ante el producto más depurado de Pahissa, ciertamente, e incluso no aguantaría la comparativa, en aspectos técnicos, de orquestación, voces, planos sonoros (a menudo hay pasajes en fortísimo)... con su hermana Marianela, que también recuperó el Teatro de la Zarzuela hace unos años. Sigo preguntándome, por cierto, que pensaría el compositor de que sea ahora este coliseo quien haya puesto su mirada en él, quien haya vuelto a hacer que su música suene... él que tanto denostaba la zarzuela como género. Ese, quizá, sea el gran pero de esta música suya: se encuentra cargada de cierta impostación - todas esas disonancias que buscan la ruptura por la ruptura - y snobismo... y en una búsqueda de la expresión propia, subyugado y aupado al mismo tiempo por las corrientes europeas, bajo la mirada altiva de la Cataluña de comienzos del XX, el manto del expresionismo y la bóveda celeste wagneriana. Casi nada. Como para sobrevivir dignamente a todo ello.
El tratamiento de las voces es ingrato, especialmente para el tenor y la soprano, con unas frases de escasa arcada lírica, más bien austeras, ásperas en la orquestación, saltos interválicos que Pinito del oro hubiese hecho con red de seguridad y agudos que pondrían a prueba a cualquiera. El comienzo del primer acto es un tanto árido, de aquellas veces en las que la poca experiencia (26 años tenía Pahissa al comenzarla) te lleva a hacer más por contarlo que por cantarlo. No obstante, los diferentes temas y células asociadas están bien expuestas. La trama, aunque un tanto embolicada, se desarolla con solvencia y de pronto, sin saber cómo, uno se encuentra totalmente atrapado en la música al alcanzar el final del segundo acto, con una escritura aquí sí brillante y elevada a lo Wagner, en un dúo, Oh Déu, tinc por!, en el que los protagonistas arrobaron el oído gracias a las voces de dos magistrales cantantes como son Maribel Ortega y Antoni Lliteres. Si los aplausos pasaron de una timidez inicial al furor final de la velada fue, no hay duda, debido a ellos dos. A todos los cantantes reunidos, realmente, pero lo suyo es de un mérito inconmensurable.
De modos nobles y voz rotunda, todo lo que se pide a su personaje, el Ataülf de Simón Orfila, al igual que el incontestable Sigeric de Carles Pachon, con una voz plena. Completaron el reparto de secundarios tres voces estupendas como las de Carol García en el papel de Llèdia, Carlos Daza como Vèlia y Marc Sala como Varogast. Nombres intrincados, ya ven, que por algo eran visigodos... pero, insisto. Si servidor entró en el teatro con una cosa tan trivial en la cabeza como la habanera de los godos de la zarzuela El trébol y salió valorando de nuevo a Pahissa, estimando sus porqués e interesándose por ellos, fue gracias al estupendo elenco reunido para darle vida. Acompañaron a todos ellos un estimable Coro del Teatro de la Zarzuela, así como la correcta lectura de Christoph König - titular de la Orquesta de RTVE - al frente de una Orquesta de la Comunidad de Madrid que no pareció encontrar su mejor forma a lo largo de la noche.
* Mi Cataluña es la que te recibe a 47º en los andenes de Sants, la de la cerveza mal tirada y las hordas de visitantes, pero también la del sol del Empordà, las golondrinas que siempre vuelven y bañarse desnudo allí donde no llegan los turistas. La Cataluña del Tió, las habaneras, el Lliure y todo el maravilloso invento del indie catalán. El acorde metálico de Mompou, el antillanismo de Montsalvatge y la paráfrasis del color de García-Tomás. Los versos de Margarit, Papasseit o Janés... Amo a Cataluña incluso cuando no me quiere bien... y creo que, por eso, después de escuchar Gal·la Placídia puedo decir que quiero a Pahissa... a pesar de Pahissa.