Una foto de Madrid en blanco y negro
Madrid. 04/04/2024. Teatro de la Zarzuela. Sorozábal: Juan José. Juan Jesús Rodríguez (Juan José). Saioa Hernández (Rosa). Alejandro del Cerro (Paco). María Luisa Corbacho (Isidra). Simón Orfila (Andrés). Vanessa Goikoetxea (Toñuela), entre otros. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Miguel Ángel Gómez Martínez, dirección musical. José Carlos Plaza, dirección de escena.
En poco más de un mes he tenido la fortuna de poder vivir en directo las dos óperas de Pablo Sorozabal; la primera, Adios a la bohemia, el pasado 24 de febrero comoinauguración del Festival de Teatro Lírico Español, de Oviedo y ahora, Juan José, en el Teatro de la Zarzuela. Y es que a la hora de abordar la importancia de Juan José se me hace inevitable retrotraerme a la opera chica. Hay entre ambos títulos más de un punto de unión, más allá de que fueran fruto de la inspiración del mismo compositor porque en ambas el protagonismo recae en el lumpen proletariado del Madrid de primeros del siglo XX; los protagonistas son dueños de una vida miserable, en condiciones precarias y con perspectivas más que inciertas. El Ramón de Adiós a la bohemia bien podría ser amigo de Juan José, compartir con él más de una conservación, borrachera y discusión en la cutre taberna en la que alternan. Y Trini podría entender más que bien a Rosa y aconsejarla para evitar se metiera en tantos y tantos problemas porque una bien pudo haber sido la otra y esta, aquella.
Dicho esto, la diferencia es que mientras Adios a la bohemia deja abierta una puerta - por pequeña que esta sea - a la esperanza, Juan José no tiene término medio: el futuro en ese Madrid parece no existir. Ni para Rosa ni para Juan José, ni para los amigos que bienintencionados pero poco acertados, van cometiendo un error tras otro. Juan José, en boca de Pablo Sorozabal, era su mejor obra y lo cierto es que si se trataba de hacer una foto del Madrid antiguo, machista, violento y desesperanzado, Juan José es una obra brillante. Lo que ocurre es que su envejecer es complicado; tengo mis dudas de que una persona menor de 30 años pueda identificarse con las desventuras de los personajes de la ópera, lo que considero no pasa con Adiós a la bohemia. Quizás solo por esto la ópera chica me sigue pareciendo bastante más acertada que la grande, sin menoscabo del interés que despierta la ópera que nos ha acercado al Teatro de la Zarzuela.
Ya queda dicho que Juan José no da tregua; casi desde el principio, con el escepticismo de Andrés ya advertimos que el ambiente que rodea la obra es de pesimismo general pero es que en ese vivir sin futuro no sale bien librado ningún personaje. Andrés está resignado, resabiado y cabreado con el mundo; Toñuela vive en el mundo de la fantasía y sometida a su marido, hombre de mano ligera; Isidra es capaz de vender a su madre por unos céntimos y Paco no tiene escrúpulos porque es el único que tiene dinero. Y en el caso de los dos principales protagonistas, Rosa sueña con una vida mejor a sabiendas de que ello solo lo podrá conseguir traicionando a Juan José, siendo como es incapaz de abordarlo con naturalidad y reconocerle que no está enamorada; y Juan José es un hombre analfabeto, primario, elemental y dominante, además de violento.
Todo esto quedaba perfectamente reflejado en la propuesta escénica de José Carlos Plaza, oscura, realista y muy veraz en la descripción de la sangrante realidad expresada por el compositor. Las únicas luces que pudimos contemplar en toda la función fueron la pequeña vela que “iluminaba” la buhardilla misérrima del acto II y que quedaba señalada en el momento de la bajada del telón y la lámpara magnificente, símbolo de la riqueza de Paco, que ocupa el centro del segundo cuadro del acto III. El resto es oscuridad: las ropas son oscuras, las paredes son oscuras, las caras están oscurecidas, el alma de los personajes es oscura. Algunos figurantes acompañaban el desarrollo dramático con movimientos coreografiados que, sinceramente, creo aportaban poco a la acción pero en términos generales la propuesta de Plaza es adecuada y realista.
Vocalmente, la velada puede considerarse de sobresaliente. En esta obra hay mucho que cantar, sobre todo en el papel protagonista, que el mismo compositor calificó de duro y exigente y contar con Juan Jesús Rodríguez sólo puede calificarse de verdadero lujo. Una voz densa, de color oscuro, con agudos solventes, bien sostenidos y emitidos posibilitaron que su dramático personaje se construyera con absoluta credibilidad. Ahí se nos aparecen sus frustraciones, su rabia e impotencia, con una interpretación notable. Muy cerca quedaron las prestaciones de Saioa Hernández, soprano dramática que aportó su voz tan poderosa para construir un personaje tan - aparentemente - débil y manipulable. En definitiva, una pareja protagonista que nos regaló un fin de acto II, Parece que el hielo de la calle, para recordar.
Otro lujo fue la participación de Vanessa Goikoetxea como Toñuela. Ya queda dicho que en el drama esta soprano es el contraste a una Rosa más pragmática pues vive en un mundo irreal, de permanente ensoñación y sometimiento a su marido, un hombre violento y amenazador. El contraste de las dos voces sopraniles ayudaron a que el dúo del acto II, ¡Bondades hay que meten miedo! fuera otra de las cumbres de la velada. Goikoetxea está en un estado de forma espectacular y su personaje cobró una entidad significativa. Su marido, Andrés, ha sido un Simón Orfila deslumbrante. El personaje es desagradable por macarra, machista y prepotente pero no cabe reproche alguno a la labor del bajo balear: contundente, vocalmente irreprochable y actoralmente muy adecuado, nos ofreció una velada para enmarcar.
Otra pareja la forman, siquiera por intereses particulares, Paco e Isidra, adinerado y alcahueta. Alejandro del Cerro mostró un agudo solvente y sonoro, y aunque podría exigírsele mayor capacidad en el matiz, la voz es fresca y muy adecuada para un personaje que pasea por el drama con chulería, como el dueño de todo y todos. María Luisa Corbacho, accidentada y, por ello, acompañada de muleta - lo que incluso parecía venirle bien al personaje -, dotó a la Isidra de empaque vocal aunque en algunas ocasiones su emisión resultase conflictiva. De todas formas, creo que es un verdadero lujo que un sexteto vocal de este calibre nos ofreciera una ópera que, no podemos obviarlo, apenas se representa.
El resto de papeles menores estuvieron muy bien resueltos. Sobresaliente Luis López Navarro (Cano), sonoro y brillante Igor Peral (Perico), al mismo nivel el presidiario de Santiago Vidal y entrañable Ricardo Muñiz como tabernero. Los cuatro amigos que participan en la escena de la fiesta del acto I, muy bien.
Miguel Ángel Gómez-Martínez es hombre de provecta carrera y ha de aplaudirse su labor al frente de todos. Juan José no debe ahogarse en la oscuridad musical porque Pablo Sorozabal siempre encuentra, siquiera de forma anecdótica, la forma de salirse de ese círculo infinito de tristeza para, bien con las reminiscencias desde el metal bien a través de pequeñas alusiones a temas menos lúgubres, darnos a los oyentes un respiro. Y Gómez-Martínez supo ir construyendo, poco a poco, esta obra, dándonos el aire suficiente para poder llegar al final de la misma.
Termino con un apunte: tuve la fortuna de vivir en el Kursaal donostiarra el estreno absoluto de esta ópera el 21 de febrero del 2009, hace ya ¡quince años! Más tarde, he escuchado en más de una ocasión la única versión discográfica existente y que proviene de estas funciones primigenias y siempre he tenido la sensación de que no terminaba de engancharme a la obra del guipuzcoano. Hasta ayer, cuando creo entendí esa fotografía cruda, descarnada, que de Madrid y en blanco y negro nos ofrece el maestro Pablo Sorozabal.
Fotos: Javier y Elena del Real.