Todo a la vez en todas partes...

Roma. 16/04/24. Teatro dell'Opera di Roma. Bellini: La sonnambula. Ruth Iniesta (Amina). Marco Ciaponi (Elvino). Manuel Fuentes (Rodolfo). Francesca Benitez (Lisa). Monica Bacelli (Teresa). Mattia Rossi (Alessio). Leonardo Trinciarelli (Notario). Orchestra e Coro dell'Opera di Roma. Francesco Lanzillotta, dirección musical. LE LAB, dirección de escena.

La teoría del todo a la vez en todas partes puede resultar compleja. No sé si tanto como la puesta en escena que han propuesto Jean-Philippe Clarac y Olivier Deloeuil ("Le Lab") para La sonnambula de la Ópera de Roma, pero desde luego, al menos la teoría, no deja de resultar fascinante. En síntesis viene a enunciar que cada vez que se realiza una medición cuántica, el universo se divide en dos universos paralelos. Lo que viene a ser el multiverso. Y en síntesis, la regia de Le Lab... no sabría decirles si en realidad juega con ello, porque no es que sea un universo carente de contenido, sino una serie de multiversos vacíos sucediendo al mismo tiempo sobre el escenario, ahogándose en sí mismos a cada escena.

Bellini es tan sencillo que resulta bello. O tan bello que resulta sencillo. Al menos, todo ello, aparentemente, sobre esa melodía infinita que cautivó a propios y extraños inmediatamente posteriores, de Verdi a Wagner. Fíjense en el terceto que cierra el primer acto de Norma, por ejemplo. Cómo plantea la línea melódica, como entran la prima donna, la seconda donna y el tenor. Todo es tan figuradamente fácil… ¡esa magia es tan inagotable! Cojan, si no, su canción Vaga luna y escuchen cómo el piano introduce los acordes más cautivadores y sutiles, construyendo sobre grados conjuntos y cómo los replica la voz. Es la misma sensación tenue, vaporosa y delicada que sentimos en Prendi l'anel ti dono o en, al fin y al cabo, cada intervención del personaje de Amina en La sonnambula. Ese Ah non credea mirarti que no necesitaría más que un foco y una voz. O ni foco. La cuestión es que sobre esa base tan sencilla, a menudo nos complicamos demasiado la vida.

Quienes suelan leer mis líneas con asiduidad, encontrarán, espero, que no soy alguien que se cierre a nada. Al contrario. Realmente creo que la lírica necesita nutrirse de nuestro presente, por que es precisamente un arte vivo. De nuestra actualidad musical y social, desde cualquier prisma. Todo debe ser bienvenido y con este espíritu he entrado en el coliseo italiano. Sin embargo, en ningún momento he podido conectar y comprender qué se me ha querido contar escénicamente en esta Sonnambula. Videos de conversaciones por whatsapp, planos de corte intelectualoide (esa lámpara balanceándose interminablemente en silencio) con un desdoblamiento de la protagonista que acaba intentando suicidarse con pastillas en un pasaje del Teatro llamado “Maria Callas” - sinceramente, de infinito mal gusto -. Imágenes de esta y de tantas otras sopranos que han cantado la parte apareciendo en escena mientras las sopranos actuales interpretan la parte. La apropia Amina desmayándose durante la introducción, fundido a negro y viendo cómo se levanta y marcha por su propio pie… Todo ello en una especia de galería de arte donde tiene cabida la aparición de tiroleses tradicionales con sus trompas alpinas, desfiles de modelos y una boda. Es el todo a la vez en todas partes. Parte por parte ha de haber una aparente explicación, imposible de dilucidar durante el transcurso de la ópera o en los momentos posteriores. Todo ello sumado a una errática iluminación y un vestuario que tanto dejaba que desear por momentos, con una dirección de actores muy cuestionable que, además, llevaba a los cantantes demasiado atrás en el escenario. Al parecer, el equipo escénico se ha basado en la película de La doble vida de verónica, de Kieslowski. Quizá si uno ha visto la película pueda llegar a entender algo. Quizá.

Por supuesto, la imagen que se construye de los personajes es absolutamente básica - a años luz del trabajo realizado por Bárbara Lluch la temporada pasada en el Real Bárbara Lluch la temporada pasada en el Real y que podrá verse la que viene en el Liceu -. Elvino es un pobrecito hombre que se ve obligado a comportarse como un mezquino por culpa de ellas. Lisa es una femme fatale y por eso está siempre enfadada y va entallada en vestuario rojo y negro. El Conde es alguien que pasa por allí y Amina es tan inocente que parece que no se entera de nada. Y por supuesto, acaban juntos y felices.

Podría ser, en parte. porque el carácter vocal de Marco Ciaponi no parece encajar en otro posible tipo de Elvino. Las voces a menudo tienen su propia psique, por decirlo de algún modo y la del tenor italiano es bella, canta con gusto, con un timbre liviano y delicado, no forjado en acentos o un fraseo o legato arrebatador. Resultó correcta la Lisa de Francesca Benitez, encorsetada, ya lo he dicho, en las antípodas del tenor y estupenda la Teresa de Monica Bacelli, que a los dos días participaba en la Accademia Nazionale di Santa Cecilia cantando Offenbach junto a Barbara Hannigan. Completaba el plantel de protagonistas en torno a Amina el bajo alicantino Manuel Fuentes en uno de sus primeros papeles importantes en una de las principales casas europeas de la lírica. Sin duda, ya lo dije hace tiempo, una de las voces a seguir, con  rotundidad sonora y clarividencia en el decir. Imprimió pathos a su cavatina y sobrevivió a la cabaletta acelerada que Francesco Lanzillotta dibujó para él.

Fue, prácticamente, la única página a la que el maestro italiano (quien debutaba el título) dotó de rápida resolución, optando en todo momento por una lectura elemental de tiempos lentos, en ocasiones muy lentos, donde no faltaron evidentes desajustes con el escenario. Tanto Lisette Oropesa como Ruth Iniesta cantaban por primera vez esta protagonista belliniana, terminando por cancelar la hispano-estadounisense y teniéndose que hacer cargo la zaragozana de dos funciones y media seguidas. El resultado de Iniesta no puede calificarse sino de una seguridad apabullante. Sin duda, este es una papel que podría haber debutado hace ya muchos años y que, pareciera, llevaba esperando tiempo, pues se adapta a su vocalidad y posibilidades como un guante. Agudos y sobreagudos por descontado, descollando en los finales de acto y regalando una página final extraordinaria, con sentida cavatina donde pudo desarrollar atractivas dinámicas extraordinarias en el color, así como en sus encuentros con Elvino y en todo su decir, además de extraordinarias variaciones en su repetición de la primera página Care compagne. El canto, sobre todo el de ella, fue la conexión más real con Bellini de la noche. Por algo, está claro, ha hecho del bel canto su caballo de batalla. Con él volvía una vez más a la Ópera de Roma y con él se ha presentado en el Teatro Real, el Gran Teatre del Liceu, la Wiener Staatsoper o la Opéra de Paris.

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