Solidez y belleza
Ámsterdam. 2/05/2024. Teatro Nacional de la Ópera. Donizetti. Roberto Devereux. Barno Ismatullaeva (Elisabetta), Ismael Jordi (Roberto), Angela Brower (Sara), Nikolai Zemlianskikh (Nottingham). Coro del Teatro Nacional de Ópera. Orquesta de Cámara de Holanda. Dirección de escena: Jetske Mijnssen. Dirección Musical: Enrique Mazzola.
Estos días la Ópera Nacional Holandesa cierra, con la escenificación de Roberto Devereux, la llamada Trilogía Tudor de Gaetano Donizetti que a lo largo de tres temporadas ha desarrollado contando con la misma dirección escénica, musical y protagonista masculino y en cuya producción participa también Les Arts de Valencia y el San Carlo napolitano. Y el cierre no ha podido ser más exitoso en lo musical y con ciertos claroscuros en lo escénico.
He repasado, antes de acercarme a Ámsterdam para ver la representación que ahora comento, algunos videos y grabaciones discográficas de la obra estrenada en Nápoles en 1837. Y, lógicamente, los acercamientos a la partitura difieren bastante y mis preferencias por una u otra versión también. Pero esto ya ocurrió el año pasado al escuchar en este mismo teatro Maria Stuarda, lo que hace diferente este enfoque es la lectura de Enrique Mazzola, que nos ofrece un Devereux de un aire lírico, romántico, sutíl y transparente, incluso me atrevería decir que más serio y centrado en plasmar todos los planos de una partitura que refuerza su belleza gracias a su batuta. El control del foso y el escenario fue total, con un engarce entre ambos que consiguió que la ópera tomara mucho más sentido que en otras lecturas. Gran trabajo, otra vez también, de la Orquesta de Cámara de Holanda que entendió perfectamente las intenciones del director y se mostró como un conjunto solvente y de gran calidad técnica.
Roberto Devereux tiene una indiscutible protagonista, Isabel I de Inglaterra, pero Donizetti y su libretista Salvatore Cammarano, colaborador más tarde de Giuseppe Verdi, dieron un papel relevante no solo a Devereux, lógicamente, sino al duque de Nottingham y sobre todo a Sara, su mujer. La historia, bastante alejada de la realidad histórica, vuelve a enfrentar especialmente, como en las otras óperas de la Trilogía, a dos mujeres enamoradas del mismo hombre. La tensión dramática se desarrolla basándose en los celos, el amor no correspondido y en la lealtad. Donizetti consigue realmente el objetivo de crear estos mundos entrecruzados y enfrentados componiendo melodías plenamente belcantistas pero con una pasión teatral más intensa que en otras de sus obras. El cuarteto protagonista lo encabezaba Barno Ismatullaeva, una voz con gran temperamento, impecable en toda la tesitura (admirables sus graves) y que se mueve con soltura en las endiabladas coloraturas de su parte. A la joven soprano uzbeka quizá le falta aún acercarse más a la esencia belcantista (en algún momento, dado el color de su voz, pasó por mi mente la Lady Macbeth de Verdi), aligerando su canto. De gran belleza y entrega su escena final, un tour de force de esos que el de Bérgamo reserva para sus reinas.
Excelente trabajo de Angela Brower como Sara Nottingham. Poseedora de un atractivo vibrato natural y una excelente proyección, dominó el canto belcantista con clase y experiencia, proporcionandonos momentos bellísimos, como el aria que abre la ópera All afflitto e dolce il pianto o el dúo entre Nottingham y su mujer en la primera escena del tercer acto, sin duda el momento más intenso y emocionante de toda la representación. Y es que la labor de Nikolai Zemlianskikh fue espléndida. La voz del barítono ruso rezuma juventud, bravura, nobleza y clase y dibujó un Nottingham de gran categoría. La famosa aria (y la cavatina que le sigue) Forse in quel cor sensibile estuvo impecablemente interpretada. Es imprescindible seguir la trayectoria de este cantante, porque la calidad de su canto es muy destacable.
Cerrando este repaso a los protagonistas de la obra hay que destacar, como siempre, el impecable Devereux de Ismael Jordi, un cantante en plena madurez que nunca defrauda y que rezuma elegancia y señorío en cada una de sus intervenciones. Aunque su rol da nombre a la ópera no es de los intérpretes que más intervienen, pero cuando lo hace uno percibe que Jordi conoce el papel al dedillo y lo ha interiorizado de tal manera que la música y su canto fluyen con una facilidad pasmosa. Por supuesto estuvo impecable en su aria A te diro negli ultimi, toda una lección de belcanto, y destacó en los dúos con Elisabetta y Sara. Bravo. Buen trabajo del grupo de comprimarios y del Coro de la Ópera Holandesa, que tuvo una muy notable intervención siempre cumpliendo las indicaciones del director musical.
La propuesta de Jetske Mijnssen para la escenificación de Roberto Devereux tiene dos partes bien diferenciadas y no sé si muy bien resueltas. El primer acto se desarrolla en un dormitorio de lo que se supone la casa de una dama de la alta sociedad de los años 30 o 40 del pasado siglo. El bello vestuario de Klaus Bruns no esconde las contradicciones de que en un mismo espacio escénico se desarrollen situaciones que en el libreto son muy diferentes. Desconcierta y tampoco se ve con qué propósito se plantea esta propuesta que no aporta absolutamente nada. Los actos segundo y tercero se desarrollan en un gran salón, supuestamente el palacio real, pero que también es la casa de los Nottingham cuando es necesario y donde el vestuario lujoso se convierte en casi soviético, recordando, en cierta manera la insulsa propuesta de Christof Loy para este título en la Ópera Nacional de Baviera. Tampoco este escenario aporta nada a la obra, sino que la deja discurrir a su albedrío, pero sí que resulta claro, con su dirección de actores, que Mijnssen quiere recalcar la soledad de los cuatro protagonistas, sobrepasados por los actos que han desencadenado. Es posible que ese trabajo de actores sea lo más apreciable de su dirección que, en conjunto, resulta anodina.
Fotos: © Ben van Duin