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Una batuta a seguir

San Sebastián. 02/05/2024. Kursaal. Obras de Mozart y Bruckner. Euskadiko Orkestra. Markus Schirmer, piano. Marie Jacquot, dirección musical.

Para su debut con Euskadiko Orkestra, la directora francesa Marie Jacquot (París, 1990) ha presentado un programa intenso y extenso, con el Concierto para piano no. 20 de Mozart y con la Sinfonía no. 7 de Bruckner. La impresión general con el trabajo de Jacquot no ha podido ser mejor: elocuente con su gesto, enfática en su actitud, afanada en el fraseo, pendiente todo el tiempo del balance entre secciones... Extraordinaria primera impresión que apunta sin duda a una prometedora trayectoria. No en vano, desde la temporada 2023/2024, Marie Jacquot es la principal directora invitada de la Sinfónica de Viena y recientemente ha sido designada como batuta principal de la Ópera de Dinamarca, cargo que compatibilizará con su titularidad al frente de la WDR Sinfonieorchester de Colonia.

En la primera mitad del programa, el pianista austríaco Markus Schirmer (Graz, 1963) sorprendio con un sóndio realmente logrado, de sonorida amplia y decidida, enfático aunque nunca agresivo, de fraseo muy medido y expresivo, fraseando con muchísimo gusto una partitura bien conocida aunque a menudo recreada con superficialidad. Schirmer exhibió un dominio realmente total de la pieza, detalladísimo en su ejecución y muy bien compaginado con la batuta de Marie Jacquot, que se afanó en lograr un sonido vivo y fluido, nunca ampuloso, contenido, pero de manifiesta redondez. Confieso que no había seguido la trayectoria de Schirmer y me pareció todo un hallazgo, un intérprete en un momento de madurez interpretativa ciertamente notable.

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Y ya en la segunda parte de la velada, la Séptima sinfonía de Bruckner. Permítanme un excurso sobre el edadismo en la música clásica, antes de comentar la interpretación en cuestión. Y es que quizá vaya siendo hora de deshacernos del sambenito que atribuye ciertos autores y repertorios (Mahler o Bruckner, sin ir más lejos) a determinadas edades y etapas de madurez por parte de los directores y directoras musicales. ¿Hace falta tener cincuenta años para hacer un Bruckner solvente? ¿Dónde está escrita tal cosa? ¿Acaso importa la edad de quien dirige? Esa es una pregunta clave, que deberíamos repetirnos muchas veces en voz alta. Porque es obvio que nos fascinan la juventud insultante de Mäkelä o Peltokoski, lo mismo que la veteranía asombrosa de Blomstedt nos despierta incluso ternura. Pero, ¿de verdad importa? ¿Es una variable que debamos tener en cuenta en nuestra valoración de una interpretación? ¿Vamos a disfrutar más o menos de un concierto en función de la fecha de nacimiento de su batuta? Pensemos en ello.
 
Dicho lo anterior, debo decir que la Séptima de Bruckner que planteó Jacquot fue de primer nivel. Y la respuesta en los atriles rindió también muy alto, con una Euskadiko Orkestra realmente entonada, muy motivada. No daré nombres, pero apenas se me ocurren un par o a lo sumo tres orquestas en el panorama español que sean capaces de ofrecer un Bruckner de esta entidad: por el relieve de las cuerdas (brillantísimos primeros violines y aterciopelados violonchelos), por la contundencia y eficacia de los metales (qué buen trabajo de las trompas y qué solventes las trompetas); apenas estuvo un punto por debajo la sección de maderas, dentro siempre de un desempeño muy digno, pero se echó de menos en ellos un mayor protagonismo melódico.
 
En el plano interpretativo, y como ya apunté al principio, me pareció muy apreciable la constante preocupación de Jacquot para que las diversas secciones de la orquesta se escuchasen unas a otras durante la partitura de Bruckner, no ya solo para sonar debidamente acompasados en tiempo y en fraseo, sino para percibir el efecto sonoro conjunto que debían crear. Con leves pero claras indicaciones, Jacquot logró encauzar rápidamente los dos o tres descuadres más apreciables que se dieron durante la ejecución.
 
Jacquot demostró haber trabajado la partitura a conciencia, con un planteamiento nítido y atinado en los tiempos -lo mismo había sucedido con su Mozart, muy preciso en este sentido-. La directora francesa se esforzó por plantear un Bruckner comunicativo, con altibajos en los momentos de mayor tensión expresiva, con algún climax no del todo bien resuelto -el final mismo de la sinfonía quedó un poco corto de épica-, pero con una impresión general de gran solvencia.