Un bolo de terciopelo
Barcelona. 03/05/2024. Gran Teatre del Liceu. Obras de Donizetti, Verdi y Puccini entre otros. Lisette Oropesa y Ermonela Jaho, sopranos, Javier Camarena, tenor, y Carlos Álvarez, barítono. Sesto Quatrini, director de orquesta.
Decepcionante sesión en el Liceu. La oferta ya le podía poner a uno la mosca tras la oreja. Es un clásico que los recitales de los cantantes, a no ser que tengan un programa de canciones bien organizado, suelen incluir ciertas piezas para calentar poco vinculadas al repertorio en conjunto. Ya es triste que esto sea así en un concierto convencional de un solista, pero ante la gala que da motivo a esta crítica, integrada por cuatro cantantes de nivel en un escenario de respeto, se impone la pregunta: ¿es necesaria la Chitarrata abruzzese? ¿Es necesario mezclar cosas tales como Luisa Miller y el Monte Carmelo de Moreno Torroba? No es el tipo de programación más estimulante. La cosa incluía también episodios tan dspares como Caro elisir, sei mio de L'elisir d'amore o Nulla, silenzio de Il tabarro. Y ya puestos, qué menos que poner un poquito de La traviata y Madama Butterfly. Esencialmente el programa tenía un solo contenido: cuatro cantantes cantando lo que les vino en gana.
Todo ello bajo la pizpireta batuta de Sesto Quatrini. El maestro consiguió la más basta de las prestaciones de una orquesta, la de la casa, que yo mismo he elogiado en ocasiones recientes. Esto se percibió desde las Goyescas de Granados que abrieron la velada, y se confirmó con la Musica proibita de Gastaldon, cantada rutinariamente por Carlos Álvarez.
En la mencionada Chitarrata abruzzese Javier Camarena estuvo brillante pero el contexto instrumental siguió siendo mediocre y la conexión entre el solista y la batuta fue nula a pesar de las maneras de concertatore del maestro. Lo mismo sucedió con la mencionada pieza de Moreno Torroba: excelente Lisette Oropesa, a la cual solo se le podía exigir alguna consonante más, a pesar de la ausencia absoluta de dinámicas en la orquesta. Ermonela Jaho nos sirvió una Ombra di nube de Recife discreta y eficiente y tuvimos la oportunidad de disfrutar de la ausencia de poesía del maestro Quatrini con unos fragmentos de Le villi de Puccini.
El ambiente "de gala" era tan obvio y el compadreo de los solistas con el público tan promiscuo que el respetable rió a Carlos Álvarez el hecho de soltarse el cuello antes del monólogo de Il tabarro, obra de reconocidas virtudes cómicas como todo el mundo sabe. La ejecución fue muy discutible, con un pequeño lapsus de texto, una respiración musicalmente injustificable antes del agudo (por otra parte discreto) y una extraña sobreactuación al final para ganar el aplauso de un público dispuesto a disfrutar a cualquier precio.
Ermonela Jaho nos llevó a tierras más cálidas con una convincente interpretación de Adriana Lecouvreur y en principio cabía esperar algo más del duo del segundo acto de Madama Butterfly. La realidad es que las maderas ya sugirieron un contexto nada sutil en la lectura de la carta, seguida de un modo bastante anodino. La señora Jaho puso algo de pimienta pero nada de lo que sucedía era finísimo. El barítono no preparó debidamente el "Ebbene che fareste signora Butterfly", Jaho siguió sosteniendo la cosa a pesar de cierta sobreactuación, la explosión orquestal después de "E questo?" fue burdísima y, agravada por los pianos cubiertos de la Jaho, un tanto ajenos a la música, y un "i bei cappelli biondi" sobreapoyado por parte del barítono. Y así acabó la primera parte entre el jolgorio de la sala y el estupor de un servidor.
Lisette Oropesa abrió la segunda parte y siguió estupenda, a pesar de una cadencia mejorable entre la primera y segunda estrofa del Je veux vivre (Roméo et Juliette). Camarena continuó con el aria para tenor de la misma obra, con un ataque poco delicado y cierta falta de romanticismo, pero agudos brillantes. El duo del Elisir que siguió careció de delicadeza por parte del tenor en "dei miei sospiri", de amor a la partitura (a pesar de ser ejecutada sin cortes), y de ensayo en la cadencia. Nada iba ya a frenar el entusiasmo popular a pesar del bombo y platillo de la obertura de Luisa Miller.
Falstaff no es un papel nada adecuado para las condiciones de Carlos Álvarez, que además se perdió durante la ejecución, confirmando el carácter improvisado del asunto. Impresión que se vio reforzada por una extraña pausa en el aria de La traviata entre Camarena y el maestro Quatrini. El tenor rascó alguna nota central (menos que en su concierto Tosti en el Palau) pero siguió exhibiendo una octava alta esplendorosa.
Y llegamos al clímax final con doña Ermonela Jaho apareciendo con una carta en la mano para leer el legendario Teneste la promessa pero se le pasó (es lo que pasa cuando no se ensaya), rompió la carta y a otra cosa mariposa. La otra cosa era un Addio del passato en dos estrofas muy digno que generó gran entusiasmo colectivo pero tendió a suplir con el gesto (también vocal) lo que no lograba con la música.
Dada la coherencia del programa era de esperar una tanda de bises con la Inmolación de Brunnhilde, Clavelitos y el vals de La viuda alegre. Pero fue todavía peor: vals de La traviata y asunto zanjado. Como en un bolo de comarcas. Carísimo, hay que decirlo.
Fotos: © Sergi Panizo