La historia de los perdedores

Berlín. 02/06/2024. Staatsoper Unter den Linden. Mussorsgki: Khovanshchina. Claus Guth, dirección de escena. Simone Young, dirección musical.

El estreno de esta nueva producción de Khovanshchina en la Staatsoper Unter den Linden de Berlín debería haberse producido en junio de 2020 pero la pandemia obligó a suspender hasta en dos ocasiones los planes previstos, en origen con Vladimir Jurowski en la dirección musical. Claus Guth y su equipo llevaban dando forma a la propuesta escénica desde 2018 y no ha sido hasta ahora cuando por fin ha visto la luz su trabajo, exactamente cuatro años después de cuando supuestamente debería haberse estrenado. Es curioso constatar este hecho cuando la propia partitura de Khovanshchina es de hecho una suerte de eterno work in process. Inacaba por Mussorgsky, remendada por Rimsky-Korskakov e inevitable tentación para Strainvsky y Shostakovich, se trata de obra osada, grandilocuente y rupturista.

Khovanshchina describe exactamente el período anterior y posterior a la llegada al poder del zar Pedro, entre 1682 y 1689. La historia de Rusia, más si cabe que la del resto de países, es una historia de guerra y miedo sin tregua, de represión constante. En la historia de Rusia la dialéctica entre anarquía y orden siempre se resuelve a través del terror. Y esto es algo que queda patente en el libreto de este título, de manera insoslayable. Claus Guth juega, con demasiada timidez, la carta de vincular aquellos hechos con la actualidad, sin alusión alguna a Ucrania o al Grupo Wagner, dos referencias que hubiera sido deseable, casi forzoso, incluir en una nueva produción como esta, precisamente en el contexto actual.

La escena de Guth se mueve entre dos niveles, uno digamos realista, de corte histórico, en el que se desarrolla la acción propiamente dicha, y un segundo nivel que la abraza y rodea, con unos figurantes que parecen estar examinando el caso de la Khovanschina con sus batas, como si lo estuviesen documentando para un archivo. En la práctica, es una propuesta de escasa relevancia dramática.
 
Al no optar por una propuesta conceptual contemporánea y audaz, me temo que Guth se queda en tierra de nadie, incapaz tampoco de claudicar ante una propuesta clásica de corte histórico. Y en esa medianía cunde un tanto el sopor, en una propuesta que intenta levantar el vuelo con recursos ciertamente ya muy trillados y que nada aportan, como la realización de primeros planos con operadores de cámara en el escenario.
 
En conjunto, pues, una propuesta más bien fallida, tímida e incluso diría que poco valiente a la hora de ahondar en la vigencia contemporanéa del calado político del libreto. El propio Guth cuenta en una entrevista que quería fijarse con esta propuesta en la historia de los perdedores, pero hay muy poco de esa óptica en el balance final de su trabajo.

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En lugar del citado Jurowski, la dirección musical se ha encomendado finalmente a Simone Young, quien debía haberse ocupado ya en 2020 de la primera reposición de la producción, en octubre de ese año. En el foso, Youg dispone un trabajo demasiado sobrio y metronómico, falto de alma, de fraseo escueto y escasa inspiración. Faltaron pasión y dramatismo en líneas generales, así como lirismo, tensión y misterio en dosis más altas.

Young encontró indudable disciplina y efectividad en los atriles de la Staatskapelle Berlin, una formación robusta, pero que no sonó especialmente inspirada, más bien hicieron gala de una rutina de lujo, lo mismo que el coro estable del teatro, tan requerido en esta obra con el final elaborado por Stravinski y al que se podría haber sacado más partido con una dirección musical más implicada y teatral.

Las comparaciones son odiosas, y quizá este comentario pueda resultar poco elegante, pero a tenor de lo que él mismo me contaba sobre su implicación en el proceso de creación de Guerra y paz de Prokófiev, en la Bayerische Staatsoper de Múnich, Khovanschina intuyo que esta hubiera tenido una resolución general muy distinta de haber contado con Vladimir Jurowski en el foso.

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El elenco vocal que requiere la partitura es muy exigente; requiere grandes voces, proque la partitura es caudalosa y dramática, pero deben ser además intérpretes familiarizados con el idioma y aún más con el estilo, porque los pasajes recitados con acompañamiento musical no son pocos precisamente.

Mika Kares fue un Iván Khovanski más que solvente, de imponente presencia escénica, si bien a su canto le falta ese punto de grandeza y magnetismo de los grandes, como quedó en evidencia en sus dos grandes escenas como protagonista. Igualmente, el instrumento es sonoro y sin duda robusto pero le falta rematar con más punta y metal el tercio agudo, que suena un poco opacado y mate. A su lado el Dosifei de Taras Shtonda entroncó con la vieja escuela de los cantantes de la escuela rusa, de voz contundente y sonora, monumental, pero también de modos algo toscos. 

Sin duda la cantante más equilibrada e inspirada de todo el elenco fue la mezzosoprano Marina Prudenskaya, quien brindó una Marfa emocionante y tremendamente carnal. Qué gran cantante es y qué poco nos acordamos de ella a veces. Su escena de la canción fue realmente hermosa, de un lirismo cautivador.

También estuvo fantástico George Gagnidze como Shakloviti, con un timbre incisivo y unos acentos realmente sibilinos en su trabajo con el texto. Y estupenda labor asimismo de Najmiddin Mavlyanov en la exigente parte del príncipe Andrei, con un timbre realmente expresivo. Y del resto del elenco, tan extenso, destacaría también la Emma de Evelin Novak, de timbre brillante y expansivo, perfectamente en estilo y desenvuelta en escena. 

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Fotos: © Monika Rittershaus