Magia, talento y juventud

San Sebastián. 05/06/2024. Kursaal. Bruckner: Sinfonía no. 5. Gustav Mahler Jugendorchester. Kirill Petrenko, dirección musical.

Quienes se acrque a esta crónica lo harán seguramente curiosos por descubir cómo es el Bruckner de Kirill Petrenko, pero creo que es de justicia dedicar primero un espacio a glosar el extraoridnario trabajo de los casi cien músicos de la Gustav Mahler Jugendorchester que sostuvieron la partitura durante su hora y media de duración. Y es que el rendimiento de estos jovenes atriles fue realmente asombroso. Es magnífico constatar el excelso nivel de preparación que tienen nuestros músicos más jóvenes, incluyendo por supuesto a los de nuestro propio país -ahí estaba el excelente oboe de Félix Turrión Eichler-.

La impresión general fue la de escuchar un orquestón de primera, equiparable a Viena, Berlín o Ámsterdam, pero con un plus de motivación y entrega, seguramente alentados por la rara oportunidad de trabajar con Kirill Petrenko a la batuta. Bravo pues por estos jóvenes músicos, mucho más ya que una promesa, una realidad, la garantía del extraordinario porvenir de nuestras orquestas. Fundada en 1986 bajo la iniciativa de Claudio Abbado, la GMJO sigue siendo un proyecto valioso y admirable. 

En su primer acercamiento a la Quinta sinfonía de Bruckner, obra que tiene previsto dirigir el próximo septiembre con los Berliner Philharmoniker, Kirill Petrenko no decepcionó ni un ápice. De este director se espera siempre un enfoque único y personalísimo. Lo he escrito muchas veces y aún a riesgo de repetirme, lo diré una vez más: nadie como él conjuga al mismo tiempo el enfoque analítico con la narrativa teatral. Y esa es una virtud aún más valiosa si cabe con la obra de Bruckner, en la que es preciso encontrar un complejo equilibrio entre monumentalidad y lirismo, entre tensión y belleza. 
 
De alguna manera la Quinta es una de las partituras más desafiantes del corpus bruckneriano, precisamente porque es arriesgada en muchos sentidos, especialmente con ese contrapunto tan elaborado y complejo que presenta. Petrenko la presentó estudiada al milimetro, casi diría que a cada compás; realmente asombraba ver la cantidad de recovecos de la obra que era capaz de iluminar como si nadie antes se hubiera fijado en ellos. El resultado fue un control extraordinario de la obra, manejada a placer, pero con fluidez y dinamismo, sin sensación alguna de encorsetamiento.
 
No incidiré en lo ya dicho por mi compañero Javier del Olivo, respecto de este mismo concierto en el Festival de Ravenna, días atrás. Sí apuntaré, no obstante, que en contraste con la impresión un tanto extrovertida que me causó esta misma obra en manos del joven Klaus Mäkelä, hace apenas un mes, en Dresde, con la Orquesta del Concertgebouw, aquí en cambio pesó mucho más la sensación de trabajo minucioso y planificación reposada, como si Petrenko se hubiera propuesta bucear a fondo en la partitura, más allá de la forma exterior de la misma, digamos. Y eso deparó innumerables instantes de estremecimiento y asombro, desde pasajes que sacudieron la sala como latigazos a momentos de una placidez y trascendencia verdaderamente espirituales.
 
Ya con Petrenko fuera de escena y mientras el público abandonaba la sala, los músicos de la orquesta soprendieron con una brillante ejecución del pasodoble Amparito Roca, en extraordinario contraste con gravedad la bruckneriana. Este concierto se enmarca en una breve gira de la GMJO por España, con citas también en Oviedo y en Granada.