Antes muerta que sencilla

Sevilla. Teatro de la Maestranza. Verdi: Nabucco. Juan Jesús Rodríguez (Nabucco). María José Siri (Abigaille). Simón Orfila (Zaccaria). Alessandra Volpe (Fenena). Antonio Corianò (Ismaele). Carmen Buendía (Anna). Luis López Navarro (Sumo Sacerdote). Andrés Merino (Abdallo). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Teatro de la Maestranza. Christiane Jatahy, dirección de escena. Sergio Alapont, dirección musical.

Minutos antes de la representación que nos ocupa pude conversar con Javier Ménendez, el principal responsable artístico del Teatro de la Maestranza, quien me confesó que este Nabucco era de lo más moderno que se había visto en Sevilla. Seguramente sea así, aunque también se han visto en los últimos años propuestas de índole semejante, en un sentido u otro (la Tosca de Villalobos, el Samson de Azorín…). En cualquier caso es interesante que dediquemos un instante a pensar en voz alta que significa eso de ser moderno. Y lo digo porque esta propuesta en torno a Nabucco podrá resultar moderna por su envoltorio, por su apariencia escénica, pero en realidad apenas tiene entidad dramática.

Estrenada en junio de 2023, en Ginebra, la propuesta escénica de Christiane Jatahy -con escenografía y luces de Thomas Walgrave y dramaturgía de Clara Pons- se apoya en recursos ciertamente ya muy vistos: unos espejos móviles de gran formato son casi el único elemento escenográfico, junto a una piscina de agua que incomoda visiblemente a los cantantes en mas de un momento; en la misma línea, la realización en video de primeros planos llega incluso a “invadir” el desempeño de los cantantes -ahí estaba Zaccaria cámara en mano, mientras cantaba su primera intervención, enfocando a Fenena-, sin que a decir verdad añada gran cosa a la entidad teatral de la propuesta -lo mismo comenté, por cierto, hace unos días al hilo de la nueva Khovanschina de Berlín, igual va siendo hora de repensar este recurso, por trillado y caduco-. Igualmente, la escasa escenografía redunda en un espacio escénico muy abierto, no siempre a favor de las voces.

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Jatahy decide alterar el final de la obra, que concluye tras la última intervención de Abigaille. Después de esto, en lugar del final prescrito por Verdi, con la intervención de Zaccaria y el broche orquestal correspondiente, se interpretó aquí una pieza de música contemporánea, al parecer compuesta por Antonino Fogliani, el director musical que estrenó la pieza en Ginebra. Después de esto el coro, que ya había intervenido en varias ocasiones desde diversos puntos de la sala, entre el público, interpretó a cappella el ‘Va, pensiero’, poniendo con ello el broche a la velada. Un final distinto, sorprendente, de difícil explicación y escaso interés dramático, aunque sin duda efectista.

En resumen, una propuesta moderna, sí, vacía aunque vistosa; con más envoltorio que contenido, efectista pero sin chicha; antes muerta que sencilla podríamos decir, si me permiten la broma. No hay en el afán de Jatahy ambición provocadora o vocación rompedora, creo que el suyo es un trabajo honesto al que sin embargo le falta soporte dramático para contar algo con entidad. Nuevamente, hay un abismo entre lo que se ve sobre las tablas y lo que el propio equipo cuenta en el programa de mano. Está muy bien lavar la cara, por decirlo de algún modo, a los títulos del gran repertorio, pero lo ideal sería no quedarse en la fachada, en la superficie, en la mera apariencia de las cosas, en una modernidad que es puro postureo, sino ir al tuétano de las mismas y lograr realmente contar algo con poderío intelecutal y vigencia. No ha sido el caso.

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El apartado vocal estuvo capitaneado por un imperial Juan Jesús Rodríguez en el rol titular, haciendo gala de un instrumento poderoso y firme, de caudal amplio y sin límites aparentes a la hora de manejar la tesitura del rol. Le faltó tan solo buscar un poco más la media voz en algunos instantes y prestar más atención a las indicaciones de Verdi en algunos pasajes, como “Tremin gli insani”, que está escrito ’sotto voce’ en la partitura y que Rodríguez resolvió a plena voz. Cabría en su caso una mayor variedad de acentos y colores, estando demasiado centrado a veces en sostener una linea de canto imponente, algo que ciertamente logra con un instrumento en plena forma y con una emisión de gran autoridad. Rodríguez encontró, eso sí, el adecuado patetismo en el ‘Deh, perdona’ y llegó a emocionar en el ‘Dio di Giuda’, cantado en la boca del escenario.

A su lado la uruguaya María José Siri se reivindicó como una intérprete de rompe y rasga, vocalmente entregada, con las notas necesarias para resolver la intrincada parte de Abigaille, un rol difícil y expuesto como pocos. Estuvo más que solvente en "Anch'io dischiuso un giorno… Salgo già del trono aurato”, alternando una estilizada linea de canto con unas agilidades correctas. Y me pareció especialmente brillante en su última intervención (’Su me, morente…'), cantada desde las primeras filas del patio de butacas. Igualmente, aportó arrestos escénicos en sus dúos con el barítono, seguramente las partes más logradas de la velada, dramáticamente hablando. 

El bajo menorquín Simón Orfila está en un momento de madurez evidente. El timbre, aunque tiende a ser leñoso en el centro, ha evolucionado un tanto en los últimos años. Orfila es desde luego un cantante honesto que se esfuerza por sostener una línea de canto firme. Haciendo gala de oficio y seguridad, resolvió la parte de Zaccaria con autoridad vocal, mostrando un instrumento flexible (‘Come notte a sol fulgente’), capaz incluso de cantar con cierta nobleza y contención en 'Vieni, o Levita… Tu, sul labbro…’.. 

Un punto por debajo se mostraron las dos voces italianas del elenco, la Fenena de Alessandra Volpe, de timbre algo velado y con puntuales problemas de afinación, aunque actriz entregada; y el Ismaele de Antonio Corianò, de voz destemplada, irregular en el agudo y claramente insuficiente como actor, cantando con los brazos pegados al torso en numerosos momentos, como inmovil. Y buen trabajo del resto de voces (Luis López Navarro como Sumo sacerdote y Andrés Merino como Abdallo), destacando el instrumento sonoro y timbradísimo de Carmen Buendía, aquí como Anna. 

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Convenció en el foso Sergio Alapont, reemplazando al originalmente previsto Francesco Ivan Ciampa. El maestro castellonense sintonizó con el ritmo interno de la obra, a la que otorgó viveza y dinamismo, buscado siempre un tiempo vivo y vibrante y una sonoridad compacta y sin desequilibrios. Alapont se mostró además como un buen maestro concertador, atento a las voces en todo momento, pendiente de sus entradas e igualmente implicado y afanado con el coro, al que buscó dar confianza y seguridad en sus intervenciones en sala.

Respecto a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, volvió a mostrar una vez más su buen nivel, aunque esta vez -quizá por mi ubicación en la sala, en fila tres del patio de butacas-, eché de menos una mayor presencia de la cuerda, especialmente unos primeros violines que me sonaron apagados y sin relieve. Los metales sonaron especialmente solventes e infalibles y a las maderas cabría pedirles de tanto en tanto un fraseo más expresivo.

El Coro del Teatro de la Maestranza hizo sin duda un gran trabajo, tanto vocal como escénico y por ello hay que reconocerles el empeño y la entrega. Tan solo les reprocharía, y no tanto a ellos como a Alapont, el alargar de manera tan excesiva y tan forzada el final de la última nota del ‘Va, pensiero’. No hacía falta suspender tantos segundos la nota, a mi entender; de hecho, de ser un efecto válido pasó a ser un recurso efectista.

Fotos: © Guillermo Mendo