Cerca del paraíso

Salzburgo. 10/08/2024. Festival de Salzburgo. Grosses Festpielhaus. Mahler: Sinfonía no. 9. Wiener Philharmoniker. Andris Nelsons, dirección musical.

Salzburgo. 11/08/2024. Festival de Salzburgo. Mozarteum. Mozart: fragmentos de Idomeneo y Thamos, König in Ägypten. Mozarteumorchester Salzburg. Emily Pogorelc, soprano. Roberto González-Monjas, dirección musical.

Salzburgo. 10/08/2024. Festival de Salzburgo. Felsenreitschule. Obras de Yoon, Bruch y Chaikovski. Orquesta Sinfónica de la Radio de Viena. María Dueñas, violín. Hankyeol Yoon, dirección musical. 

Tres conciertos de primera fila en apenas 24 horas, algo que solo puede acontecer en Salzburgo: Wiener Philharmoniker y Andris Nelsons con la Novena sinfonía de Mahler; el debut de la violinista española María Dueñas, con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Viena; y el también español Roberto González-Monjas estrenando su titularidad al frente de la Orquesta del Mozarteum. Un menú sobresaliente que no defraudó un ápice. Lo más parecido a un paraiso musical.

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Sin el estrellato mediático de otros colegas como Gustavo Dudamel, sin ir más lejos, y sin un ascenso meteórico como el de Klaus Mäkelä o Tarmo Peltokoski, ambos hoy en boca de todos, lo cierto es que Andris Nelsons (Riga, 1978) se ha convertido en uno de los directores más interesantes y solventes del panorama internacional. A su paso, sin prisa pero sin pausa, Nelsons se ha confirmado como un profesional dedicado en cuerpo y alma, un maestro de gran musicalidad. Lo cierto es que nadie ha cuestionado jamás su doble titularidad en Boston (desde 2014) y en Leipzig (desde 2018), lugares donde parece que podría renovar a placer, durante el tiempo que él mismo estime -en la práctica tiene contrato en vigor en Boston hasta 2025 y contrato en vigor en Leipzig hasta 2027-.

Su relación con la Filarmónica de Viena es estrecha y es de hecho un invitado regular a sus temporadas de abono. Con ellos dirigió no en vano el célebre Concierto de Año Nuevo en 2020 y tarde o temprano volverá a protagonizar tan señalado evento. También con los Wiener grabó Nelsons un ciclo completo de las sinfonías de Beethoven (estuve allí, en el Musikverein, para la Novena de ese ciclo, y la recuerdo como algo realmente memorable). Todo esto para decir, ahora con pocas palabras, que la relación entre los Wiener y Nelsons es de plena complicidad, tal y como quedó patente con este Mahler en Salzburgo.

La última sinfonía que el autor bohemio completó antes de su muerte recibió su estreno precisamente a manos de la Filarmónica de Viena, en junio de 1912, a las órdenes de Bruno Walter. Los Wiener son pues, de algún modo, la orquesta más autorizada para encarnar las aspiraciones de esta partitura, realmente sombría y sobrecogedora, con instantes de una belleza arrebatadora e inquietante.

Nelsons logra siempre dirigir con un gesto sumamente plástico a la vez que nítido. Su batuta y sus manos ilustran la música al tiempo que la marcan, con una visible elocuencia. De su lectura de esta Novena en Salzburgo destacaría la impresión general de contención, de extraordinaria concentración en cada compás, tejiendo una tensión continuada y sostenida durante toda la ejecución. El concierto tuvo una fluidez y narratividad realmente impresionantes. 

Y qué decir de los Wiener, una formación que a veces damos por descontado que va a sonar como se espera de ellos, pero que cuando están realmente entonados, cuando suenan motivados y convencidos, pueden ser realmente estratosféricos. Fue el caso de esta versión, con una tersura y refinamiento del sonido realmente asombrosa, especialmente en el caso de unas cuerdas brillantísimas pero a la par cálidas y sedosas, en un Adagio para enmarcar.

Una gran versión, a todas luces, con un Nelsons amable y claro, que no necesitó de grandes aspavientos para llegar al tuétano de la obra. Por su cordialidad y por su musicalidad, por cierto, Nelsons me recuerda cada vez más a quien fuera su mentor, el también letón Mariss Jansons. 

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Es palpable lo felices que se encuentran los músicos de la Orquesta del Mozarteum con el que es ya su nuevo director titular, el español Roberto González-Monjas. Y no es para menos, pues el vallilsoletano -al frente también de la Sinfónica de Galicia desde la pasada temporada- es un músico entusiasta que irradia pasión por su trabajo. El programa presentado en esta matiné era sumamente interesante, con fragmentos de Idomeneo y Thamos, König in Ägypten.

En ambos casos, González-Monjas apostó por recuperar páginas orquestales que a menudo pasan desapercibidas, como el fabuloso ballet de Idomeneo, de una inspiración realmente irresistible, o los interludios orquestales de Thamos, con elementos que recuerdan y preludian La flauta mágica. La propuesta se completaba con diversas arias: las dos de Ilia en Idomeneo ('Se il padre perdei' y 'Solitudine amiche - Zeffiretti lusinghieri') y varias arias de circunstancias, podríamos llamarlas así, que Mozart escribió para cantantes concretas en ocasiones muy precisas: 'Schon lacht der holde Frühlig', para Il barbiere di Siviglia de Paisiello, en 1789, escrita para Josepha Hofer; 'Voi avete un cor fedele', datada en Salzburgo en 1775 para una producción de Le nozze di Dorina de Goldoni; y 'Bella mia fiamma, addio - Resta o cara', un extenso conjunto de recitativo y aria datado en 1787, escrito para Josepha Duschek.

Con los cinco citados fragmentos resultó excelente la labor de la soprano norteamericana Emily Pogorelc, vinculada durante varios años al ensemble de la Bayerische Staatsoper de Múnich. De timbre grato y redondo, un punto brillante, y con gran desparpajo escénico, se fue metiendo en la piel de los distintos personajes de las arias de Mozart. Su instrumento tiene la resonancia ideal para la música del salzburgués y resultó ser una intérprete atenta al texto, desgranado con suma intencionalidad. Sin duda, una voz a seguir de cerca.

Me gustó mucho el trabajo en el podio de González-Monjas, sumamente vibrante y detallista, de gran dinamismo y atento siempre a los balances entre secciones. La Mozarteumorchester es una joya, con ese sonido tan concreto y tan vivo, tan teatral; y la complicidad de sus miembros con el director vallisoletano es palpable. Todo parece anticipar que el encuentro entre esta orquesta y esta batuta puede deparar años muy felices para ambos.

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Algo nerviosa pero en realidad sumamente confiada y segura, María Dueñas deslumbró con su debut en el Festival de Salzburgo. Su presencia se enmarcaba en el concierto que cada año corresponde dirigir al último ganador del concurso de dirección que lleva el nombre de Herbert von Karajan.

En esta ocasión el galardonado había sido el coreano Hankyeol Yoon, de apenas treinta años de edad, quien estuvo al frente de un programa con un estreno de su propio puño y letra (Grium), el Concierto para violín no. 1 de Max Bruch y la Sinfonía no. 6 de Piotr I. Chaikovski.

Podría decirse que María Dueñas llegó, convenció y venció. Su aplomo técnico es extraordinario y su musicalidad es manifiesta. A sus 21 años el talento que exhibe es asombroso. Y ciertamente el concierto de Bruch es una partitura ideal para mostrar sus mejores cualidades como intérprete, virtuosa pero sensible, igualmente diestra en las páginas de delicado lirismo como en los pasajes de vertiginoso desempeño con el arco. Apuesto a que María Dueñas terminará siendo un ídolo en Salzburgo, no tardando mucho.

El trabajo de Yoon en el podio fue sólido, especialmente con el Bruch, aunque en el Chaikovski pareció empeñado en subrayar en demasía su aproximación a cada frase, a cada nuevo motivo musical, como queriendo recalcar su estudio detallado de la obra. Faltó así verdadera fluidez y narratividad en una versión quizá demasiado pensada, estructurada en exceso y algo falta de pasión. En cualquier caso, Yoon dejó muestra de un gesto bien armado y ofreció puntuales destellos de intución y talento, motivo más que suficiente para seguirle de cerca en los próximos años.

Fotos: © SF - Marco Borrelli