Enemigos íntimos
Barcelona. 10/11/24. Gran Teatre del Liceu. Verdi: La forza del destino. Saioa Hernández (Leonora). Francesco Pio Galasso (Don Alvaro). Amartuvshin Enkhbat (Don Carlo). Alejandro López (Padre Guardiano). Luis Cansino (Fra Melitone). Szilvia Vörös (Preziosilla). Giacomo Prestia (Marqués de Calatrava). Moisés Marín (Trabuco). Entre otros. Cor y Orquestra del Gran Teatre del Liceu. Orquestra. Nicola Luisotti, dirección musical. Jean-Claude Auvray, dirección de escena.
Desde los Diez cañones por banda de Espronceda a las Rimas de Bécquer, en todo el Romanticismo literario español - cual cuadro de Esquivel - brillaron y marcaron el camino dos obras de teatro: Don Juan Tenorio, de Zorrilla y Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas. De todos ellos, quien más y quien menos puede recitar algunos versos, algunas lineas... ¿No es verdad ángel de amor? Aunque seguramente en esa fuerza del sino... a más de uno se le atragante la memoria.
Es la maldición de una obra que supuso la eclosión de todo un movimiento, sustentado sobre ideales: héroes, lealtades, venganza, el amor por encima de todo... y el destino como un final irremediable. Era imposible que Giuseppe Verdi, máxime tras Ernani o Trovatore, no cayera atrapado - realmente atrapado - entre sus versos... Una obra oscura para un momento no precisamente luminoso en la vida y la carrera del compositor, incluídas las vicisitudes políticas del risorgimento italiano en aquellos momentos, y que surgiría como respuesta a un encargo de la alta sociedad rusa, estrenándose en el Bolshoi de San Petersburgo, en 1862.
No fue, no es, sin duda, la gran obra verdiana. Sorprendentemente, a este paroxismo romántico Verdi quiso suprimir el suicidio final del protagonista - quedándonos sin aquel "Infierno abre tu boca y trágame! (...) ¡Exterminio! ¡Destrucción" -, lo que desdibuja la cohesión del título, la historia, el carácter de Don Álvaro y todo termina sin una resolución efectiva... del mismo modo que sucede con su comienzo, al pasar tradicionalmente la famosa sinfonía al inicio del segundo acto y dejando el primero a modo de prólogo. Es en esa música instrumental, en la orquesta, donde reside el valor de esta obra, que incluye algunos grandes momentos de escritura solista y a dúo, pero poco más. Un título que le llevaría de cabeza, al igual que el Don Carlo posterior, con el que proseguiría su fascinación sobre el imaginario de nuestro país.
Y sí, la metaliteratura romántica, que también llegó al periodismo - no olviden a Larra - nos ha hecho entender que esta obra parece estar maldita. Hasta tres veces se repite Leonora la palabra Maledizione en su página final, antes de entonar una cuarta y final, que cada soprano canta como puede para sobrevivir. Porque sí, aquí la escritura de Verdi se las trae por momentos, especialmente para el tenor.
Este Don Alvaro fue muy bien cantado por Francesco Pio Galasso, que encontró la fórmula media entre la química que requiere la belleza del canto con la física que exige aquí Verdi. Pendiente de la batuta en todo momento, Galasso demostró técnica para domeñar la intrincada particella que le requiere agudos y fortes por doquier. Fue el protagonista romántico que requiere esta historia y esta música, con un fraseo asentado, cuidado de apoyar cada palabra y suficientemente encendido. A su lado su enemigo íntimo, el Don Carlo de Amartuvshin Enkhbat, que posee un timbre realmente atractivo y una tesitura homogénea. Voz de empaque, elegante a falta de mayor sentimiento y conexión con lo que se está diciendo. Un músico que está llamado a ser uno de los grandes barítonos de su generación.
Completaba el trío protagonista la Leonora de Saioa Hernández, quien volvió a demostrar por qué su instrumento, de bello y rico timbre, con magnífica gradación de color y matices, es uno de los mejores que pueden escucharse en su repertorio hoy en día. Lo digo siempre y me van a permitir que me repita, Hernández narra hasta con la mirada. Su Leonora resulta siempre expresiva, siempre sentida. Hay porqués teatrales en ella. Y eso, en una historia que supone la exaltación del Romanticismo, es imprescindible. Apoyada también en una técnica admirable, dibujó páginas maravillosas como La vergine degli angeli o Pace, pace mio Dio. Saioa Hernández canta desde la verdad y no creo que, como espectador, pueda haber algo más disfrutable que eso. Disfrutar de un arte cincelado desde la honestidad.
Entre los personajes secundarios y comprimarios, destacar la buena labor de Moisés Marín como Trabuco en su breve intervención, la frescura y soltura de Szilvia Vörös como Preziosilla y la estupenda labor de Luis Cansino en el papel de Fra Melitone, que se llevó al público de calle con su canto y su medida comicidad.
Desde el foso, encomiable labor la de Josep Pons, que ha terminado de perfilar una Orquestra con la que Nicola Luisotti ha podido brillar en su debut liceístico, impensable esuchar algo así años atrás. Voy a decir más: la batuta del italiano sin duda bebe de la tradición de los grandes maestros verdianos y puccinianos italianos como Toscanini, Sabata o Muti... y realmente sigue su estela. Es teatralísima, es encendidísima, aunque en ocasiones haga equilibrios sobre la autocomplacencia y tiene el gusto por la intención, por la narración, por el fuego y el color. Por dotar de palabra a los atriles. Hay tensión, hay drama, hay ópera en su batuta. Le siguió eficazmente el Cor del Liceu.
La puesta en escena de Jean-Claude Abray pasa sin pena ni gloria - suerte aquí el poder apoyarnos como espectadores en el foso -, establecida en esa época del risorgimento italiano a la que hacía referencia anteriormente. Sin grandes ni pequeñas ideas que puedan aportar o subrayar la trama, todo ello bien podría valer para Carmen, Los de Aragón o Gigantes y cabezudos (en las escenas de Preziosilla pareciera que se fuesen a arrancar por aquello de "Si las mujeres mandasen", brazos en jarras) y presenta algunos cuadros un tanto bochornosos. El momento de Leonora escondiéndose bajo la tela o el aria de Don Alvaro con una cortinilla que se mueve de lado a lado del escenario... Sí, el Liceu tiene una "maledizione" con las sábanas, pero aquí lo hemos disfrutado todo gracias a las voces y a una batuta, todas ellas verdaderamente bendecidas.