Refinada y vibrante
Múnich. 18/02/17. Bayerische Staatsoper. Rossini: Semiramide. Joyce DiDonato (Semiramide), Alex Esposito (Assur), Daniela Barcellona (Arsace), Lawrence Brownlee (Idreno), Elsa Benoit (Azema), Simone Alberghini (Oroe), Galeano Salas (Mitrane), Igor Tsarkov (L´ombra di Nino). Dir. de escena: David Alden. Dir. musical: Michele Mariotti.
En un Múnich tomado por las fuerzas de seguridad, con docenas de policías apostados en cada esquina, al hilo de la conferencia de seguridad que se desarrolló allí el pasado fin de semana, la Bayerische Staatsoper ponía en escena una más de sus funciones de Semiramide de Rossini, en una nueva producción firmada por el veterano David Alden (Nueva York, 1949). La propuesta, bastante visual, gira en torno a la gran estatua de un mandatario, en un lugar indeterminado pero que evoca el entorno de las ex-repúblicas soviéticas próximas a Asia, con el típico culto a la autoridad. La propuesta de Alden, que acierta sobremanera en el retrato individualizado de cada protagonista, va sin embargo muy poco más allá de ese esbozado código visual, con una dramaturgia que brilla más bien por su ausencia. De hecho, en esta Semiramide la propuesta escénica de Alden es lo que menos entuasiasmo despierta.
Si estas funciones de Semiramide merecen un hueco en la memoria de quienes las hemos presenciado es a buen seguro por el fabuloso trabajo que Michele Mariotti (Pesaro, 1979) desarrolla en el foso. El joven director italiano, actual batuta titular en el Comunale de Bologna, se sitúa sin duda como una de las batutas más prometedoras del panorama internacional y es quizá el único en la senda de los grandes maestros italianos del siglo XX. De hecho, su gesto recuerda de forma evidente al de Abbado pero no como una imitación, como sucede con tantos otros colegas, sino en su caso como el eco natural de un legado.
El Rossini serio suena en manos de Mariotti con una entidad que pocos han sabido conferirle. En su debut al frente de la orquesta de la ópera de Múnich, conjunto a decir verdad poco bregado con las partituras de Rossini, Mariotti consigue un trabajo que demuestra hondura, tensión, lirismo y una extraordinaria capacidad para cantar con los solistas, en la antípodas de un mero y superficial acompañamiento en segundo plano. La obra es compleja, extensa y presenta un difícil equilibrio entre lo monumental y lo íntimo, cuerda floja por la que Mariotti transita con admirable comodidad. Esmerado concertador, recrea una versión musical refinada y vibrante.
Me atrevería a afirmar que esta Semiramide es la actuación de Joyce DiDonato que más me ha convencido hasta la fecha, en un compendio bien aquilatado entre su prestación vocal y su desempeño escénico. Se trataba de su debut con la parte y muestra con ella un dominio que es justo loar, pues el reto no era menor con este papel escrito para Isabella Colbran, extenso y cuajado de exigencias. En buen estado vocal, saca todo el partido posible a un instrumento de centro atractivo y sólido, haciendo pie en un magnetismo innegable, por mucho que su teatralidad recurra a menudo a recursos reiterados aunque eficaces. DiDonato no es una vocalista pluscuamperfecta pero sí es por descontado una artista completa e inteligente. Entre sus virtudes se cuenta el hecho de arriesgar, una curiosidad que le lleva a poner toda la carne en el asador, en ocasiones con afortunados resultados -caso de esta Semiramide- y en otros momentos con menos fortuna -caso de su Maria Stuarda, vista en el Liceu-. En estas funciones de Múnich se muestra cómoda, convencida y convincente, prácticamente en su salsa. Su retrato del personaje tiene halo imperial y al mismo tiempo vulnerable, sumamente seductor.
Daniela Barcellona sorprende mostrando un estado vocal por encima de lo que cabría esperar a estas alturas, con tanta trayectoria ya a sus espaldas. Belcantista consumada, su primera escena solista y sus dos dúos con Joyce DiDonato son a buen seguro algunos de los momentos más aplaudidos de la velada. Diría que en Barcellona la técnica y el estilo se imponen incluso más allá de la naturaleza tímbrica, ya menos afortunada que antaño. Su firmeza en escena, en este papel travestido, eleva la temperatura de no pocas escenas.
Alex Esposito hace justicia al rol de Assur, tarea nada fácil con la sombra de Samuel Ramey en el horizonte. Pocos solistas han conseguido hacer suyo un rol tan exigente que carece de hecho de discografía, más allá del citado bajo norteamericano. Más allá del aseado trabajo vocal, lo que convence sumamente en Esposito es su desenvoltura escénica, el modo en que se mete bajo los ropajes del personaje hasta vivirlo en cada gesto, en cada acento, con un atractivo aire neurótico. Sin duda, lo mejor escuchado a Esposito hasta la fecha y todo un acierto de casting.
La presencia en el reparto del tenor norteamericano Lawrence Brownlee como Idreno es un lujo desaprovechado, en la medida en que se suprime su gran aria del acto primero, Ah, dov´è il cimento, para acomodar la duración de la representación a las exigencias de la estricta agenda del teatro. Estamos, sin la menor duda, ante uno de los mejores tenores belcantistas de la actualidad, con un material fresco, ágil, solvente, de agudos brillantes y coloratura intachable.
Con un timbre rotundo y fireme, Simone Alberghini remataba un cartel prácticamente sin fisuras para una obra compleja, que se programa raramente precisamente por ello, amén de la general exigencia que presenta la partitura para cualquier teatro que se enfrente a ella. Las intervenciones de Galeano Salas (Mitrane), Elsa Benoit (Azema) e Igor Tsarkov (Fantasma de Nino) no desmerecen en absoluto al gran nivel de conjunto mostrado por los protagonistas.