Semiramide DiDonato2

La catedral del belcanto

Munich. 21/07/17. Bayerische Staatsoper.  Müncher Opernfestspiele. Joyce DiDonato (Semiramide), Daniela Barcellona (Arsace), Alex Esposito (Assur), Lawrence Brownlee (Idreno), Nikola Hillebrand (Azema), Simone Alberghini (Oroe), Galeano Salas (Mitrane), Igor Tasrkov (L’ombra de Nino). Chor, Statisterie Opernballet und Kinderstatisterie der Bayerischen Staatsoper. Dir. coro.: Stellario Fagone. Bayerisches Staatsorchester. Dir. Mus.: Michele Mariotti.

"Semiramide" è davvero il capolavoro di Rossini: la sua indiscussa cattedrale belcantistica. E in qualche modo anche il suo testamento". Con estas palabras en su página oficial de Facebook, el joven maestro italiano Michele Mariotti define mejor que cualquier otra introducción a esta crítica lo que esta ópera de Rossini significa en la historia de la lírica universal. Efectivamente, poner en escena este capolavoro del belcanto italiano, esta obra larga, compleja y llena de la mejor sapiencia y maestría rossiniana, es trabajo complicado, pero en Munich, saben lo que es apostar fuerte y serio por un equipo ganador.

La nueva producción de David Alden (Nueva York, 1949), ubicada en una imaginaria Corea del Norte, según palabras del propio director de escena, colocan esta historia de venganza, remordimientos y ambición en medio de un universo donde los totalitarismos condicionan cualquier decisión política. Semiramide, viuda, cómplice del asesinato de su marido y enamorada del que resultará ser su hijo, es un personaje lleno de aristas, heroína y antiheroína al mismo tiempo, quien necesita de una dramaturgia inteligente que sepa vertebrar un libreto donde la fuerza de la ópera recae en su artificio vocal. Alden, inteligente hombre de teatro, sabe hilar la historia con efectivos recursos, ayudado por una escenografía atractiva y cuidada (Paul Sternberg), unas proyecciones de video vistosas (Robert pflanz) y un preciosista vestuario (Buki Shiff), que hace brillar el perfume oriental de la trama. Su base se enriquece con una gran dirección de actores, magistral el enfoque entre frágil y valiente de DiDonato como una Semiramide totalmente irresistible, o un Alex Esposito como Assur, entregado hasta el tuétano a un villano de libro. Además Alden tiene una particular estética, un sello propio que impregna sus producciones y donde lo armónico de los movimientos parece estar de verdad marcado por la partitura. Consigue construir una producción orgánica, onírica y atractiva, si bien su resultado siempre agradará más a unos y menos a otros; pero es imposible no valorar la calidad de un trabajo hecho con minuciosidad y teatralidad.

Hay que quitarse el sombrero frente a la inmersión de Joyce DiDonato con el personaje de Semiramide, escrito para la Colbran pero históricamente interpretado por sopranos ligeras o por divas como Sutherland o Caballé, con peso discográfico e histórico. Joyce consigue hacer suyo el rol, debutado el pasado febrero de 2017 en Munich con éxito de crítica y público. Las razones son varias, pero se pueden resumir en una linea de canto cuidada y siempre en estilo y en unas prestaciones vocales idóneas por timbre, color y técnica que le permiten hacerse con la partitutra, brillando en esos dúos de ensueño, los más hermosos de la obra rossiniana junto a los de Tancredi, y sobretodo por una identificación escénico-vocal, creando un personaje que se queda en la memoria del espectador con la fuerza de los grandes artistas. Es cierto que la voz a veces roza el límite, como en la icónica aria “Bel raggio lusinghier” pero aquí Joyce controla siempre su instrumento con inteligencia, marcando con dulzura su timbre a veces metálico y de sonido fijo, con un dominio del canto legato admirable, sumado todo ello a ese ángel especial que Joyce sabe explotar como pocas. En conjunto, un gran triunfo en estas funciones donde reemprendía el personaje desde su debut a principios de año. Brava!

Grato reencuentro con la mezzo italiana Daniela Barcellona como Arsace, quien demuestra estar en un estado vocal de resplandeciente madurez, como ya se pudo comprobar el mes pasado con su bello Tancredi en el Palau de Les Arts de Valencia. Su timbre cálido, su fraseo natural y la perfección técnica que exhibe en toda la parte, la muestran de nuevo a la altura de las exigencias de Rossini . Empastó con la voz de Didonato a la perfección, elevando sus intervenciones en los dúos al podio de la excelencia. El timbre no tiene ya la belleza del de otras colegas y actoralmente tampoco posee el magnetismo de DiDonato o la implicación de Esposito, pero su nobleza comunicativa y sereno dominio técnico, la auparon al éxito frente a un público que la premió con sus mejores bravos.

Alex Esposito se creyó su arrogante, engreído y ambicioso personaje desde su primera intervención. La voz, de proyección ajustada, supo administrarla con notoria fluidez, para llegar con suficiencia a esa escena final de la locura que es toda una muestra de la genialidad y exigencia del mejor Rossini. El instrumento, no muy generoso en timbre ni color, sonó con autoridad y seguridad. Idreno es un personaje de arias imposibles, solo al alcance de los mejores intérpretes de Rossini, entre los que se encuentra sin duda Lawrence Brownlee. Su timbre de atractivo brillo, algo nasal pero siempre bien proyectado, sumado a una facilidad innata, de sonido natural en el registro agudo, lo encumbró al éxito personal. Coloraturas fluidas, agudos como agujas resplandecientes y un fraseo meloso, que combinó con sabiduría a las órdenes de un Michele Mariotti que se convirtió en el cómplice ideal de todo el reparto. Algo impersonal el Oroe de Simone Alberghini, y efectiva la Azema de Nikola Hillebrand, con el resto del reparto siempre en estilo y sin fisuras.

Pero si esta producción de Alden de extraño atractivo tiene como estrella indiscutible a Joyce Didonato, en una de sus mejores creaciones de los últimos años, es verdaderamente la batuta desenvuelta, estilosa, elegante y minuciosa de Michele Mariotti quien emerge desde el foso con la maestría de un director musical poco propia de su juventud. Su Rossini, sigue la estela de un Abbado, por la claridad del discurso, la brillantez del enfoque y el cuidado a la hora de mostrar una orquestación rica y exigente. Pero también es justo alumno aventajado de la concepción arquitectónica del Rossini alla Chailly, donde los in crescendo y ritmo impuesto por la partitura rossiniana nunca suenan efectisitas, ni desmesurados, tienen la hermosura de lo apolíneo, alumbrados por el clasicismo belcantista en su mejor escuela. Ya la obertura  fue pura delicia, con todas las secciones en perfecta armonía, metales dulces, cuerdas homogéneas y vientos virtuosos. La partitura fluyó con armonía hasta el último compas, construyendo una verdura catedral sonora rossiniana. ¡Inolvidable!.