Michele Mariotti: “En la música hay pocas reglas escritas”
Apunten el nombre de Michele Mariotti (Pesaro, 1979). A buen seguro es un director a seguir. En la estela de las mejores batutas italianas, se va haciendo un hueco cada vez más relevante en el panorama lírico internacional. Estos días ha debutado en la Bayerische Staatsoper de Múnich al frente de una espléndida versión musical de Semiramide de Rossini. A finales de 2016 hizo lo propio en la Deutsche Oper de Berlín, con Les Huguenots de Meyerbeer en el debut de Juan Diego Flórez como Raoul. Director musical titular del Comunale de Bologna desde 2014, Mariotti habla con serenidad, ponderado y reflexivo, acerca de su infancia en Pesaro, su actual labor en Bologna y su actitud cuando empuña la batuta.
Tengo la sensación de que es uno de los pocos directores italianos que parecen ligados de forma natural a la gran tradición de batutas de su país.
Gracias. Si por eso se entiende amor por nuestra tradición, amor por el trabajo con los cantantes y la orquesta, entonces es todo un cumplido.
Démosle la vuelta a la cuestión: ¿qué es la tradición italiana para alguien como usted?
Sobre todo amar el patrimonio y no avergonzarse de nuestra herencia. El primer Verdi, por ejemplo, es mucho más relevante y valioso de lo que a veces han defendido los propios italianos, en contraposición al Verdi maduro. He hecho ya I due Foscari y Attila, vendrán I Lombardi e I Masnadieri. Quiero hacer este repertorio y hacerlo con la misma seriedad y respeto que cualquier otro repertorio más maduro. Cualquier ópera es valiosa, con sus puntos fuertes y sus puntos débiles; nuestra obligación es mostrar los puntos fuertes y ponerlos en valor. A veces tengo la sensación de que ser tomado en consideración como un director de belcanto sea algo negativo, casi despectivo, como si hacer Bellini fuese algo de segundo orden frente a otros repertorios. Pero es que dirigir belcanto es enfrentarse también a Verdi, incluso a Strauss, por qué no; es una cuestión de óptica más que de repertorio. Lo más importante es entender que acompañar una voz no quiere decir seguir a un cantante e ir tras él, sino cantar con él, hacer música de forma conjunta. Y esto es un reto, sobre todo trabajando en determinados repertorios y con determinadas orquestas: en unos casos por falta de hábito y en otros por exceso de rutina. Pero hay que hacer ver a una orquesta que debe ser tan protagonista en su labor como los cantantes lo son sobre el escenario. Detalles, sfummature, colores… en pocas palabras, el sonido, ni más ni menos; hay que buscarlo, trabajarlo, tener claro lo que se busca.
A menudo se presupone, equivocadamente, que en el belcanto sí puede acompañarse a una voz, en el sentido de seguirla e ir tras ella. Y en cambio nadie piensa que se se pueda meramente acompañar a un solista en Wagner.
Exacto. Yo sinceramente no lo entiendo. Es la diferencia entre acompañar y dirigir: acompañar no quiere decir seguir sino “hacerse compañía”. Siempre me pregunto: ¿qué diferencia hay entre un director que trabaja con un cantante y otro que lo hace con un solista al piano o al violín? Ninguna, no debería haberla; en ambos casos se trata de recorrer juntos un camino.
Dirigiendo un Rossini en el foso de Múnich entiendo que habrá tenido que enfrentarse precisamente a este reto. ¿Hasta qué punto es distinto el reto en un foso italiano y en uno centroeuropeo, para bien y para mal?
Es más bien una cuestión de hábito, no de ignorancia. Esta orquesta de la Bayerische Staatsoper interpreta Rossini de una manera fabulosa y ninguno de los músicos había tocado jamás una sola nota de Semiramide, más allá de la obertura.
Viene de hacer Les Huguenots en Berlín y ahora Semiramide en Múnich. Habrá quien lo vea como la consagración alemana de un joven talento italiano.
No, en absoluto. No he trabajado antes en Alemania porque no podía disponer de ensayos suficientes, ni más ni menos. Claro que ha ha habido ofertas, propuestas… pero sólo en casos como estos dos, con nuevas producciones, se dispone de más de cuatro semanas de trabajo para desarrollar una versión musical a fondo. Debutar en Alemania para poner una “x” en mi agenda es algo que nunca me interesó. La carrera no se hace a base de cantidad sino a partir de la calidad. Lo importante no es llegar rápido a un sitio, sino regresar, dejar un buen sabor de boca.
Actualmente es el director musical titular del Comunale de Bologna. ¿Cuál es su proyecto artístico allí?
Aunque también he dirigido allí Rossini, hasta la fecha he concentrado mi atención sobre todo en Verdi y de hecho haré pronto Don Carlo. Esta misma temporada tengo por delante mi debut con Lucia di Lammermoor. También debutaré antes con el díptico de Cavalleria rusticana y La voix humaine. Haré también Don Giovanni, título que me faltaba. Para la próxima temporada me espera Bohème y estoy intentando hacer mucho sinfónico; en Bologna cada temporada hago seis o siete conciertos de sinfónico, con Mahler, Sibelius, Bartók… ¿Sabe? Siempre he rechazado las etiquetas. Que yo adore la ópera no significa que sea mi único interés y por eso me afano en cultivar el sinfónico en mi agenda; es importante escapar de las etiquetas.
Cuénteme más sobre sus próximos proyectos.
Este verano estaré en Salzburgo con I due Foscari con Plácido Domingo. También inauguro la temporada de Amsterdam con La forza del destino, en una producción de Christof Loy. Mi regreso a la Scala tendrá lugar algo más adelante, con un Verdi.
¿Y tiene planes en España?
En España he dirigido conciertos y no pude asumir una invitación importante de un teatro para estar al frente de una producción, por motivos de agenda. No obstante en diciembre dirigiré un Requiem de Verdi en Tenerife.
La soprano Olga Peretyatko es su pareja. Cuando la entrevisté me confesó que ambos habían decidido llevar sus dos carreras profesionales por separado. Son una pareja, pero no una pareja profesional digamos.
Sí, es una decisión de la que nos alegramos, sin duda. Somos pareja pero no somos una pareja profesional. Eso crearía problemas para todos; para ella, para mí, para nuestros representantes, para toda nuestra gente y amigos. Las cosas están bien así, es una decisión acertada.
Creo que en España no son apenas conocidos sus orígenes, tampoco el hecho de que su padre fuera intendente en Pesaro y su relación con Rossini desde niño, en esa ciudad.
Rossini fue la música de mi infancia. Sin poderlo siquiera elegir, de un modo natural, su música estaba conmigo conforme crecía, es algo inevitable en Pesaro. Me siento libre y feliz con Rossini, creo que lo conozco bien. Desde niño he asistido en teatro a los ensayos de los más grandes, una y otra vez. Eso deja una huella imborrable, me siento afortunado por ello. No obstante siempre tuve claro que debía construir mi carrera lejos Pesaro. Cuando regresé allí yo ya era un director más o menos asentado, designado director principal en Bologna por entonces. Mi carrera empezó fuera de Pesaro y eso me ayudó a ganar autonomía y confianza en mí mismo, sin duda.
Es curioso porque creo que nunca ha desempeñado su labor como asistente, como sucede en el caso de tantos colegas. Su trayectoria es singular porque digamos que saltó a la dirección de orquesta profesional apenas tras salir del conservatorio.
Sí, sólo he ejercido de asistente en una ocasión, en unos ensayos para Alberto Zedda. Tuve la suerte de que conforme me diplomé como director de orquesta, pude empezar a trabajar. Mi debut fue en 2005 con El barbero de Sevilla, con apenas veintiséis años. Tuve después la fortuna de llegar a Bologna justo cuando Gatti partía de allí.
Son doce años de carrera en ascenso imparable, sin prisa pero sin pausa.
Nunca tuve prisa, ni la tengo ahora. La carrera consiste en dar los pasos justos, incluso a costa de posponer algunas cosas de modo que lleguen cuando tienen que llegar. Nunca he querido sobrevalorarme, exagerar las cosas; soy alguien que concibe la carrera profesional de forma muy ponderada. Para mí la trayectoria como director no es una competición, si acaso una carrera de fondo. Es una decisión que trae consigo buenos frutos porque te obliga a estar siempre bien preparado para aquellos compromisos que llegan.
¿Cuáles diría que son sus referentes, tanto del pasado como hoy en activo?
Para los italianos es obligado mencionar a dos grandes referencias, Claudio Abbado y Riccardo Muti. Muy diferentes entre sí, son dos autoridades a las que todos tenemos presentes. Ahora tenemos otra gran generación, la de Daniele Gatti y Riccardo Chailly. Yo nunca he sido un gran melómano, en el sentido de un obseso de las versiones, los discos y demás. Pero sí busco el sonido de los directores de antaño. No me interesan demasiado los tiempos, pero sí me interesa el sonido, cómo se crea un carácter, una atmósfera. Pienso en Celibidache, en Walter, en Furtwängler, en Haitink… Bernstein es una figura referencial, inspiradora, un genio de esos que conseguían convertir cualquier cosa en algo mágico.
Algunos directores piensan que se aprende verdaderamente a dirigir en un foso, en teatro, mientras que el repertorio sinfónico permite desarrollar más tarde una personalidad más honda y singular. ¿Estaría de acuerdo con esta afirmación?
No le sabría decir, la verdad. Cada vez tengo más claro que en la música hay pocas reglas escritas. Por mí experiencia, sí puedo decir que la ópera me ayuda a hacer mejor el sinfónico; pero el sinfónico es a mi ver tan indispensable como el trabajo de foso. El modo de entender el fraseo en un teatro es algo que yo traslado también a mi forma de trabajar con el sinfónico.