El Arte tiene leyes que la Ley no entiende

Múnich. 28/01/2016. Bayerische Staatsoper. Poulenc: Dialogues des Carmelites. Christiane Karg (Blanche), Sylvie Brunet-Grupposo (Madame de Croissy), Susanne Resmark (Mère Marie), Anne Schwanewilms (Madame Lidoine), Anna Christy (Soeur Constance), Rachael Wilson (Soeur Mathilde), Laurent Naouri (Marquies de la Force), Stanislas de Barbeyrac (Chevalier de la Force) y otros. Dirección de escena: Dmitri Tcherniakov. Dirección musical: Bertrand de Billy.

Estrenada en la temporada 2009/2010 bajo la batuta del entonces titular Kent Nagano, esta producción de los Diálogos de Carmelitas de Dmitri Tcherniakov dio lugar no hace tantos meses a un contencioso en los tribunales franceses, hasta el punto de haberse prohibido la distribución del DVD que recogía esas citadas funciones de su estreno. No obstante, haciendo oídos sordos a la voluntad de los herederos de Poulenc y Cocteau, y en lógica coherencia con su compromiso artístico, la Ópera de Múnich siguió adelante con sus planes para reponer la producción en la presente temporada, ahora bajo la batuta de Bertrand de Billy con la soprano Christiane Karg como Blanche.

Les confieso mi estupor ante el desenlace legal de la cuestión, pues si bien Tcherniakov altera el final original, no atenta con ello en modo alguno contra el espíritu de la obra, sino que paradójicamente ofrece una resolución sin cabe más coherente e íntegra del mismo. Y es que Tcherniakov asimila al fin y al cabo la vida de Blanche, con gran coherencia, a la Pasión de Cristo, en no casual correspondencia entre las doce horas de dicha Pasión y las doce escenas de los Diálogos de Carmelitas. Sucintamente, el impactante final original nos muestra a las sucesivas hermanas cayendo bajo la guillotina, mientras que la óptica de Tcherniakov expone a Blanche como una suerte de víctima propiciatoria que se inmola para salvaguardar la vida de sus hermanas, al modo de Cristo sacrificándose por la humanidad. Al mismo tiempo, Tcherniakov borda la recreación de la vida de Blanche como una suerte de conquista del miedo, desde esa primera escena en la que se percibe aislada en mitad de un ambiente urbano que le resulta hostil, hasta esa última escena en la que se vence a sí misma, regresa al convento y se entrega para salvar a la comunidad, a costa incluso de su propia vida. Así las cosas, está visto que el Arte tiene leyes que la Ley no entiende.

En todo caso, lo que menos funciona es la realización misma de esa idea, ya que Tcherniakov insiste, como en otras ocasiones (su Macbeth, sin ir más lejos) en reducir la gran caja escénica a un minúsculo espacio, una cabaña que a buen seguro no ofrecerá demasiados ángulos a los espectadores situados en los laterales y en los pisos más altos del teatro. Tres cuartas partes de la acción transcurren en el interior de esa cabaña, por momentos con una composición más cinematográfica que teatral. A la representación le falta intensidad, lastrada por cierta asepsia, como si fuese más un experimento milimetrado que una historia verosímil. Seguramente, al tratarse de una reposición, la diferencia por cuanto hace a la dirección de actores de la producción sea notable en comparación con las funciones de su estreno. 

Por desgracia, la tibia versión musical sostenida por Bertrand de Billy no ayuda a incrementar la densidad dramática de la representación, que por momentos osciló hacia el tedio, cuando no hacia la indiferencia; lo cual es un crimen ante una música tan acabada y eficaz (previsible, sí, pero eficaz). De hecho, de no ser por la siempre sobresaliente realización musical del foso de la Ópera de Múnich, la función habría perdido muchos enteros, con una batuta de De Billy mucho más alicaída que cuando le escuchamos al frente de esta misma obra en abril de 2011, en el Theater an der Wien, entonces con la producción de Robert Carsen.

En el apartado vocal, la soprano Christiane Karg debutaba con la parte de Blanche y dejó un sabor de boca irreprochable. Su canto es limpio, esmerado y bello; su actuación intensa aunque no afectada. En contrapunto, Sylvie Brunet-Grupposo es una Madame de Croissy casi sofocante, de una expresividad que no cesa, dicho sea como un cumplido, ya que a pesar de unos medios vocales más modestos, consigue elevar la temperatura de la representación con su gran escena. A la parte de Madame Lidoine, Anne Schwanewilms aporta ese lirismo tan suyo que encandila, esa capacidad para generar un sonido que flota como etéreo y sublime. Más acabada y firme vocalmente la Soeur Constance de Anna Christy que la Mère Marie de Susanne Resmark, con un instrumento menos capaz aunque muy comprometida con la producción. Laurent Naouri demuestra mantenerse en forma con un impecable Marquies de la Force, mientras que el joven tenor Stanislas de Barbeyrac es un Chevalier de la Force impecable de estilo pero limitado en la franja agudo, por una general falta de apoyo en la emisión.