Goerne Petrenko Bayerische

Volver a empezar

Múnich. 08/10/2017. Bayerische Staatsoper. Obras de Mahler y Brahms. Matthias Goerne, barítono. Dir. musical: Kirill Petrenko.

Cuando sientes como si estuvieras escuchando una sinfonía por vez primera, aunque creías tenerla memorizada. Ese es Petrenko. Un genio absoluto, un talento musical superdotado, cuyos conciertos y representaciones operísticas en Múnich son visita obligada, antes de su marcha a Berlín. Son ya incontables las ocasiones en las que he tenido esa misma impresión escuchando una obra en manos de Petrenko: desde un respeto escrupuloso a la partitura, consigue revelar sus secretos más ocultos con una claridad inédita. Lo mismo testimonian quienes trabajan con él, cantantes e instrumentistas. Estos conciertos de octubre abrían la temporada propiamente dicha con Petrenko en Múnich, tras una exitosa gira por Asia.

Con una selección de lieder de Des Knaben Wunderhorn, Matthias Goerne exhibió en la primera parte su maestría como liederista, evidenciando atravesar un momento de dulce madurez. Lo confieso: siempre he tenido ciertos reparos por su emisión, un tanto bronca, no siempre limpia y liberada, pero he de reconocer asimismo su indudable buen hacer con el fraseo y el texto. La voz por momentos se antoja más bien la de un bajo-barítono que la de un barítono propiamente dicho, habida cuenta de sus puntuales tensiones y trucos para resolver el agudo. La conexión con Petrenko fue evidente desde el primer compás y surgió la magia, esa que parece reservada a unos pocos intérpretes y a unos pocos conciertos. Juntos alcanzaron una expresividad extraordinaria y trascendente. Imponente el Ulricht y sobresaliente Der Tambourg'sell, recreando con suma teatralidad las miserias de la guerra y la dura vida de los soldados.
 
Les parecerá que exagero, a buen seguro, pero desde Fürtwaengler no he escuchado un Brahms semejante al que Petrenko ha firmado en estos conciertos. Lejos de cualquier tentación preciosista y contemplativa, el romanticismo es aquí la dialéctica entre la calma y la tormenta. Por momentos crispado y agresivo, con un acento a veces seco e hiriente y con una articulación a menudo virulenta pero extraordinariamente nítida, Petrenko evitaba regodearse en un fraseo ampuloso y pagado de sí mismo, tan contemplativo y exhibicionista como hueco y tan frecuente por desgracia en el caso de otras interpretaciones de este compositor. Y es que no es el de Petrenko un Brahms monumental sino sentimental; un Brahms que no es fósil sino entrañas.
 
En este juego los momentos de lirismo, verdaderamente extraordinarios, comparecen como éxtasis, verdaderas iluminaciones, como si fuesen la catársis que resuelve una insostenible tensión. Colosal por ejemplo la coda final del Allegro ma non troppo, como el aire trascendente del Andante. Fabuloso el tono juguetón y grazioso, con resonancias de vals, del Allegro giocoso. Y apabullante la resolución final de la sinfonía, a partir de ese marcado rallentando.
 
Petrenko dirige como si le fuera la vida en ello, con un gesto nítido, enérgico y clarividente. Es un espectáculo en sí mismo verle hacer música, buscar cada matiz, corregir cada nota, dialogar con los músicos uno por uno. Su orquesta responde, no en vano, como un traje hecho a medida. Juntos brindaron un Brahms sumamente bello, intenso, nuevo e inolvidable. Con esta Sinfonía no. 4 pareció como si volviésemos a empezar, como si todo el Brahms escuchado antes no perteneciera al mismo género que éste.