Carmen Elina Garanca Bryan Hymel C W. Hosl

 

Carmen, la codiciada

Múnich. 15/02/2018. Bayerische Staatsoper. Bizet: Carmen. Elïna Garanča (Carmen), Bryan Hymel (Don José), Alexander Vinogradov (Escamillo), Golda Schultz (Micaela), Sean Michael Plumb (cabo Morales), Callum Thorpe (sargento Zúñiga), Hohannes Kammler (el Dancairo), Manuel Günther (Remendado), Gabrielle Philiponet (Frasquita). Dir. escena: Lina Wertmüller. Escenografía y vestuario: Enrico Job. Iluminación: Franco Marri. Dir. musical: Karel Mark Chinchon.

Cuando una ópera da sus primeros pasos recibiendo “una de cal y otra de arena” entra dentro de la lógica genética que esta dinámica se pueda perpetuar. Carmen en uno de esos títulos no aptos para aquellos que lidien con problemas de tiroides, en unas ocasiones sales exaltado y en otras desconsolado, molestándote hasta su orquestación – que, por otra parte, ejecutó con cierta celeridad –. Desconozco si Bizet arrastraba problemas símiles – otros muchos desde luego acumulaba –, pero el fiasco del fracaso en su estreno en la ópera de París es señalado en no pocas ocasiones como uno de los motivos para que, pocos meses después, estuviese viendo crecer las margaritas desde abajo, no pudiendo saborear su posterior éxito.

Esta Carmen es de las convencen por prácticamente todo lo que le circunda. Empezando por la puesta en escena de Lina Wertmüller (1992), a la que el paso de los años parece otorgarle buenos aromas. Es costumbrista y simple, véase como virtud o como defecto, tanto que consta de un elemento central, una especie de loma que parte a mitad de escenario y cuyo fondo alterna entre la fábrica de tabaco (tras una reja de forja en primer plano), la catedral, la sierra y una plaza de toros, una por cada respectivo acto. Pese a la fragilidad de sus elementos éstos se muestran suficientes como para que la escena fluya (con óptima iluminación del florentino Franco Marri) y pueda acoger a la ingente cantidad de comensales invitados por Bizet a este banquete, amén de posicionarlos como corresponde en aras de una correcta concertación.

La bipolaridad de Carmen se debe también a que en no pocas ocasiones nos encontramos un notable desequilibro en el cast, pues los teatros se suelen contentar con asentar una de las patas del banco y calzar sin más las restantes. La Staatsoper no solo posicionó bien a Carmen, sino que no se olvidó del resto de roles, en especial del de Micaela, conducida con notoria solvencia de la mano de Golda Schultz, quien si bien casi por casualidad cayó en el Opernstudio de la ópera muniquesa se asienta internacionalmente como un valor seguros gracias a un instrumento cremoso y preciso. Alexander Vinogradov tuvo el gran escollo de que en nuestros oídos aun resonaba el Escamillo de Carlos Álvarez. Vinogradov se mostró como un torero de timbre plácido, voz amplia, contundente y precisa, si bien estas características desembocaron en un resultado bastante monótono. Bryan Hymel (don José) es uno de los tenores líricos con más intención musical de la escena actual, y aunque su voz sigue sin convencernos por sus notorios esfuerzos en el agudo – y los desajustes que conlleva –, en ocasiones como la presente suple sus carencias con un grato trabajo en escena.

Elïna Garanča es de esas “carmenes” que se deberían perpetuar, y quizás por ello es, a día de hoy, la más codiciada por los teatros. Abandona por voluntad propia la sensualidad que demanda a gritos el personaje y en la que otras voces asientan su actuación, y se lanza a seducirnos con su instrumento, completo, rico en dinámicas, pero nunca excesivo, pulcro, preciso y además expresivo. Por su agenda y su trayectoria sabemos que es un papel que tiene ya las piernas cortas, así que no podemos sino animar a nuestros lectores a que hagan un esfuerzo para asistir a una de las contadas ocasiones en las que Garanča se volverá a colgar los paños gitanos.

Siempre puede haber un retrogusto amargo en todo dulce que se precie – en parte hasta ayuda a apreciar el resto –, y en esta ocasión lo propició Karel Mark Chinchon, a quien las prisas no ayudaron. Desconocemos el motivo, pero su ansia le llevó a tal extremo que no dudó en arrancar el preludio con la platea de cháchara y las luces del teatro aún encendidas. Esta premura fue la única constante en su dirección, ensuciando en parte lo que hubiese sido una sobresaliente actuación por parte de la orquesta y las formaciones corales de la Staatsoper, de las que destacaríamos en particular la pulcritud y buen hacer en escena del Kinderchor.