Barenboim Wiener Festtage2018 Thomas Bar 

Spring is coming

Berlín. 24/03/2018. Philharmonie. Festtage. Mahler: Sinfonía no. 7. Wiener Philharmoniker. Dir. musical: Daniel Barenboim.

Forma parte del refranero popular español aquello de que “unos cardan la lana y otros se llevan la fama”. Pues bien, Gustav Mahler tiene fama de ser un compositor predominantemente trágico. E igualmente sobre Daniel Barenboim corre la impresión de que no es un gran mahleriano. El concierto de apertura de la Festtage berlinesa, en su edición de 2018, desmentía de cabo a rabo ambas convicciones. Y es que a buen seguro no hay partitura menos trágica en todo el catálogo mahleriano que la Sinfonía no. 7. La llamada Canción de la Noche se compuso entre 1904 y 1905, para estrenarse en Praga en 1908; y supone una de las partituras más vanguardistas del autor austríaco. Es, a buen seguro, una de las partituras más complejas de todo su catálogo sinfónico y por ello mismo una de las sinfonías menos grabadas -no llegó al disco hasta 1950, con Hermann Scherchen- y menos populares de su ciclo.

Por otro lado, reivindicar a Barenboim a estas alturas sería un absurdo, pero poner en valor su trayectoria como mahleriano, en cambio, sí merece la pena. Y es que a menudo se olvida que tiene incluso un notable catálogo discográfico en relación a Mahler: grabó su Sinfonía no. 5 con la Chicago Symphony Orchestra en 1997; Das Lied von der Erde con esa misma formación y con Waltraud Meier y Siegfried Jerusalem en 1991; la Sinfonía no. 9 con su Staatskapelle de Berlín, en 2006; los Kindertotenlieder con Waltraud Meier y La Orquesta de París en 1988; y por descontado una grabación ya mítica, con Dietrich Fischer-Dieskau, con Barenboim al piano e incluyendo Des Knabe Wunderhorn y los Lieder fines fahrenden Gesellen.

Lo que escuchamos en la Philharmonie fue una completa y absoluta filigrana. Un delirio, tanto por la exactitud con que los Wiener Philharmoniker y Barenboim hicieron justicia a esta partitura como por las cotas de expresividad que alcanzó su versión, que parecía saludar a la llegada de la primavera con sus ecos y sonoridades. Esta partitura abrumadora, sorprendente, a veces risueña, a veces enloquecida, sin duda misteriosa pero a veces tan sencilla que admira, no pudo encontrar en verdad mejor traducción que la que Barenboim y los Wiener dispusieron. En Barenboim admiran la entrega, la seguridad -muy pegado a la partitura, pero no dependiendo de ella- y sobre todo la imaginación, la natural vocación que hay en su alma de músico para frasear con hondura y belleza. Los dos famosos Nocturnos que flanquean el Scherzo trajeron consigo un inconfundible sabor a esa Viena Fin-de-siècle.

Y es que verdaderamente en esta sinfonía se siente y se escucha el cambio de un siglo a otro, es algo palpable, pues no hay quizá una sinfonía tan preñada al mismo tiempo de clasicismo y vanguardia como esta en todo el catálogo mahleriano. Hay una genial mezcla de agotamiento y exageración en su música, con guiños casi excéntricos, desde la trompa tenor que abre el primer movimento a las intervenciones postreras de la guitarra y la madolina. El brillantísimo y acabado sonido de la Filarmónica de Viena rozó el ensueño, firmando con Barenboim una versión a la que no podía pedirse nada más. Qué mejor manera que ésta de saludar a la recién llegada primavera, en un Berlín soleado y cálido por momentos.