Ellas
París. 27/06/2018. Ópera de París. Verdi: Il trovatore. Sondra Radvanovsky, Marcelo Álvarez, Anita Rachvelishvili, Zeljko Lucic y otros. Dir. de escena: Alex Ollè. Dir. musical: Maurizio Benini.
En ocasiones una anodina dirección musical y una desnortada producción pueden reducir una representación de ópera a un mero desfile de voces, unas con más fortuna que otras. Eso mismo sucedió con este Trovatore parisino, reposición de la nueva producción estrenada en febrero de 2016, entonces con Anna Netrebko como principal atractivo del reparto.
Para esta ocasión se reunió a un elenco desigual, donde brillaron con luz propia las féminas. Singularmente la soprano norteamericana Sondra Radvanovsky, quien lleva dos décadas ya paseando su imponente Leonora por medio mundo. Es verdaderamente apabullante su control del papel, con una voz regulada a placer, capaz de filados imponentes, trinos ejemplares y un canto spianato de subyugante media voz. Radvanovsky está en momento admirable, exhibiendo una seguridad técnica al alcance de muy pocas. Su “D´amor sull´ali” fue monumental, lo mejor de la noche sin duda alguna. No en vano, en una función ulterior, el público consiguió que Radvanovsky bisara esta página. Su Leonora, con todo, se sitúa por méritos propios a la altura de las más grandes, de Gencer a Caballé pasando por Price o Callas.
A su lado destacó también la contundente Azucena de la joven mezzo-soprano georgiana Anita Rachvelishvili (Tbilisi, 1984). El material, de atractiva oscuridad y esmalte, es amplio y suena fácil, sin forzar nunca las costuras. Rachvelishvili resuelve la tesitura de Azucena con comodidad y su trabajo en escena resulta intenso y esmerado. Una cantante sin duda a seguir, muy especialmente con su anunciado debut como Éboli, precisamente en París, en un par de años.
Aunque entusiasta y entregado, qué duda cabe, el Manrico de Marcelo Alvarez fue francamente decepcionante. Fraseado a golpes, esforzado con la tesitura, aupándose al agudo a base de mero empuje físico, en su Verdi hubo de todo menos belcanto. Mucho mejor resultó el Luna de Zeljko Lucic, quien a pesar de la sonoridad mate de su instrumento, consigue resolver sin esfuerzo la empinada tesitura del rol. La voz suena grande y raramente liberada, pues en verdad no tiene punta ni tampoco demasiado color. Lucic es en todo caso un cantante solvente y elegante, y su Conde de Luna fue buena prueba de ello.
La producción de Alex Ollé es muy poco ocurrente y resulta un tanto torpe y zafia por momentos, de tan escasa que es su inspiración. Verdaderamente no hay propuesta dramática alguna, más allá de una escenografía formada por unos casetones que suben y bajan a modo de tumbas/murallas/trincheras, en una ambientación que pretende trasladar la acción al contexto de la Primera Guerra Mundial. Mucho ruido y pocas nueces para una producción que se ha puesto en pie, nada menos, que en colaboración con las óperas de Roma y Amsterdam.
Tosca labor en el foso de Maurizio Benini, claramente pasado de decibelios y alborotado en los momentos más vigorosos de la partitura verdiana. Supo al menos acompañar con esmero a los cantantes en las páginas de mayor lirismo. La orquesta de la Ópera de París tampoco pareció tener su mejor noche, con un sonido parco en colores, de articulación gruesa y con palpables desajustes en el metal.