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Lied en el ADN

Munich. 23/07/2018. Bayerische Staatsoper. Concierto de lied con obras de Debussy y Schumann. Christian Gerhaher (voz), Gerold Huber (piano).

Hay cantantes a los que, si les hicieran un estudio genético, aparecería en él un gen diferente al resto de las voces que se dedican a la clásica o la ópera: el gen “lied”. Un gen que, irremediablemente el aficionado a este maravilloso género identifica sin tener que recurrir al laboratorio. Hay multitud de detalles que delatan al o a la cantante poseedores de este don (porque es don de los dioses, estoy seguro). Sería prolijo y aburrido para una crónica hacer un listado, pero como ejemplos podemos destacar la interrelación entre pianista (también poseedor del gen, sin duda) y el cantante; el amor y la pasión que se transmite en cada frase; el vínculo que une al público (generalmente ya aficionado, no se suele ir a un concierto de lied por snobismo como puede ocurrir en otros acontecimientos musicales) con los artistas, recreando la intimidad que el compositor ha creado con su música y que, milagrosamente vuelve a surgir años, siglos después. No sigo. Los apasionados al lied somos un poco hooligans y podría no parar. Me ceñiré pues, a narrar, si es posible narrar la belleza que enamora, el concierto que Christian Gerhaher y Gerold Huber (en sustitución del programado Piotr Beczala) ofrecieron dentro del Festival de Ópera de la Bayerische Staatsoper.

Este concierto tenía una dedicatoria. Hará en este otoño treinta años, dos jóvenes estudiantes asistieron a un concierto que, en el bello teatro Cuvilliés de la Residencia de Múnich, ofrecían el  barítono Hermann Prey (uno de los grandes liederistas del siglo XX)  y el pianista (y director) Wolfgang Sawallisch. En el programa, dos obras de Robert Schumann que les impactaron, especialmente al estudiante de canto: Zwölf Gedichte (los Kerner lieder) op. 27 y el famoso Dichterliebe op. 48. Gerhaher, el cantante, propuso a su amigo, el pianista Gerold Huber, dedicar parte de su carrera a ese mundo del lied que les había impresionado tanto en ese concierto. Y hasta ahora. Por eso, ambos artistas querían dedicar esa noche su trabajo a Prey y Sawallisch. Una historia muy  especial.

El programa (amplio, veinticuatro lieder la primera parte, quince la segunda, más dos propinas) se abría en cada una de sus partes con tres piezas de Debussy. Los tres primeros, llamados Chansons de France, son tres canciones de 1904 donde el compositor parece querer liberarse de cualquier influencia contemporánea y buscar la esencia de la música antigua francesa. Elige tres poemas (el primero y el tercero del renacentista Charles d’Orleans –Rondels I y II–, el segundo obra de Tristán L’Hermite –siglo XVII–, La Grotte) que él considera que representan el genuino espíritu francés. Apoyado en las partituras (no sé si por la premura a la hora de preparar el concierto o por más seguridad a la hora de cantar, aunque ese apoyo siguió en un repertorio que controla más como era el dedicado a Schumann), Christian Gerhaher cantó con impecable francés estas canciones con pocos adornos, casi monacales, pero que reflejan un momento muy especial en la vida de Debussy. Mucho más interesantes resultaron las otras otras tres canciones que abrían la segunda parte y que son Trois poèmes de Stéphane Mallarmé. Fueron el último grupo de chansons que compuso Debussy y, consideradas una obra maestra de su producción, compendian en tres pequeños momentos la esencia de su arte, de su estilo. Especialmente Éventail, el último,es puro Debussy, el de Pellèas, el que nos transporta a otros mundos imaginarios y simbólicos. No sólo Gerhaher se lució aquí, también Huber pudo, gracias a los bellos colores de la parte instrumental del poema, mostrar toda su valía. Y esto me da pie para abrir un pequeño paréntesis.

El trabajo del pianista “acompañante” no es, cómo ese calificativo señala, simplemente de complemento al cantante. El lied es voz y piano (casi podemos decir que siempre). No son dos entes diferenciados ni predomina uno sobre el otro. Sí que a la hora del reconocimiento siempre se habla del cantante pero ninguna actuación puede ser redonda si el trabajo del pianista no está a la misma altura del otro intérprete. Los compositores, los grandes, crean verdaderas joyas instrumentales donde se apoya por lo general la voz, pero que a veces también brillan individualmente. Quiero romper una lanza por estos músicos excepcionales, que, haciendo un trabajo maravilloso, quedan muchas veces un poco relegados en los titulares de las crónicas de conciertos. Sin ellos el lied no sería tan grande. Y prueba de ello fue la actuación de Gerold Huber. Huber estuvo simplemente maravilloso. Aparte del entendimiento con el cantante (son treinta años de trabajo juntos), su concepción del tratamiento de piano en el repertorio tocado fue excepcional. Hubo momentos de verdadera emoción, sólo imputables a él. Siempre en un tono mesurado, sin algaradas ni lucimientos vanos, Huber (sobre todo en el segundo ciclo de Debussy y en todo Schumann) demostró ser un auténtico especialista, acariciando las teclas, produciendo unos sonidos perfectos, de un romanticismo -en el caso del germano- limpio, sin ripios ni empalagues. Cuando hable de Gerhaher, incluyan por favor, mentalmente a Huber, el éxito fue de los dos. 

Se alargaría excesivamente esta crónica si me pusiera a desmenuzar cada uno de los ciclos de Schumann que nos regaló Gerhaher en este concierto, contando sus orígenes, las especiales circunstancias de su composición y su génesis. Destacar dos detalles que para mi, fueron definitorios y que condensan la sensación general del recital. En primer lugar, la impresionante versión que dio del famoso “Amor de poeta”. Estuvo impecable. Delicado, dolorido, imperioso. Todo medido y controlado, algo que Gerhaher borda, dado su carácter en escena, su ascético gesto, su huida del manierismo al moverse al cantar. Fabuloso en las medias voces, en los susurros pero con voz potente cuando el verso lo demandaba, el cantante bávaro demostró en plena forma y dominar sin problema toda la tesitura (incluso la más grave, que algunos señalan como su punto débil). Y en segundo la especial interpretación de tres poemas de los diversos ciclos que me impresionaron especialmente: Ich grolle nicht (del Dichterliebe sobre poemas de Heine), uno de mis lieder favoritos, donde atenuó el contraste que muchos cantantes recalcan en exceso entre la primera y la segunda parte de la canción. Gerhaher moderó ese contraste y el lied sonó, más redondo, menos partido. También me impactó la fuerza y la garra, mezclada con la elegancia que encierra su música,  su versión de Stille Tränen (de  Doce poemas sobre textos de Justinus Kerner). También de este ciclo, el último lied, el bellísimo Alte Laute donde Gerhaher dio una auténtica lección de lo que es cantar a media voz, entregando el alma al oyente, haciendo que se encoja su corazón. Impresionante. Dos bellas propinas (Komm, Trost der Welt, du stille Nacht! y  Meine Wagen rollet langsam -con lucimiento final del gran Huber-) cerraron un concierto de esos que no se olvidan fácilmente y que, como siempre que oigo lied, me hacen sentir lo feliz que me hace esta música.

Foto: Sony.