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Humanizar a Bruckner

Santander. 23/08/2018. Festival Internacional de Santander. Obras de Liszt y Bruckner. Yefim Bronfman, piano. Rotterdam Philharmonic. Dir. musical: Yannick Nézet-Séguin.

Me comentaba Jaime Martín, director artístico del FIS, que el último concierto que interpretó como flautista regular en activo con la London Philharmonic lo dirigió precisamente Yannick Nézet-Séguin, a quien muchos parecieron descubrir al hilo de su nombramiento como nuevo titular del Metropolitan de Nueva York, pero quien lleva ya en realidad veinte años de laboriosa trayectoria profesional a sus espaldas. De hecho fue en 2008, hace ya una década, cuando su nombre saltó a los titulares a partir de las funciones de Roméo et Juliette que dirigió en Salzburgo, con Rolando Villazón y Nino Machaidze.

El maestro franco-canadiense cierra precisamente ahora una etapa de diez años como maestro titular de la Filarmónica de Rotterdam, periodo que empezó en 2008 tomando el testigo de Valery Gergiev y que termina ahora con el nombramiento del joven Lahav Shani como su sucesor en el cargo. En estas coordenadas el FIS acogía el primer concierto de una gira de despedida de Nézet-Séguin con sus músicos de Rotterdam, que les llevará por diversos festivales de verano, incluyendo Lucerna y los Proms, al hilo además del primer centenario de la formación holandesa.

La Filarmónica de Rotterdam ha vivido siempre pujando por salir del segundo plano al que parecía relegarle la sombra mayúscula de la Royal Concertgebouw Orchestra de Ámsterdam. Lo cierto es que la formación de Rotterdam tiene poco que envidiar al otro legendario conjunto holandés. Su sonido es imponente: cuerdas de atractivo color, resolución técnica descollante y enorme flexibilidad; metales de gran tradición, exultantes y firmes; y unas maderas bellísimas, de inspirado fraseo. No sería exagerado afirmar que suenan como cualquiera de las mejores orquestas europeas hoy en día.

El concierto que nos ocupa proponía un programa bellísimo, con el Concierto para piano no. 2 de Franz Liszt en la primera parte y la Sinfonía no. 4 de Anton Bruckner en la segunda mitad. Nacido en Rusia aunque emigrado en edad temprana a Israel y finalmente con nacionalidad americana en su pasaporte, el pianista Yefim Bronfman es uno de esos solistas poco mediáticos que se han labrado un nombre sin ruido, sin aspavientos comerciales y ahondado en su oficio por encima de cualquier otra consideración. Sus manos aúnan talento expresivo y dominio técnico, de un modo tan natural como evidente. Su labor con la partiturra de Liszt fue refinada, elegante y virtuosa, exhibiendo unos dedos livianos pero firmes, tan capaces de acentos contundentes como de instantes de sublime poesía. Fantástico.

La obra de Bruckner ha acompañado a Yannick Nézet-Séguin desde sus inicios, siendo de algún modo su compositor de cabecera. Lejos de un enfoque monumental, a menudo tan hueco y superficial, Nézet-Séguin aborda la obra del compositor alemán con una enorme humanidad. Con un sonido detallado y preciso, muy hermoso, consigue revelar el alma que habita una sinfonía tantas veces escuchada como la Cuarta de Bruckner. La Romántica que escuchamos al maestro franco-canadiense estuvo presidida por un aliento muy personal, dejando entrever un pathos que está muy lejos de ese Brucker plomizo, denso y grandilocuente que se nos ha "vendido" a menudo. Nézet-Séguin nos invitó a descubrir mucho más que esa hueca monumentalidad catedralicia, renunciando también a  una exaltar una falsa espiritualidad.

Bruckner contempló algo parecido a un programa para cada uno de los movimientos de esta sinfonía. Lejos de ser indicaciones literales se diría que representan más bien imágenes, recursos plásticos que nos ayudan a visualizar las escenas y sentimientos que a priori habitan su música. Nézet-Séguin no se obsesiona con dicho programa sino que busca más bien hacer de esta sinfonía una suerte de patética al modo de Tchaikovsky con su última sinfonía, si bien sin el aliento trágico de aquella. En una complicidad sobresaliente con los músicos de la Filarmónica de Rotterdam, el maestro canadiense resaltó el exquisito trenzado de la orquestación, con instantes de sublime coqueteo tímbrico entre secciones y pasajes de una belleza y una garra extraordinarias. Con un sentido muy meditado del sonido que buscaba, Nézet-Séguin primó la línea melódica de las maderas, a menudo sepultada bajo el plano sonoro de cuerdas y metales. El resultado fue un Bruckner exquisito y profundamente humano.