Una conspiración redonda

Amsterdam. 16/03/2016. Dutch Opera. Dmitry Ivashchenko (Ivan Chovanski), Maxim Aksenov (Andrej Chovanski), Kurt Streit (Vasili Golitsyn), Gábor Bretz (Sjaklovity), Orlin Anastassov (Dosifej), Anita Rachvelishvili (Marfa), Olga Savova (Suzanna), Andrey Popov (Klerk) y otros. Dir. escena: Christof Loy. Dir. musical: Ingo Metzmacher

Saldar con éxito el montaje de una ópera tan colosal como esta Khovanschina de Mussorgsky, aunque sea tan sólo por los medios requeridos, es motivo de felicitación para el teatro que conduce a buen puerto tal faena. Vaya pues por adelantado el aplauso a la Dutch Opera de Amsterdam, que ha levantado un espectáculo redondo y sin fisuras, donde cada elemento guarda una relación coherente y cohesionada con todos los demás, rindiendo en fin todo el conjunto a un nivel muy destacable.

El primer mérito lo cosecha la dirección musical de Ingo Metzmacher, dueño y señor de un foso que sonó portentoso, con la Orquesta Filarmónica de Holanda en sus atriles. Detallado, teatral, con un pulso que no cesa, demostrando una querencia indudable por la partitura, Metzmacher se descubre una vez más como una de las batutas más interesantes de nuestros días para el repertorio de los siglos XIX y XX. Memorable fue su Fierrabras en Salzburgo hace dos años, sensacional su Lady Macbeth en Viena, compactos sus Soldaten en la Scala, etc. Esta Khovanschina no se queda atrás, con un dominio admirable de la partitura, expuesta con una riqueza de colores, detalles y texturas verdaderamente digna de elogio. El coro de la Dutch Opera, casi el protagonista de la velada con sus intervenciones, rinde a un nivel excelso.

La producción de Christof Loy, que parece decido a dar una de cal y otra de arena, renuncia a superponer una dramaturgia que complique aún más si cabe el desarrollo de la acción, ya de por sí bastante enrevesada. Así las cosas, Loy pinta un fresco histórico de fácil impacto visual, aprovechando la gran anchura del escenario de la Dutch Opera. Busca por supuesto salirse del marco histórico predeterminado, con un vestuario que a menudo enmarca más la acción en pleno siglo XX, menos preocupado por el desarrollo histórico de los hechos y más afanado en perfil con detalle los personajes y sus caracteres. No falta tampoco una escena donde surge de nuevo el Loy más afilado y cáustico, en la escena de las esclavas persas, que son aquí niñas, apenas adolescentes, ataviadas de modo un provocador y con indudables connotaciones sexuales.

En la parte de Ivan Chovanski, sorprende un Dmitry Ivashchenko maduro, tanto por lo consistente de sus medios como por lo creíble de su encarnación. Como Dosifei, Orlin Anastassov sigue siendo dueño de una apreciable voz, de indudable color eslavo, aunque su técnica no le permite consumar con igual fortuna todas sus intenciones y acentos. No por ya conocida deja de sorprender la facilidad y suntuosidad de los medios de Anita Rachvelishvili, aquí componiendo una Marfa seductora y seducida, frágil a pesar de su natural ímpetu y su singular carisma. El resto del reparto brilló a un buen nivel, destacando la voz potente, firme y extensa de Gábor Bretz como Sjaklovity y el indudable buen hacer de un esforzado Kurt Streit como Vasili Golitsyn.