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Amelia doble

Munich. Bayerische Staatsoper. Verdi: Un ballo in maschera. Anja Harteros/Elena Pankratova (Amelia), George Petean (Renato), Okka von der Damerau (Ulrica), Sofia Fomina (Oscar), Andrea Borghini (Silvano), Anatoli Sivko (Samuel), Scott Conner (Tom) y otros. Dir. musical: Zubin Mehta. Dir. escena: Johannes Erath

Entre los principales atractivos de la presente temporada de la Bayerische Staatsoper de Múnich se contaba sin duda esta nueva producción de Un ballo in maschera, no tanto por la propuesta escénica de Johannes Erath como sí por el debut con la parte de dos artistas tan relevantes como el gran Zubin Mehta, que dirigía por vez primera en escena esta ópera tras unas representaciones en concierto en Israel; y la singular Anja Harteros, que añadía un nuevo rol verdiano a su repertorio, tras las dos Leonoras (Forza y Trovatore), la Desdemona de Otello, la Elisabetta de Don Carlo o la Traviata que hace ya varios años que dejó atrás.

Y sin embargo, en la representación que nos ocupa, todo se vino abajo cuando se nos anunció que Anja Harteros estaba indispuesta pero haría el esfuerzo de cantar. Así fue, de hecho, en el primer acto, donde sonó algo mermada de medios pero capaz de sacar adelante la representación. La sorpresa y la decepción fueron pues mayúsculas cuando, al reanudarse la representación tras el descanso, nos encontramos un atril dispuesto a la derecha de la escena, con la soprano Elena Pankratova dispuesta a interpretar Amelia desde allí mientras Harteros actuaba la parte como un mimo. Amelia doble, pues, con el consabido despiste para el espectador que eso supone. Por descontado, la tensión escénica de la representación se diluyó de inmediato. Y además Pankratova, que fue un recambio de ultimísima hora, disponible por estar allí ensayando para Turandot, no había tenido tiempo material de concretar con Mehta los detalles de su intervención, que sacó adelante a base de unos medios muy sonoros e impetuosos, ciertamente imponentes, pero con un canto poco medido y falto de contrastes. No vamos a negar el mérito de su intervención, poco menos que improvisada, pero comprenderán ustedes que cuando se acude esperando escuchar a Harteros, es difícil valorar un cambio semejante.

Al lado de esta Amelia doble, ciertamente Piotr Beczala es un Riccardo irreprochable. Defiende la parte con todos los papeles en regla, si bien su canto puede antojarse algo inane en materia de coloración y acentos. No diría que sea el suyo un Riccardo plano, pero sí quizá poco imaginativo. Se muestra no obstante en plena forma en estas funciones, con una voz lírica que corre limpia, fácil y sonora por el teatro. George Petean dibuja el Renato en términos semejantes, con un canto esmerado y correcto, que nunca decepciona pero tampoco deslumbra. Fácil en el agudo, al menos compone un Renato más bien lírico y belcantista, lejos de los acentos veristas que otros barítonos incorporan al papel. 

Leve decepción esta vez con Okka von der Damerau, una voz que ya hemos mencionado otras veces parece llamada a más, pero seguramente en otros repertorios donde luzcan más sus medios. Aquí se antoja generalmente ajena al lenguaje de Verdi, demasiado contenida; la parte de Ulrica requiere más bien una contralto que una mezzo y sus medios no se adecúan del todo al papel. La italiana Sofia Fomina presenta por fin un Oscar lírico pero capaz en todo caso de resolver el canto florido y ágil de su parte, sin necesidad de sonar como un jilguero

La labor de Zubin Mehta en el foso es sin duda una de las mejores que se le recuerdan en los últimos años. Muy esmerado, detallista y refinado, sostiene la partitura con detalle, gran riqueza de texturas, inteligencia en los tempi y con ese pulso teatral tan suyo. La conexión con la Bayerisches Staatsorchester es indudable y se evidencia en la afanosa entrega de sus atriles, calificable de capolavoro. Agrada cinertamente encontrar a Mehta entregado con tanta voluntad, lejos del adocenamiento en el que a veces han caído sus funciones en los últimos años.

La propuesta escénica de Johannes Erath es de una mediocridad alarmante. Ya le habíamos visto una Euryanthe más o menos meritoria en Frankfurt y sorprende ver casi calcado aquí el mismo código estético, con un discurso muy semejante aquí en materia visual. En todo caso, lo que más alarma es la total ausencia de cualquier dramaturgia, como si escenografía y vestuario tuvieran que decirlo todo por su cuenta. La sucesión de alteraciones del libreto original no sería un crimen si condujesen a algún sitio, cosa que no sucede, perdida la representación en un desvarío desnortado que intentar hacer de al acción una suerte de tránsito onírico hacia ninguna parte. En casos como este se tiene la sensación de que el director de escena nunca ha sabido bien qué hacer con la obra que tiene entre manos, convirtiendo su labor en una huida hacia adelante.