Un monumento
Múnich. 10/12/2018. Bayerische Staatsoper. Verdi: Otello. Jonas Kaufmann, Anja Harteros, Gerald Finley y otros. Dir. de escena: Amélie Niermeyer. Dir. musical: Kirill Petrenko.
Múnich no defrauda. Y mucho menos cuando en cartel se reúnen sus tres glorias locales, a saber: Kirill Petrenko, Anja Harteros y Jonas Kaufmann, al frente nada menos que del Otello de Verdi. Si a ello se suman además un solista de la talla de Geraid Finley y una producción talentosa, como la que firma Amélie Niermeyer, entonces solo queda rozar lo sublime. Sin duda estas funciones pasarán a la historia y quedarán en la memoria de todos los que hemos podido disfrutarlas -habrá de nuevo ocasión en julio, en el marco del Festival de la Bayerische Staatsoper-.
Vengo siguiendo a Kirill Petrenko (Omsk, 1972) desde que inició su andadura como batuta titular de la Ópera de Múnich allá por 2013. Desde entonces no ha dejado de sorprenderme su capacidad para hacernos escuchar cada partitura como si fuese un estreno, ahondando en pasajes inéditos, descubriendo sonoridades insospechadas y revelando un talento que hoy en día no tiene parangón. Gran maestro de foso, su batuta tiene una especial habilidad para conjugar el sentido analítico con la tensión teatral. Buena prueba de ello fue la gloriosa tormenta con que arranca esta partitura, nunca antes escuchada así. Me acordé en todo caso de las grabaciones de Carlos Kleiber, en esas míticas funciones de la Scala. Petrenko consigue que la orquesta hable de una manera inaudita. En el foso hubo instantes de una tensión electrizante y momentos de un lirismo sublime. Verdadera filigrana, en suma, lo que Petrenko y su orquesta logran hacer con una partitura ciertamente intrincada. El maestro ruso, por cierto, demuestra ser todo un genio a la hora de trabajar con las voces. Buena prueba de ello es el cuarteto del segundo acto, jamás antes escuchado con tanta precisión y transparencia; lo mismo que el grandioso concertante hacia el final del tercer acto, desatando aquí Petrenko una nueva tormenta, aquí pasional y vertiginosa, con una pulsión de muerte que se antojaba ya inevitable.
En el rol protagonista, Jonas Kaufmann retomaba el rol de Otello, desde su debut con esta exigente parte verdiana allá por junio de 2017, en la Royal Opera House de Londres. Sinceramente, encontré a Kaufmann en mejor forma que entonces, con una mayor seguridad y firmeza en su ejecución de la partitura. Como ya mencioné el pasado verano, al hilo de su Parsifal en este mismo teatro de Baviera, la voz de Kaufmann goza de buena salud; ha perdido quizá un punto de flexibilidad, sonando por momentos más dura y envarada. Pero a cambio goza de un centro más consistente y una voz más caudalosa; el agudo no es tan desenvuelto como hace apenas un lustro, pero sigue sonando con firmeza, incluso en ocasiones con desahogo. Su Otello es ejemplar en términos de inteligencia. Y es que Kaufmann sabe perfectamente cuáles son sus medios y cuáles son las exigencias de este rol. No fuerza un ápice su voz, menos aún contando en el foso con Petrenko, quien en su acompañamiento cuida con denuedo del tenor bávaro. Kaufmann firmó un Otello pletórico y creíble. Sin duda todo un triunfo personal cantar este papel en casa con tanta suficiencia.
Si me preguntan, hoy en día, por el triunvirato de sopranos en activo, seguramente les hablaría de Anna Netrebko, Anja Harteros y Sondra Radvanovsky. Tres voces sumamente distintas, con técnicas dispares, colores diversos y repertorios en muy personal evolución. De todas ellas, no obstante, quizá la que tiene un aura más especial y una sonoridad más trascendente es sin duda Anja Harteros. La soprano alemana brindó una Desdemona memorable. Apoyada en el buen trabajo escénico de Amélie Niermeyer, su personaje tiene temperamento; no se deja doblegar con facilidad, planta cara incluso a Otello desde su integridad moral y su pureza sentimental (extraordinario el acento en Esterrefatta fisso) En un estado vocal prodigioso, Harteros remató su interpretación con un último acto de esos que ponen la piel de gallina, la voz carnosa, en un filo, flotando por el teatro como si no saliese de de ninguna parte, en una comunión sublime con la batuta de Petrenko. Seguramente, jamás vuelva a escuchar una Desdemona semejante.
La gran sorpresa de la noche, en todo caso, vino de la mano del barítono británico Gerald Finley, quien ofrece un Iago de resonancias históricas. No es la suya, a buen seguro, la voz que más asociamos con el repertorio verdiano, aunque tras escucharle en Múnich me atrevo a pedirle que se atreva con el protagonista de Macbeth. Ojalá... y es que Finley brinda una creación extraordinaria, una mezcla única entre teatralidad y canto. Rara vez los sonidos y los gestos fluyen con una sintonía semejante. Su Iago es sibilino y villano, incluso pérfido por momentos; pero lo es con una naturalidad y una cordialidad que atemorizan. Verdadero motor de la función, Finley, quien ya había cantado el papel hace casi diez años, con Colin Davis, firma alguno de los momentos más escalofriantes de la velada, como ese sogno entonado en una media voz de impecable factura. Hay algo de noble, y por ello escalofriante, en la maldad de su personaje. Apabullante trabajo el de Finley, en suma, actor y cante como pocos hoy en día.
La directora de escena Amélie Niermeyer firma una propuesta tan sencilla como sutil e inteligente. Con una óptica doméstica, opta por presentarnos la acción en un doble espacio, un gran salón y un dormitorio, contribuyendo además con ello a acrecentar la tensión de una espiral dramática que, a decir verdad, tiene lugar en un brevísimo lapso de tiempo. Y es que el libreto transcurre en apenas veinticuatro horas. Hay algo de claustrofóbico en la propuesta de Niermeyer, quien atina a subrayar como los acontecimientos se precipitan a gran velocidad, en un bullir incesante. El trabajo de la directora alemana está cuajado de pequeños detalles que acrecientan poco a poco la tensión y llenan de dudas y tormentos el desarrollo del libreto. Los personajes protagonistas están trabajados de un modo exquisito, lo mismo que el espacio escénico, manejado con visible inteligencia. La presencia de Desdemona en escenas en las que no debiera estar, a priori, aumenta por ejemplo su condición de víctima. Todo un acierto, pues, esta nueva producción de la Bayerische Staatsoper.
Lo mejor que puede sucede en un teatro es que el compositor salga por la puerta grande al cabo de la función, que ésta sea en fin un monumento a su legado. Sin duda Verdi, y con él su Otello, se vieron engrandecidos esta noche en Múnich, gracias a un cartel verdaderamente sublime de músicos y artistas.