Bestial
Berlín. 08/03/2019. Philharmonie. Obras de Schönberg (Concierto para violín y orquesta) y Tchaikovsky (Sinfonía no. 5). Berliner Philharmoniker. Patricia Kopatchinskaja, violín. Berliner Dir. musical: Kirill Petrenko.
Cada nueva cita de Kirill Petrenko con los Berliner Philharmoniker se convierte en un acontecimeinto: localidades agotadas desde hace semanas y una tremenda expectación, ante la llegada a la capital alemana de quien es el elegido como próximo maestro titular de la que es, a buen seguro, la mejor orquesta del mundo. Para esta ocasión, tres únicos conciertos, con un programa que incluía el Concierto para violín y orquesta de Arnold Schoenberg y la Sinfonía no. 5 de Piotr I. Tchaikovsky, esto es, uno de los dos programas que los Berliner y Petrenko llevarán en gira durante los próximos meses por diversos festivales (Baden-Baden, Salzburgo, Lucerna, etc.)
Confieso una ambivalencia de sentimientos en torno a la violinista Patricia Kopatchinskaja. Dejando a un lado las no pocas extravagancias que introduce a menudo en su ejecución, le reconozco un nivel técnico extraordinario y una musicalidad evidente. Ahora bien, no entiendo la necesidad de rodearse de toda una performance, casi un show, saliendo descalza al escenario, como buscando una conexión mística con el suelo de la sala... Y esos saltos, esos ademanes tan exagerados... Probablemente sea una virtuosa pero todo este envoltorio me impone una distancia inevitable con su mera realización musical. A buen seguro a su Schoenberg no se le pueden poner pegas, pero tuve la impresión de que se movía, extrañamente, en el extremo opuesto a Petrenko, cuya austeridad y cuya verdad caminan por otro discurso. Y es que pocas veces se observa una apuesta tan decidida y convencida por el repertorio del siglo XX. Dirigir a Schoenberg como si fuese Beethoven, en términos de firmeza y denuedo, es algo sin duda a poner en valor. Bajo la batuta de Petrenko escuchamos a Schoenberg convertido en un clásico casi familiar, de una entereza y coherencia extraodinarias, de una talla musical mayúscula.
Pero lo mejor de la velada estaba por venir, con la mejor Quinta de Tchaikovsky que recuerdo haber escuchado jamás, rivalizando si acaso con una memorable interpretación que Gergiev y sus músicos del Mariinsky regalaron hace ya años en Barcelona. La intensidad insoportable de los dos primeros movimientos... el vértigo casi insostenible del último.... la aplastante autoridad en la eleccion de los tiempos... la increíble transparencia y precisión. No cabe imaginar una lectura que lleve a la partitura a un territorio más genuino y más al límite de sus posibilidades. Fue algo verdaderamente alucinante. Un verdadero carrusel de emociones, un sube y baja acongojante. Una pasión desatada, irrefrenable pero nunca desbocada, sin excesos ni atropellos, sin gestos cara a la galería, nada pomposo, de una voluptuosidad subyugante.
Este Tchaikovsky tenía la autoridad de un Karajan, la imaginación de un Bernstein, la nitidez de un Mravinsky... Una ejecución tan vertiginosa y tan nítida... lo nunca visto. Bestial es la palabra que mejor lo resume, sí. Y qué decir de los músicos de la Filarmónica, entregados al doscientos por cien, visiblemente agotados pero emocionados, satisfechos en fin con su apuesta por la batuta más talentosa y singular de nuestros días.