Otello Alagna Paris19 

Clase y garra

París. 23/03/2019. Ópera de París. Verdi: Otello. Roberto Alagna, Aleksandra Kurzak, George Gagnidze, Frédéric Antoun, Alessandro Liberatore, Paul Gay, Thomas Dear y Marie Gautrot. Dir. de escena: Andrei Serban. Dir. musical: Betrand de Billy.

Roberto Alagna es dueño, a buen seguro, de la única voz genuina de gran tenor lírico comme il faut que ha aparecido en escena desde los años noventa, tras la estela de los míticos tres tenores. Parte de una generación dorada, en la que cabría enmarcar también a Marcelo Álvarez o Ramón Vargas, Alagna no ha dejado de bregar consigo mismo y con un repertorio cada vez más amplio, que en la última década ha desbordado los límites de lo lírico para alcanzar las lindes de lo dramático. En este sentido, fue en 2014, en Orange, cuando Alagna se enfrentó por vez primera al temido y codiciado Otello de Verdi, una parte con la que todos los tenores aspiran a medirse en alguna ocasión. No han sido muchas las ocasiones en las que ha vuelto a interpretar el papel. La más reciente, antes de estas funciones parisinas que nos ocupa, fue hace ahora un año, en marzo de 2018 en Viena. El año próximo volverá a prestar su voz al moro de Venecia, en la Bayerische Staatsoper de Múnich. 

Por lo que respecta a este Otello parisino, lo cierto es que Alagna empezó la función extraordinariamente bien. Acento heróico, voz amplia y bien timbrada, emisión segura y resuelta, la voz bien cubierta. Intachable y admirable, ciertamente. Y bajo esa clave transcurrió su interpretación durante los dos primeros actos, con una atención meditada al texto y la impresión evidente de que ha estudiado al detalle sus puntos fuertes y sus debilidades con esta partitura, siendo capaz así de esconder sus flaquezas y maximizar sus virtudes. Alagna ha sido siempre un cantante con dos virtudes innegables: clase y garra. Y fue con estas dos armas con las que volvió a enfrentarse a sí mismo, quién sabe si aquejado de algún puntual catarro o simplemente algo cansado tras los dos primeros actos de la ópera. Y es que fue curiosamente a partir del tercer acto cuando Alagna acusó una cierta fatiga, con un sonido ya menos pleno y menos resuelto en el agudo, siendo evidentes algunas dificultades para resolver la partitura con la firmeza que había demostrado en la primera mitad de la velada. En conjunto, pues, satisfactorio Otello el suyo, más allá de puntuales tensiones. Seguramente sea un papel en los límites de su vocalidad, pero Alagna lo resuelve con inteligencia y estilo, siendo digno de elogio su continuado afán de superación.

El tenor francés tuvo en el barítono George Gagnidze una estupenda réplica, con la parte de Iago, interpretada en plenitud vocal y con una amplia gama de acertadas inflexiones expresivas, sacando un extraordinario partido al texto. Me atrevo a decir que es lo mejor que he escuchado a Gagnidze hasta la fecha, sin la menor duda. Completaba el cartel la correcta Desdemona de Aleksandra Kurzak, de material y acentos algo genéricos y técnica poco virtuosa, aunque buena profesional, otorgando seguridad al fluir de la representación. Digno plantel de comprimarios, desde el Cassio de Frédéric Antoun al Lodovico de Paul Gay, destacando el brillante material exhibido por el tenor Alessandro Liberatore, como Roderigo.

En el foso se antojó correcta, que no es poco tratándose de esta partitura, la dirección de Bertrand de Billy. Su batuta tuvo el defecto de sonar un tanto rutinaria y genérica, si bien mostró la virtud de acompañar a las voces con destreza y un buen hacer concertador. Muy competente a sus órdenes la orquesta titular del teatro, lo mismo que el coro, esmeradísimo en sus importantes intervenciones. La producción de Andrei Serban no presenta ningún aliciente que justifique su reposición, más allá de la necesidad de amortizarla. Anodina, aburrida, fea, por momentos ridícula... Y lo peor de todo es que incurre en todos esos defectos no por su audacia dramática, como si hubiera una pretenciosidad intelectual mal medida, sino por su cortedad de miras. Simplemente es un trabajo gris y mediocre, que no aspira a nada.