DonCarlo Real19 Kemoklidze 

Cuentos flamencos

Madrid, 29/09/2019. Teatro Real. Giuseppe Verdi: Don Carlo. Alfred Kim (Don Carlo), Dmitri Ulyanov (Felipe II), Roberta Mantegna (Elisabetta), Ketevan Kemoklidze (Éboli), Juan Jesús Rodríguez (Posa), Mika Kares (Gran Inquisidor) Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. David McVicar, dirección musical. Diego García Rodríguez, dirección musical.

A raíz de la inauguración de la temporada del Teatro Real con Don Carlo de Giuseppe Verdi, una de las obras maestras del repertorio operístico, ha habido diversos comentarios en los medios de comunicación sobre la idoneidad de acudir a un título donde la realeza española no sale bien parada. Algunos “cortesanos” podrían haber pensado que el Rey Felipe, que presidió el estreno, podía sentirse incómodo ante la mala imágen de uno de sus antepasados. Creo que el Monarca tiene una buena formación y conoce perfectamente que toda la historia en la que se basa el libreto de Don Carlo es un cuento flamenco, inventado casi cien años después de los hechos que se narran, y como parte y justificación de una rebelión contra el poder establecido como fue la de Guillermo de Orange. Porque el noble holandés, por muchos apoyos de los príncipes protestantes que tuviera, estaba jugando con fuego al enfrentarse a un rey designado por la Gracia Divina. Había que demostrar por todos los medios que ese rey, Felipe II, no era digno de ese don. Y ahí comenzó la famosa leyenda negra, que entre los que no han estudiado historia, sigue teniendo rescoldos. El libro que enciende la mecha (publicado en Amsterdam en 1673) en  que luego prenderá en Schiller (fuente directa de los libretistas de Verdi) es abad de Saint-Réal. Schiller aprovechará esta historia de amoríos, traiciones y poder, para en plena gestación del romanticismo crear una novela que poco tiene que ver con la realidad. De hecho Felipe II consideró siempre a Isabel de Valois como su esposa más querida (pese a su genio impredecible y su ludopatía que le hizo perder cantidades considerables) y de hecho una de las hijas que tuvo con ella fue su predilecta: la infanta Isabel Clara Eugenia. Carlos, que debido a la endogamia familiar sufría problemas madurativos (que se agravaron con una desafortunada caída en Alcalá), fue un problema desde su adolescencia para su padre que nunca contó con él como heredero firme, y aunque tuvo una fraternal amistad con su madrastra no pasó de ser un compañero de juego. Además, en aquella corte (como en casi todas de la época) mil ojos vigilaban. Ojala sirva esta prolija introducción para que algún director de escena (especialmente a los que son tan dados a cambiar épocas y argumentos) nos da una versión de Don Carlo donde se olvide la España negra y se acerque más a la España real del siglo XVI.

Realmente David McVicar no es de los que se mojan en esta historia. Su lectura de Don Carlo es banal, sin garra, aburrida y puede servir para muchas de las óperas que se representan si quitamos los mínimos accesorios que aparecen (una cruz flameante, un botafumeiro, una reja, una cortina; y un muro al fondo que se levanta cuando estamos en escenas exteriores y que se baja cuando estamos en interiores, prodigioso). Otros dirán que es concisa, minimalista (y tanto, ni un mísero fuego para calentarse en el helado Fontainebleau) claustrofóbica (para simbolizar la opresión del régimen felipista) y que condensa la verdad de la obra. A mi no me lo pareció, ni creo que hubiera un buen trabajo de dirección de actores, con acciones siempre previsibles y con las temidas escaleras para que las damas –y los prelados– se la jueguen bajando y subiendo. Sólo destacaría el excelente trabajo de iluminación de Joachim Kleim y el correcto historicismo (si nos olvidamos de las “meninas francesas”) de los figurines de Brigitte Reiffenstuel. Lo demás: humo.

DonCarlo Real19 3er cast

De los tres repartos preparados por el Teatro Real para estas representaciones faltaba por debutar el encabezado por el tenor coreano Alfred Kim. Fue un grupo compacto y de gran brillantez que sustituyó con un estimulante canto verdiano las carencias de la escena. Fue Kim precisamente el eslabón más débil de este buen conjunto. Sin un timbre especialmente atractivo, hay que admirar su arrojo y sus buenas intenciones a la hora de abordar un papel con un matiz lírico que a él le cuesta conseguir. Tiene un agudo potente (aunque hubo algún desajuste) y aunque su canto suena algunas veces demasiado  nasal domina el centro y el grave de su tesitura. Roberta Mantegna no tiene una voz de gran volumen, pero domina a la perfección el papel de Elisabetta, sin que se le pueda poner un pero a una técnica impecable, a una emisión que salta sin problema el foso y a una vena verdiana que ya le hemos podido oír en otras ocasiones. Estuvo excelente en su escena final y siempre sobresaliente en el resto de sus intervenciones. Me gustó mucho el Felipe II de Dmitri Ulyanov. El bajo ruso, hijo de la tradición eslava (cuánto nos repetimos los críticos), dominó sin problemas y con autoridad un papel que le va como anillo al dedo, tanto en el agudo, como en el centro o el grave. Estuvo conmovedor en, para mí, el aria para bajo más bella de Verdi "Ella giammai m’amò", y recibió pocos aplausos para lo notable de su actuación.

Nobleza es la palabra que define el trabajo de Juan Jesús Rodríguez. El barítono onubense fue el más aplaudido de la noche y merecidamente. Rodríguez posee una voz bella que maneja a su gusto y que lo da todo como en la famosa escena de la cárcel. Puro canto verdiano. También excelente, como cantante y actriz, la Éboli de Ketevan Kemoklidze. El timbre es bellísimo y dio toda una lección de canto tanto en la Canción del velo (perfectas y bien timbradas coloraturas) como en O don fatale, pero yo destacaría su trabajo en el trío de la escena del jardín donde estuvo extraordinaria, como la tigresa que dice el libreto que es. Magnífica. Correcto pero falto de más fondo, de más hondura, el Gran Inquisidor de Mika Kares. Buenos comprimarios aunque destacaría a Moisés Marín y Leonor Bonilla (Conde de Lerma y voz del cielo, respectivamente) y las magníficas voces de los seis diputados flamencos. 

La Sinfónica de Madrid, titular del Teatro Real,  suena cada vez con más excelencia. Tanto los solistas como todas las familias rindieron a la altura de los mejores fosos europeos. Enhorabuena. En la cohesión general tuvo mucho que ver la buena dirección del director gallego Diego García Rodríguez, quien ha sido el asistente de Nicola Luisotti en esta producción y que se centró sobre todo en marcar los detalles y destacar la parte más lírica y romántica de la partitura. Sus tempi a veces demasiado lentos salieron adelante porque mantuvo la tensión y porque la orquesta y el escenario respondió, pero pudieron naufragar en cualquier momento. También destacable trabajo del coro Intermezzo, titular del Real, cada vez más afianzado.

Felipe II fue un rey de su época, el más poderoso. También el más envidiado y blanco de todas las iras. Su historia no es la de Verdi, pero qué importa. El compositor italiano creó una, por no decir la mejor, de sus óperas y eso bien vale una leyenda negra.

DonCarlo Real19 3er cast 2