Reencuentro con la ópera
Pamplona/Iruña. 2/02/2024. Auditorio Baluarte. George Bizet: Carmen. Berna Perles (Micaela, soprano), Ketevan Kemoklidze (Carmen, mezzosoprano), Alejandro Roy (Don José, tenor), Simón Orfila (barítono-bajo, Escamillo), David Lagares (bajo, Zúñiga) y otros. Coro Lírico AGAO (dirección, Iñigo Casalí), Escolanía del Orfeón Pamplonés (dirección, Juan Gainza), Orquesta Sinfónica de Navarra. Dirección escénica: Jean-Louis Grinda. Dirección musical: Audrey Saint-Gil.
Comenzaré por afirmar que resultaba un placer ver el Baluarte lleno hasta la bandera en esta primera función de Carmen y con una segunda prevista cuarenta y ocho horas después con todo el papel vendido también. No he evitado en reseñas anteriores agrias reflexiones cuando el mismo recinto ha estado ocupado por unos pocos cientos de espectadores ante otra oferta lírica, poniendo en duda la verdadera afición a la música clásica en general y a la ópera en particular. El hecho de estos dos llenazos nos indica que sí que existe una afición aunque –quizás- limitada a títulos muy concretos, aquellos con poder de seducción evidente; esta es la misma afición que en cuanto la oferta se sale de lo más obvio se queda en casa.
Veamos, pues, el vaso medio lleno. Todo vendido, 1.568 espectadores dispuestos y una función más que digna, que fue muy bien recibida por el público. Habrá quien entre en estúpidas comparaciones con recintos de muchísimo mayor presupuesto tradición y aun y todo esta función no saldría perjudicada salvo en aspectos muy concretos. Es decir, que en el Baluarte y en el aspecto vocal hemos podido disfrutar una Carmen que firmarían otros teatros de mayor solera. Así pues, podemos darnos por satisfechos.
En la propuesta escénica de Jean-Louis Grinda todo el centro está dominado por un cuerpo escultural movible que permite la creación o simulación de distintos entornos, y así se puede convertír en taberna de Lilas Pastia, camino sinuoso en el sierra andaluza o plaza de toros. Las dos grandes estructuras me trasladaron, casi de forma inmediata, a la escultura La materia del tiempo, de Richard Serra, presente de forma permanente en el Guggenheim bilbaíno. Quizás un punto más de claridad sevillana en la escena hubiera ayudado, sobre todo en los acto I y IV pero lo ofrecido es aceptable dentro de las posibilidades técnicas del recinto.
Durante la obertura se escenifica la escena final para presentarnos la ópera como si de un gigantesco flash-back se tratara. Completaron la propuesta un movimiento escénico aseado –con algunas situaciones poco verosímiles, como la primera conversación entre don José y Micaela, realizada separados por la mencionada estructura-, un movimiento del coro y un vestuario convencionales y la presencia de la bailaora Irene Olvera que acompañó gran parte de los interludios de la obra con suficiencia.
La Fundación Baluarte ofreció un reparto vocal de altura. ¡Ya quisieran ciudades sitas a unos cien kilómetros de la capital navarra poder disfrutar de una función así hoy en día! Ni soñamos con ello. La mezzo georgiana Ketevan Kemoklidze es una Carmen de recorrido internacional y lo cierto es que nos ofreció una gitana solvente. Algunas notas graves están apuradas pero el personaje está, es creíble. Es una mujer apasionada que nos transmite su pasión por la libertad desde el primer momento y la voz ayuda. En mi modesta opinión su mejor escena, en la que se encontraba más cómoda, fue la final.
La soprano malagueña Berna Perles es Micaela, el alter-ego de Carmen, la mujer sumisa que queda aun más en evidencia por simple comparación. También su música está en otra dimensión y es un personaje que despierta cierta conmiseración desde su primera aparición. La voz de Perles tiene volumen, está bien proyectada y su escena del acto III, esa misteriosa aparición de la virginal en medio de las montañas de bandoleros estuvo muy bien dicha. Un éxito de interpretación y canto.
La voz de Alejandro Roy no admite medias tintas. Es grande, ancha, voluminosa y de un color hermoso. Su agudo no pierde consistencia y parece encontrarse muy cómodo en esas tesituras. Con esta voz es difícil exigir un fraseo inmaculado y matices pero no puedo sino reconocer que es un placer escuchar una voz natural, bien emitida y que llena un escenario sin aparente dificultad. Además la voz ayuda a creer en un Don José que ya desde el acto II, en la taberna, nos anuncia ser un hombre violento y despiadado. En los tiempos que corren donde demasiadas veces se apuesta por tenorinos para papeles spinto y/o dramáticos, oír a Roy es un placer.
Simón Orfila venía directamente del Liceu de cantar el mismo papel y aunque estamos ante un cantante con carrera internacional de bajo pudo con Escamillo, lo que no es poco siendo como es un personaje de tesitura algo incierta. Algún agudo algo mate pero nadie podrá poner en solfa su torero. Además, Orfila siempre me ha parecido un cantante serio y profesional como pocos.
Entre los numerosos papeles secundarios apuntar que David Lagares fue un lujo como Zúñiga, digno de un gran teatro; un bajo con voz de bajo que suena a bajo es hoy una muy agradable sorpresa; las dos gitanas, Nerea Berraondo (Mercedes) y Andrea Jiménez (Frasquita) estuvieron solventes, aquella con sonoros graves y esta con agudos notorios en las escenas de conjunto. Los contrabandistas, Cesar San Martín (Dancairo) e Igor Peral (Remendado) muy bien y todos ellos excelentes en el precioso y complejo quinteto del acto II, una de las música más singulares de la ópera. Andoni Sarobe fue un Morales sonoro y Xabier Olza un Lilas Pastia que, por momentos, parecía más un director escénico encubierto que un tabernero.
El Coro Lírico de la AGAO estuvo suficiente aunque fueran inevitables algunos desajustes en el acto IV. El coro canta mucho en este título y también ha de actuar y en algunos momentos se excedieron con el sonido; un punto más de empaste hubiera sido deseable. Muy bien y pizpireta la Escolanía del Orfeón Pamplones. La Orquesta Sinfónica de Navarra me dejó una sensación algo amarga por algunos fallos en los metales y cierta sensación de precipitación. La batuta de Audrey Saint-Gil no ayudó en exceso. Por poner un ejemplo, el mencionado quinteto del acto II se hizo a velocidad excesiva, hasta colocar a los cantantes en situación incómoda.
Esta temporada Carmen es el único título escenificado dentro de temporada de la Fundación Baluarte. Queda claro que público para lo de siempre hay, el problema es que asumir este tipo de realidades puede llegar a coartar a los programadores, temerosos de salirse de lo más convencional por parte de un público que se siente cómodo oyendo siempre lo mismo. Y sin embargo, reitero, es un placer ver lleno hasta la bandera este auditorio.