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Idealidades

Madrid. 12/11/19. Teatro de la Zarzuela. Ricardo Llorca: Tres sombreros de copa. Jorge Rodríguez-Norton (Dionisio). Rocío Pérez (Paula). Emilio Sánchez (Don Rosario). Gerardo Bullón (Don Sacramento). Enrique Viana (Madame Olga). Boré Buika (Buby Barton). Irene Palazón (Catalina). Anna Gomà (Valentina). Chumo Mata (El anciano militar). Mon Ceballos (El astuto cazador). Marco Covela (El forzudo alemán). Felipe de Andrés (Monseieur Garibaldi). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. José Luis Arellano, dirección de escena. Diego Martín-Etxebarria, dirección musical.

Hoy por hoy, quién sabe si mañana y no recuerdo el ayer, me atrevería a decir que el amor consiste en saber aterrizar un ideal en nuestra realidad. Cada uno la suya, sin que tenga forzosamente que servir como verdad para los demás. Qué fácil puede resultar enamorarse de la idealidad, ¿no creen? Lo mismo podría decir de la libertad: la aspiración, el ideario y las ilusiones de ser verdaderamente libres chocan a menudo con la vida que hemos ido construyendo - o nos han ido imponiendo. ¿Quién es realmente libre hoy en día? Entre lo uno y lo otro, los sueños de cada noche, que no son sino recuerdos idealizados, para bien o para mal, de lo ya vivido. Sobre todo ello nos viene a hablar Miguel Migura en su Tres sombreros de copa... y más que él, Ricardo Llorca al ponerle música, de la forma en la que la compone.

Es maravilla que el Teatro de la Zarzuela acoja el estreno europeo de esta obra de Llorca que, efectivamente, por su forma podríamos llamarla zarzuela, antes que ópera. Una genial zarzuela del siglo XXI, subida a los escenarios por primera vez en Sao Paulo, en 2017. Una de las cualidades de Llorca en su labor es que, diría yo, aleja a Tres sombreros del absurdo (del humor absurdo, obvio). Ahonda en el drama, en la trascendencia del poso y, más que una comedia, el resultado final es cuanto menos agridulce. Evidentemente, tiene sus puntos cómicos, pero son partes circunstanciales de un todo dramático, algo que vuelve a conectar muy bien con cierta esencia de la zarzuela. Llorca y el equipo aquí reunido nos llevan a asomarnos desde otro ángulo, otro prisma, a Mihura. Mihura, por cierto, quien precisamente nació en la calle Libertad, quizá sea el madrileño que mejor a descrito Madrid (les dejo unas líneas suyas al final de las mías, osado yo)... y volvemos a otra verdad de la zarzuela. Después de escuchar su ópera Las horas vacías y tras estos Sombreros, no parece Llorca uno de esos compositores atados al conservatorio (creo que la expresión se entiende). De hecho, él mismo viene a decir que "huyó" a los Estados Unidos, en busca de una mayor libertad creativa. Va a resultar muy curioso contrastar esta obra suya con el estreno de otra zarzuela: Policías y ladrones, en esta misma temporada, en el mismo teatro, firmada por Tomás Marco, músico activo y responsable musical durante el franquismo, crítico del diario falangista SP y uno de los responsables de la nueva "modernidad" española durante los años sesenta y setenta.

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Llorca, que imparte seminarios sobre Patti Smith en la Julliard School de Nueva York, tiene una fuente muy clara en el minimalismo estadounidense. Philip Glass y John Adams, además de Steve Reich, parecen una constante en su proceder. Además, para estos Sombreros, se vale de las melodías tradicionales del sur de Italia, además de ritmos muy conocidos y reminiscencias de autores líricos románticos (él mismo afirma haberse inspirado en la escena del Inquisidor y Felipe II, del Don Carlo verdiano, para la entrada de Don Sacramento), que le permiten crear una obra "fácil" para el público y, no menos importante, para los intérpretes. El resultado es una música disfrutable, con momentos estupendos como el Vals de la bailarina, el Ninna nanna o las tarantellas de Madame Olga, que despertaron encendidos aplausos entre el público.

A su lado, dos felices cooperadores necesarios como son Diego Martin-Etxebarría al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, de la que consiguió estupendos resultados a lo largo de todos los números (estupendo así mismo el Coro del Teatro de la Zarzuela), y el director de escena José Luis Arellano, que trazó unos personajes embebidos de la obra de Mihura en sus respectivos pathos (una delicia Paula), perfectamente engarzados en la música de Llorca, que viven en un hotel, como no podía ser de otra forma, que viene a ser una estructura metálica giratoria tan práctica como visual, firmada por Ricardo Sánchez Cuerda. A destacar también la brillante iluminación de Juan Gómez-Cornejo.

Sobre el escenario, una gran labor de conjunto, con actores y cantantes que supieron transmitir, de la mano de Arellano, como digo, los caracteres de los personajes de Mihura, en su visión más teatral. En este sentido el Dionisio de Jorge Rodríguez-Norton, bien actuado y muy bien cantado, nos representa a todos, antes o después, en algún momento de nuestras vidas. A su lado la Paula de Rocío Pérez quien, sin paliativos, hay que decir que estuvo sencillamente sensacional en todas sus vertientes, especialmente en el los mencionados Vals y Nana. El ideal del amor en Dionisio, quien se va a casar por el desarrollo de sus propios acontecimientos, sabiendo que eso no es el amor más verdadero... el ideal de libertad de Paula, quien no deja de estar a las órdenes de Buby Barton y es esclava de su propia vida... y entre los dos, el mar, las tres lucecitas, los conejos bajo la cama, una carraca... y los sueños.

Entre lo correcto y lo estupendo el resto del reparto, destacando la labor cómica de Emilio Sánchez como Don Rosario, la Madame Olga de Enrique Viana, que sigue sabiendo hacer reír como pocos en un número a su medida, y el Don Sacramento de Gerardo Bullón, que como siempre es un placer escucharle. Quiero pensar que si no ha hecho otro tipo de carrera, digamos más internacional, es porque no quiere.

"Porque Madrid, en realidad, no es nada especial. No tiene un gran río. Ni apenas rascacielos. Ni canales, ni lagos. Ni gloriosas ruinas. Ni mar. A Madrid le faltan muchas cosas. Pero tiene la gente por las calles. El rincón inesperado. La variedad. El contraste. La animación constante. Y sus costumbres. Vale la pena levantarse temprano - por una sola vez - para vivir un día la vida de Madrid". - Miguel Mihura. 1961. "Madrid".

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Fotografías: Javier del Real.