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Amor por la zarzuela

Barcelona. 17/11/19. Gran Teatre del Liceu. Vives: Doña Francisquita. Elena Sancho (Doña Francisquita), Celso Albelo (Fernando), Ana Ibarra (Aurora “La Beltrana”), Alejandro del Cerro (Cardona), Miguel Sola (Don Matías), María José Suárez (Doña Francisca), Isaac Galán (Lorenzo). Coro y Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Conxita García, dir. del coro. Óliver Díaz, dir. musical. Lluís Pasqual, dir. de escena. Coproducción del Teatro de la Zarzuela, el Gran Teatro del Liceu y la Ópera de Lausanne.

Con esta producción de Doña Francisquita se han sobrepasado la cincuentena de veces que se ha visto esta zarzuela en el Liceu, lo que la convierten en el título zarzuelero más representado en el Coliseo de las Ramblas de Barcelona. Como recuerda el siempre infalible Jaume Tribó en el programa de mano editado para esta ocasión, Doña Francisquita se había visto 46 veces en el escenario del Liceu en siete ocasiones precedentes, la última en el verano del 2010, por lo que sumadas las seis representaciones de esta nueva producción serán cincuenta y dos veces las que se habrá visto esta obra maestra de Amadeu Vives en el principal escenario operístico de Barcelona. 

Uno se podría preguntar con bastante sentido común porqué no se apuesta por nuevos títulos, títulos de repertorio que además tiene en cuantía la propia zarzuela catalana, sin ir más lejos, Cançó d’amor i de guerra o La Legió d’honor de Martínez Valls. En esta ocasión apostar por la que seguramente es la zarzuela más popular del género, o al menos la más querida y conocida por el público, se justifica al ser una nueva coproducción del Teatro de la Zarzuela, el Liceu de Barcelona y el Teatro de la ópera de Lausanne, y sobretodo, porque es una apuesta por una producción que quiere traer aire fresco y modernizar un género que tiene en lo folklórico y los castizo una característica principal que para muchos es más bien un lastre.

La maravilla de partitura que representa esta obra en en el corpus de Amadeo Vives es inapelable, pero del propio maestro catalán ¿cúando fue la última vez que se vio en el Liceu Bohemios, La generala o Maruxa?, ¿cúando sus óperas Artús o Euda d’Uriach?. La pobreza de títulos de los compositores catalanes en la historia de las representaciones del Liceu del siglo XXI, sigue siendo escasa, a cuentagotas y a la espera de una recuperación patrimonial que la ínclita crisis parece querer frenar. Las intenciones parecen estar, la realidad ya parece harina de otro costal.

Lluís Pasqual quien no estuvo en esta ocasión trabajando con el equipo de cantantes para su estreno en Barcelona por motivos de agenda, tampoco vino el día del estreno, ha confesado que esta producción para el es como un acto de amor por la zarzuela, por un género con el que creció, y se amamantó desde su infancia. Los resultados que no han gustado a todos, véase las virulentas reacciones puntuales de su estreno en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, o con cierta parte del público aquí en Barcelona, pero no se puede afirmar ni que sea un mal espectáculo ni que la vistosa producción atente contra un género que al contrario, quiere reivindicar y homenajear.

El problema viene sobretodo por la eliminación de los diálogos, un acto poco menos que herético para los más puristas pero que sin embargo aquí Pasqual se la juega y propone otros de su propia cosecha. Y lo justifica con una puesta en escena que salta hasta en tres décadas y en tres momentos históricos de España: en 1934 en plena segunda república para el acto I, en 1964, época franquista para el acto II y en la actualidad de la actual monarquía parlamentaria para el último y tercer acto. Además encuadra cada salto temporal con la representación de la zarzuela Doña Francisquita para una grabación discográfica en el acto I, para un programa de televisión en directo para el acto II y durante un ensayo general en el acto III. Pieza central de esta relectura son la voz y la actuación del reconocido actor Gonzalo de Castro quien a su vez representa a un productor discográfico, a un presentador de televisión y a un director teatral en cada caso, parlamentando y explicando las razones de cada representación y argumentando de manera hábil el porqué de la supresión de los textos originales en cada ocasión.

La propuesta se torna algo estática en un primer acto donde el texto quiere cobrar un protagonismo que la música eclipsa, aunque mejora en el segundo y el tercero por la adecuación del desarrollo dramatúrgico y sobretodo por el gran trabajo coreográfico del equipo de baile dirigido por Núria Castejón. Bailarines y ambientación que combinan lo tradicional y lo moderno en los actos segundo y tercero con una puesta en escena dinámica y atractiva basada en una buena propuesta visual y luminotécica gracias al trabajo de Pascal Mérat per también por el resolutivo vestuario de Alejandro Andújar y la hábil labor de Celeste Carrasco en el diseño audiovisual. 

Todo se vuelve orgánico, natural y hasta cierto punto poético en un tercer acto, donde la mezcla de los bailes coreográficos, el atractivo sonido de las castañuelas y la aparición estelar de Lucero Tena para el celebérrimo Fandango, eclosionan para cerrar la zarzuela con éxito. Un gran trabajo, estimulante, desenfadado y fresco que consigue en gran medida sacar el polvo casposo y localista en el que muchas veces cae un género que tiene mucho más que decir como Pasqual demuestra con valentía y sin complejos.

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Hay que alabar y reivindicar la labor desde los atriles de la orquesta del Liceu a manos de Óliver Díaz, hasta hace bien poco director titular del Teatro de la Zarzuela, quien supo hilvanar la belleza sinfónica de la partitura. Díaz quien ya dirigió el estreno de esta producción en Madrid, enfocó la obra con un refinado sentido estético, aunando las influencias de la opereta de Offenbach, el impresionismo, la esencia y tradición española y ese ritmo irresistible que lejos de un folklorismo localista, Vives sabe transformar en una obra hermosa llena de ribetes de calidad. 

Desde las arias extrovertidas y exigentes de los solistas, pasando por el golpe de efecto del Fandango o ese Coro de los románticos que es de los más hermosos del género, la orquesta del Liceu mostró un sonido elegante, dosificado con cuidado y preciosismo entre las secciones, para crear una atmósfera musical atractiva y nada tópica. Y es de justicia aplaudir también el trabajo de Conchita García pues los numerosos papeles secundarios de la obra fueron interpretados con ajustada solvencia por varios miembros del coro. Destacó sobremanera el numero inicial del acto III, el ya mencionado “Coro de los románticos” donde las sutilezas de la partitura se recrearon con pianos, medias voces y extrema delicadeza para uno de los momentos clave e inolvidables de la función.

Repetía en parte el plantel vocal ya reseñado del estreno, excepto por la atractiva voz de la Doña Francisquita de la soprano Elena Sancho quien mostró hermosura tímbrica, facilidad en el registro y refrescante naturalidad escénica. Mostró iridiscencias cristalinas en el registro agudo, atractivos picados y también una linea de canto cuidada y empaste adecuado con la voz de Celso Albelo. Tan solo una mejora en la proyección seria el único pero para una gran labor en este emblemático personaje por parte de la soprano de San Sebastián. 

Celso Albelo demostró ser un Fernando impetuoso, de canto fácil, tesitura adecuada, siempre con un registro agudo generoso y empático, para un rol que debutó en estas representaciones, dedicadas por el teatro a su ilustre compatriota, el canario Alfredo Kraus. Albelo no solo estuvo a la altura del reto sino que mostró una madurez canora y un temple musical que demuestra que se encuentra en un momento feliz de su ya exitosa y fecunda carrera.

Sorprendió por la frescura del timbre, la desenvoltura musical y naturalidad de una canto fácil y adictivo el Cardona del tenor Alejandro del Cerro. Del resto del reparto cabe mencionar la temperamental Beltrana de Ana Ibarra, la comicidad y altanería de la Doña Francisca de Maria José Suárez y la veteranía del Matias de Miguel Sola. Supieron a poco, por su brevedad, las intervenciones del siempre adecuado barítono Isaac Galán con su fugaz Lorenzo. 

Tanto el carisma de Gonzalo de Castro como el aire mítico de Lucero Tena fueron dos ingredientes fundamentales para esta propuesta valiente y desenfadada que ha devuelto la zarzuela a un Liceu que merece más títulos del género.

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