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Mar Morán: "La competencia más importante eres tú mismo"

Mar Morán es una de las jóvenes sopranos españolas más prometedoras del momento. A punto de regresar al emblemático rol de La reina de la noche, en la Ópera de Oviedo (donde también participó en Madama Butterfly), y tras grabar su primer disco, dedicado a la música de García Leoz, hablamos con ella de sus incios en el coro del Teatro Real, de cómo ve la carrera, del presente y del futuro de la lírica.

¿Cómo se encuentra en estos momentos, tras atravesar los momentos más duro de la pandemia y a punto de cantar La flauta mágica en la Ópera de Oviedo?

En estos momentos me siento libre. Llevo ya muchos años en la carrera, aunque fue hace dos cuando terminé el Superior de Canto. Entre tanto me fui a Bélgica, ya que fui seleccionada por la International Opera Academy en la ciudad de Gante. Esta es una carrera muy difícil, con muchas presiones y mucha competencia, con muchas sopranos muy buenas a mi alrededor. Al irte fuera te das cuenta de todo lo que hay que aprender. Es un trabajo meticuloso en el que hay que ir muy poquito a poco y sin presionarte a ti misma. ¿Hay competencia? Sí, pero la competencia más importante es la que te haces a ti mismo.  Cada cantante lleva su propio proceso para ir mejorando poco a poco, es una carrera de fondo, no hay que presionarse en exceso. ¡Cualquier presión acaba en una contractura! (Risas) ¡Y eso no puede ser bueno! 

La pandemia, en cierta manera, me ha colocado todo el esquema de lo que quiero en mi carrera. Saber o tener claro qué es lo importante: que yo esté bien. Y Que sea feliz con lo que hago. Me encanta la música, me encanta cantar... ¡y disfrutar de mis compañeros de profesión! ¡Yo he sido muy feliz en el coro! He tenido muy buenos compañeros que me empujaban a ser valiente y a buscar mi camino como soprano solista. En cierta manera, me empujaron al vacío para que triunfe (risas). 

¿Cómo es ese momento en que uno “abandona el nido” del coro?

Mire, recuerdo por ejemplo las funciones de Turandot en el Teatro Real, donde mi voz ya era evidente que llamaba la atención dentro del coro. El propio maestro Andrés Máspero me lo decía en algunas ocasiones. ¡Pero es que con Turandot es imposible contenerse! Miraba a los solistas que estaban delante y lo que me nacía, sentía o me llamaba era estar con ellos cantando a su lado. 

Entiendo que curtirse dentro de un coro le habrá resultado práctico.

¡Y tanto! A mí me ha dado todas las herramientas.  Todas. Creo que es un proceso por el que deberíamos pasar todos los cantantes solistas. Aprendes a valorar las cosas desde dentro, desde el trabajo en equipo. La gente que sigue anquilosada en la idea del divismo es porque no ha pasado por un coro. ¡O no ha sido instrumentista!

¿Usted lo ha sido?

Yo he sido flautista. Tengo la firme convicción de que la música es una cuestión de conjunto. Ni siquiera siendo solista puedes ir por libre. Siempre pienso en un todo. Así siento la música. Hay que hacerla con el resto de músicos, con tus compañeros. Como soprano, claro, en un momento dado nos gusta tener nuestro momento de gloria, pero vivir todo tú sola... ¡qué presión! ¡Mejor compartir la música!

¿Cómo comenzó usted en la música?

Empecé con seis años, tocando la flauta de pico barroca. Es un repertorio que me encanta. Comencé con ella porque fue el instrumento que quedaba libre al hacer la prueba de acceso en el conservatorio... No quería piano, tenia claro que quería un instrumento de viento. Me dieron a elegir entre clarinete y flauta de pico...y fue mi madre la que finalmente decidió por mí (Risas).

¿En qué momento decide que quiere dedicarse a la lírica?

Fue en el día en que me seleccionaron por primera vez para cantar un fragmento solista en el Coro Amadeus-In. Di un paso al frente y… ¡Sentí un poderío...! (Risas).

¡Esa es una palabra que lo define todo!

(Más risas). ¡Poder! ¡Arte! Fue una sensación que no había sentido nunca. No con la flauta, desde luego. En realidad, fue un paso más, con 13-14 años en el Real Monasterio de Guadalupe hice los versículos del salmo como solista de la misa cantada, y el coro me respondía. Fue mágico para mí. A partir de ahí seguí caminando. Incluso obtuvimos un premio en el Certamen Internacional de Habaneras y Polifonía de Torrevieja cuando pertenecía a la agrupación Amadeus-in. Las sensaciones eran tantas qu, no acabé mis estudios superiores de flauta y me decliné de lleno por el canto.

¿Cómo fue su paso por Bélgica?

Cuando una persona se va al extranjero en busca de sus sueños, lejos de su familia y amigos, la soledad es un sentimiento que en muchas ocasiones te acompaña. Cuando me fui a Bélgica lo sentí así a menudo, pero gracias a Borja, que es mi pareja y mi compañero de vida desde hace 11 años, se hizo mas llevadero. Él hizo lo imposible para que me sintiera como en casa y que ese sentimiento de soledad y miedos que te invaden muchas veces ante lo nuevo, duraran poco tiempo en mi cabeza o fueran menos intensos.

Allí hice una especie de “máster” de ópera, donde yo era mi propia profesora vocal. Yo tenía en mi cabeza, por ejemplo, qué tipo de piano quería hacer en una frase y a base de escucharme, repetir y buscar mil maneras de hacerlo, acababa saliéndome. Aprendí mucho de técnica partiendo desde mis sensaciones internas y gané mucha confianza para conseguir diversos colores, sensaciones, pequeños detalles...

 

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¿Cuándo llegó su salto a Madrid?

Teresa Loríng, que ejerció como mi profesora particular desde el Superior de Málaga, también estaba dedicada a la Música Antigua. Ella era una conocida del director Alonso Gómez Gallego que dirigía el coro donde yo he crecido vocalmente, el Coro Amadeus y me ofreció la posibilidad de dar clase con ella y montar un repertorio adecuado para las pruebas de acceso a la especialidad de canto en diferentes conservatorios. Era mi abuelo Vicente quien me llevaba cada quince días desde Badajoz, con las pésimas conexiones que tiene nuestra comunidad... siete horas de viaje, ir y volver en el día. ¡Chapó por mi abuelo! Para mí la familia siempre ha sido muy importante porque este trabajo es muy solitario, sacrificado y tener el apoyo de los tuyos para mí ha sido vital. 

Gracias a ella accedí al Conservatorio Profesional de Música “Victoria de los Ángeles” en Madrid, y allí encontré a mi maestra: Elena Muñoz Valdelomar, que además ahora imparte clases en la Escuela Superior de Canto. Con ella estuve haciendo los seis cursos del profesional en tres años, dos cursos por año, pero con todo el repertorio de cada curso.

¿Y cómo llegó al Coro Intermezzo del Teatro Real?

Entré cuando estaba estudiando el curso quinto-sexto del profesional de canto. Aquel año me presenté a muchas cosas. Me concedieron la beca Juventudes Musicales de Madrid, el Premio extraordinario de Música de la Comunidad de Madrid, y canté mi primera Reina de la Noche en los conciertos aquellos que organizaba Madalit Lamazares en el Centro Cultural Moncloa. Mi profesora fue la que me avisó de las audiciones para refuerzo en Intermezzo y allí que me presenté. Hasta ese momento yo pasaba por delante del Teatro Real y siempre me preguntaba: ¿Cuándo cantaré yo allí dentro?.

¿Cuál es su balance del paso por el Teatro Real?

Yo lloré mucho al irme. ¡No quería irme! Estaba muy a gusto, no sólo con mis compañeros, sino con todos los que allí trabajan: sastrería, caracterización, regiduría… Tenía la posibilidad de quedarme con Intermezzo, pero quería hacer carrera de solista. Como le decía, sentía que mi momento había llegado. Cuando hice la audición, me llamaron esa misma tarde. Durante mi segundo ensayo, en Parsifal, me dijeron que me daban una plaza como soprano titular del coro, cubriendo una baja por maternidad. Han sido unos años maravillosos para mí allí. El Real me ha planteado muchos retos, he aprendido desde dentro teniendo el lujo de tener cerca a artistas de primerísimo nivel y me han dado muchas tablas en poco tiempo.

Ha resultado ganadora en varios concursos de canto. ¿Cómo ha sido la experiencia? Decía Bartók que los concursos eran para los caballos… ¿Pueden dar un espaldarazao a los artistas de hoy en día?

Sí, este año post-pandémico lo he dedicado a la etapa de concursos. A prepararme vocal, mental y corporalmente para afrontarlos. Y la verdad es que estoy muy contenta porque he obtenido muchos reconocimientos en las diferentes competiciones, con jurados y personalidades del mundo de la lírica muy diversos, que me han ayudado a seguir mejorando e impulsado en el camino a alcanzar mi meta. 

En pocos meses me convertí en ganadora del Premio Fin de Carrera Lola Rodríguez de Aragón 2020, obtuve el Primer Premi Absolut en el IV Concurs Internacional de Cant “Martín y Soler” 2021 de Valencia, el 3º Premio en Concurso “Ciudad de Logroño – La Rioja” en la categoría de voces femeninas 2021 y el 1º Premio otorgado por el jurado en el 9º Certamen Internacional de Habaneras para Solistas Líricos en el Certamen Internacional de Habaneras y Polifonía 2021. La experiencia ha sido enriquecedora en todos los sentidos. Aprender a medirte, soportar la tensión que requiere un concurso, controlar la mente y enfrentarte a la crítica constantemente es un ejercicio necesario para conocerte como artista y poder avanzar. 

¿Cómo siente usted su voz?

Yo diría que soy una soprano lírico-ligera muy completa. Diría que se destaca de mí la proyección, ya que mi voz es muy metálica, sonora y con mucho color en el centro. Y diría que una cualidad que me identifica es la versatilidad y flexibilidad. Depende luego de la obra que esté cantando; del estilo, la época y los contextos. Me gusta llevar al extremo mis capacidades vocales y explorar en ella.

¿Algún camino ideal a seguir?

Yo, ahora mismo, estoy en la senda de lo lírico-ligero, obviamente. Con la vista puesta en el bel canto que, creo, es lo que mejor se ajusta a mi voz hoy por hoy. Lucia di Lammermoor o La sonnambula, por ejemplo, son dos óperas que me encantaría cantar. No obstante, me siento una artista muy versátil y me encantaría también cantar tanto Barroco, como zarzuela, porque creo que tengo un gran manejo del color.

¿Cuáles son los referentes vocales para una soprano tan joven como usted? Me pregunto si se sigue teniendo en la cabeza a Callas y Tebaldi...

En resumen, le diré que me gustan los cantantes que hacen música, no los que sólo cantan. Los que sorprenden, los que no son predecibles y buscan lo diferente. Cuando era muy jovencita, al venir de la flauta de pico, apenas tenía nombres de la lírica en mi día a día. Mi primer referente, desde luego, fue Diana Damrau, a quien escuché mucho al prepararme el rol de Reina de la noche. Era mi ídola. Por su carisma, por ser una artista cercana y que en el escenario, sin cantar, ya está comunicando y no puedes despegar la vista desde que aparece en escena.

Con pocas personas me ha ocurrido eso en un escenario. Que te transmitan tanto ya antes de cantar. Me ha ocurrido con ella, con Lisette Oropesa y con Ermonela Jaho. Cada una por cosas diferentes. ¡Ermonela tiene tal fortaleza para interpretar a sus personajes! He visto cómo sigue llorando detrás del escenario tras cantar Madama Butterfly... cuando yo hacía el papel de Kate Pinkerton en el Teatro Campoamor de Oviedo, y tener a una artista así en un escenario... no hay dinero que lo pague.

¿Y Oropesa?

¡Ella tiene fe ciega en la música! Ha luchado contra todas las barreras, creyendo en la música, para estar donde está, con una voz prodigiosa. ¡Ha cambiado incluso su físico!

¿No deberíamos, en realidad, darle la vuelta a eso? ¿Acabar con los estereotipos físicos en la lírica?

¡Sí! Pero como es algo que, hoy por hoy, está metido de forma aplastante en nuestro mundo, muchos artistas han tenido que someterse a la presión de mejorar su aspecto físico para hacer carrera.

A la lírica aún le queda mucho por avanzar. 

Ahora se lleva mucho lo visual... pero la constitución de una persona es la que es y su voz es así también por ella. En 2021, con todos los avances tecnológicos y de caracterización que hay, el físico no debería suponer, nunca, un problema. ¡Cualquiera puede parecer más delgado o más gordo en escena! Me parece muy mal que se siga incidiendo en el peso de los cantantes... pero es algo que va a seguir. ¿Hasta cuándo? No lo sé.

 

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¿Confirma usted también que las nuevas generaciones de cantantes, especialmente sopranos, practican mucho más la sororidad?

Totalmente. Que este sea un mundo donde hay mucha competencia no quiere decir que tenga que haber mal ambiente. Es una cuestión ya personal: lo que das es lo que recibes. En lo profesional ya es diferente, porque muchas veces no tienes de vuelta todo lo que has dado, pero en tu día a día, en tus relaciones, todo es más sencillo cuanto más amable eres. También entre sopranos.

¿Va a ser este su primer papel protagonista en un teatro, digamos, de primera fila? ¿Cuáles son sus sensaciones?

Lo tomo como una presentación, un inicio o arranque de mi carrera. Esta Reina de la noche será un punto de partida. Es un rol muy emblemático, todo el mundo lo tiene en la cabeza. Es muy exigente vocalmente, pero a su vez considero que quien no arriesga no gana, ¡pues qué mejor presentación que con uno de los papeles más difíciles de la ópera! (Risas). 

¿Cómo siente usted a la Reina de la noche?

Mi concepto es más bien interpretativo. Obviamente, el momento de su aria emblemática todo el mundo lo tiene en la cabeza, pero, para mí, es un rol que despliega su fuerza a lo largo de todas sus intervenciones. De un gran poder. La comparo, no en lo vocal, con Turandot. Cada vez que salen estos dos personajes se para el mundo. Es un personaje al que llego hasta a entender, en ciertos momentos la veo muy humana. ¡Le han robado a su hija! ¿Cómo no se va a enfadar? Otra cosa es que se pase de frenada... (Risas). 

Anteriormente, por cierto, ha grabado un disco precioso con Aurelio Viribay, sobre canciones de García Leoz.

Sí, así es: Luna clara. En él me abrí en canal. Artística y técnicamente. Quería hacer un disco de canción española refinado, igual que se canta el Lied o la mélodie. Elegante, sutil, que fuera el texto el que me dijese dónde ir, sin condicionamientos técnicos y libre en los colores que yo sintiese.

Luna clara tiene muchas connotaciones para nosotros: fue la primera obra que Aurelio y yo hicimos juntos. Le pusieron ese nombre a un recital de canción española que hicimos en el Festival de Mendigorría... Ha sido un trabajo muy fluido a lo largo de dos años. Nos hemos dado el lujo y el gusto de explorar cómo queríamos que fuese cada frase. Desde el piano y desde mi voz. La cuestión es saber qué quiere decirnos el texto, la poesía, de dónde viene y hacia dónde va... y por qué. Al final es lo que hace el todo. 

¿Cómo ha sido trabajar con Aurelio Viribay?

Aurelio es una maravilla. Es un pianista y un músico que te da siempre tu sitio. Él esta siempre ahí, a tu lado, haciendo música. Es alguien que te propone, que te guía sin hablar, simplemente escuchándote desde el piano. Y me encanta, porque cuando yo canto canción o lied, no somos una soprano y un pianista acompañante, sino que formamos un instrumento único, un conjunto de cámara. Esa es mi concepción. Durante la grabación hubo momentos de gran emoción.

Extremadura es una tierra maravillosa con justas reivindicaciones. ¿También en la música?

Sí, absolutamente, ¡todo! ¿Por donde empiezo? ¿Empezamos la entrevista de nuevo? (Risas). Extremadura no potencia lo que tiene. Es una tierra que supone una cantera muy buena ya no sólo de cantantes, sino de músicos en general, a los que no se les da el espacio que merecen. Es, en realidad, el mal de España: hasta que no se triunfa fuera, no se le aprecia lo suficiente dentro. Piensan que su pueblo es inculto y por ello no promocionan la cultura lo suficiente. Algo que no es real, ya que cuando se programa cultura los teatros se llenan. Extremadura es muy culta, pero si quieres que tu pueblo sea aún más culto, ofrécele más cultura. Sí que es verdad que hay una línea de iniciativas que se quieren llevar a cabo para hacer cambiar este aspecto. Por ejemplo, el próximo mes de noviembre de mano de la Sociedad Filarmónica de Badajoz, se llevará a cabo el proyecto Opera Joven, con la ópera El gato con botas de Montsalvatge, donde tendré, además, el lujo de interpretar el papel de La Princesa en mi ciudad natal. 

Fotografías: Gemma Escribano para Platea Magazine.