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James Gaffigan: "Llego a Les Arts con la ilusión de liderar una nueva época"

Para sorpresa de muchos, el nuevo director musical del Palau de Les Arts no es valenciano, siquiera español. El equipo liderado por Jesús Iglesias en la dirección artística se decantó finalmente por el norteamericano James Gaffigan (Nueva York, 1979). El maestro estadounidense toma así el testigo del saliente Roberto Abbado, que dejó la institución en el verano de 2019, cuando finalizó su contrato. En ocasión de su primer título sobre las tablas del Palau de Les Arts, el Requiem de Mozart escenificado por Romeo Castellucci, hemos podido conversar con Gaffigan, para conocer más de cerca su trayectoria profesional y sus intenciones en el coliseo valenciano.

Dirige estos días el Requiem de Mozart, en su primer compromiso oficial como director musical de Les Arts. Se trata de una propuesta escenificada por Romeo Castellucci, en torno a una obra que no fue concebida para el teatro. ¿Cómo está siendo la experiencia, desde el foso?

Se trata de una producción estrenada en el Festival d´Aix-en-Provence. Le connfieso que fui un tanto escéptico cuando Jesús Iglesias me propuso dirigir este Requiem como mi primer título en Les Arts. No conocía la producción, tampoco estaba demasiado familiarizado con el trabajo de Romeo Castellucci; obviamente sabía de él, de su gran talento, pero para serle sincero nunca me había sentido apelado por sus propuestas. Y sin embargo dediqué tiempo a ver el vídeo de las funciones de Aix y me emocionó mucho. Recuerdo verlo en la habitación de algún hotel, en la pequeña pantalla de mi iPad y me hizo llorar, de veras. Se trata de un trabajo de enorme fuerza plástica, muy icónico, con esas coreografías tan hipnóticas. 

Dicho esto, seguía siendo escéptico en torno a la idea de que este fuera mi primer título en Les Arts, me parecía un reto tremendo desde muchos puntos de vista. Lo primero que decidí fue tener un metrónomo con nosotros en la sala de ensayos, trabajando con el coro, porque es fundamental que ellos tengan una referencia clara de dónde estamos en cada momento. Mientras cantan y bailan es realmente complicado para ellos, no están acostumbrados a esto; y mucho menos con las mascarillas puestas.

Por otro lado, la orquesta en el foso está muy distanciada, siguiendo aún con los protcolos establecidos a causa de la pandemia, lo que no ayuda especialmente a conseguir un sonido compacto y homogéneo. Un reto más, por tanto, porque para los músicos puede resultar un tanto frustrante abordar una lectura tan rítmica y marcada de la partitura, tan a favor del coro y sus necesidades. Pero tras un par de semanas de ensayos tenía muy claro que iba a funcionar y que sería un éxito. Y no por mí, sino porque todo el mundo tenía unas ganas tremendas de que esta producción funcionase, desde el primer día. 

Lo cierto es que su primer contacto con Les Arts fue precisamente otro Requiem, en este caso el de Brahms. ¿Cómo recuerda ese primer encuentro con la orquesta y el teatro? Tuvo que haber un feeling etraordinario, pues esa fue su única actuación con Les Arts antes de ser nombrado titular, a excepción hecha de los ensayos para Falstaff, una producción que usted finalmente no pudo dirigir en las funciones, por cuestiones de agenda. 

Las primeras citas son peligrosas (risas). Bromas aparte, lo digo en serio: en una primera cita todo puede ser un desastre o todo puede ser engañosamente ilusionante. Donde de verdad se ven las cartas boca arriba es en la segunda cita. Y en mi caso, como le dije a Jesús Iglesias, lo que pasó durante el Requiem alemán de Brahms era demasiado bueno como para ser cierto; necesitaba volver de nuevo para ver si era algo más que una ilusión puntual, porque realmente la conexión con los músicos en esos días fue extraordinaria. 

Por eso Falstaff tenía todos los ingredientes para poner realmente a prueba ese primer encuentro. Es una obra extraordinaria dentro del catálogo de Verdi, lejos de sus óperas más románticas, pesadas y oscuras. Falstaff es mucho más liviana, tremendamente compleja, con personajes muy bien delineados. Y por todo esto suponía un gran reto para mí como director musical, en mi regreso a Les Arts. Hicimos un gran, gran trabajo durante los ensayos. Y fue entonces cuando me llegó la propuesta para ser el director musical de Les Arts. El ambiente de trabajo era tan fantástico que dije que sí, siempre y cuando los músicos me quisieran para el puesto. 

Y entonces todo se detuvo a causa de la pandemia y no pudimos llevar a término las funciones. Me sentí muy celoso de mi colega Daniele Rustioni, quien finalmente se hizo cargo de las funciones cuando se pudieron reprogramar (risas). En serio, me hubiera gustado tanto dirigir esas funciones, tras todo el trabajo que habíamos hecho; pero mi agenda era imposible en ese período de tiempo. 

Sea como fuere, me siento muy honrado formando parte del equipo de Les Arts. Estoy realmente sorprendido por la altísima calidad humana y profesional del coro, la orquesta y la administración del teatro. Les Arts afronta ahora una etapa completamente distinta a los años que marcaron su rumbo una década más atrás, cuando se podía gastar dinero a lo loco. Ahora la gestión es mucho más rígida y transparente, ha de ser así. 

Yo no he venido a Valencia para hacerme rico sino para trabajar al más alto nivel. Y eso es lo que todo el mundo quiere aquí, en Les Arts. Intuyo incluso que eso mismo es lo que quiere el público, en una región con tanta tradición musical y escénica. 

James Gaffigan Miguel Lorenzo

En la rueda de prensa donde fue presentado como director musical apuntó usted tres o cuatro grandes retos a los que pretende dedicarse durante su tiempo en Les Arts. ¿Podría recapitularlos?

Por supuesto. Para mí lo más importante es lograr que el público se sienta identificado con Les Arts y con su actividad. Tenemos un edificio que intimida, es magnífico pero todavía mucha gente sigue pensando que lo que aquí sucede no es para ellos y esa es una dinámica que tenemos que romper antes o después. Y esto es todavía más importante en el caso del público joven.

Por otro lado está la cuestión del repertorio. No podemos estar haciendo Butterfly cada año pero tampoco podemos arriesgarnos con cada título. Hay que encontrar el equilibrio, y Jesús Iglesias lo está logrando, entre los títulos del gran repertorio y obras magníficas pero menos populares, como Wozzeck o Fin de partie. Se trata de una cuestión de confianza: hay que lograr que el público confíe en lo que proponemos desde Les Arts, sin prejuicios. 

También me importa mucho que Les Arts sea conocido fuera de Valencia. Es un tema de reputación. Si aquí hacemos un gran trabajo, es bueno que fuera lo sepan y lo aprecien. Por eso quisiera trabajar en la idea de llevar a nuestra orquesta de gira por algunos festivales, cuando sea posible.

Finalmente creo que mencioné también lo importante que para mí resulta seguir construyendo una orquesta de excelente calidad, como la que Les Arts siempre ha tenido. Cuando Lorin Maazel puso en pie la orquesta, lo hizo con algunos de los mejores músicos del mundo a los que trajo a Valencia. Con otros medios, pero con el mismo espíritu, debemos aspirar al mismo objetivo de excelencia.

¿En qué punto está ahora ese proceso de renovación de la plantilla de la orquesta? Creo que ya se había avanzado bastante con ello durante los últimos años.

Acabamos de incorporar a nueve músicos, profesionales de gran nivel, con diversas nacionalidades. Estoy muy contento con las incorporaciones. Y seguimos adelante con este proceso, poco a poco pero sin pausa.

Uno de los mayores problemas de Les Arts, como institución, es sin duda su pasado, tremendamente glorioso y en ocasiones controvertido, pero indudablemente muy pesado. ¿Resulta complicado empezar desde cero, para alguien como usted, que ha llegado desde fuera?

El pasado de Les Arts es uno de sus mayores lastres, aunque también representa sus días de mayor gloria. Es importante que sepamos diferenciarnos de lo que se hizo en el pasado, con sus aciertos y dus defectos. Estamos en otro momento, con otras caras, en un contexto completamente distinto. Jesús Iglesias está haciendo un gran trabajo, invitando a algunos de los mejores directores musicales del panorama internacional a colaborar nuestro teatro, tanto en la programación de ópera como en los conciertos sinfónicos. Mi contrato incluye dos óperas y dos programas sinfónicos por temporada. Yo llego a Les Arts con la ilusión de liderar una nueva época, ni más ni menos.

¿Existe alguna intención de colaborar o coordinar al menos agendas con la Orquesta de Valencia y el Palau de la Música, ahora todavía en obras?

Me encantaría colaborar con ellos en el modo en que sea posible. Estoy abierto a ello, claro que sí. Somos instituciones completamente distintas, con públicos diversos y sería magnífico encontrar el modo de sumar, sería muy enriquecedor para Valencia y su cultura musical.

Para terminar, me gustaría recapitular su trayectoria profesional hasta la fecha. 

Empecé a dirigir muy joven, con diecinueve años. David Zinman me invitó al festival de Aspen para trabajar con él. Y allí pude trabajar durante tres años, con una orquesta de estudiantes, sin presión. De ahí fue a Tanglewwod, el programa de verano de la Sinfónica de Boston, y tuve el honor de trabajar con Kurt Masur y Rafael Frühbeck de Burgos. Fue una experiencia maravillosa y ese verano las cosas empezaron a cambiar para mí. Empecé a trabajar como asistente de Franz Welser-Möst, primero en Cleveland y después en Zúrich y en Viena. También trabajé como asistente de Michael Tilson-Thomas en San Francisco. Durante once años he sido el director titular de la Sinfónica de Lucerna, donde he disfrutado de unos años maravillosos. 

Fotos: © Miguel Lorenzo