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Cecilia Bartoli: "Una buena carrera es como el buen ragú, necesita tiempo"

Seguramente sea la mujer con más influencia y poder del mundo de la lírica hoy en día. Y es que la mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli es mucho más que una cantante; es por supuesto un icono, ha sido durante décadas un fenómeno fan, congregando a masas de seguidores en sus conciertos, pero ha demostrado también ser una excelente gestora, primero al frente del Festival de Salzburgo en Pentecostés y ahora también comandando la Ópera de Monte-Carlo, sucediendo allí a Jean-Louis Grinda. 

Y precisamente en ocasión de su primera temporada al frente de la entidad monegasca, conversamos con Cecilia Bartoli, quien nos atiende en un simpático itañol, en una conversación cuajada de risas y derrochando sabiduría por los cuatro costados. La propia cantante formará parte del elenco de la Alcina de Händel con la que la Ópera de Monte-Carlo abrirá su programación en 2023 y volverá a actuar allí para el broche de la temporada, con El barbero de Sevilla, siempre rodeada de grandes artistas y amigos.

Debutó hace treinta años en Monte-Carlo y con posterioridad ha estado muy vinculada a este teatro a través de Les Musiciens du Louvre. Ahora comienza su etapa como directora general de este emblemático coliseo. ¿Cuál es su proyecto para este teatro?

Estamos hablando de un teatro histórico, construido por Garnier, el mismo arquitecto que llevó a cabo la Ópera de París. Me ha impresionado mucho descubrir la gran tradición histórica de este teatro. Todos los grandes cantantes del siglo XX han actuado allí: Caruso, Gigli, Mario del Monaco, Tebaldi, Pavarotti… la única que no cantó fue Maria Callas, quien sin embargo vivió allí durante un periodo de tiempo, con Onasis. Monte-Carlo tiene también una gran tradición de danza, remontándose a los días de Diaghilev con los ballets rusos.

Cuando me propusieron ser la directora general de este teatro, lo tuve que pensar mucho. Suponía una gran responsabilidad hacer justicia a un teatro con semejante tradición. Sin embargo, tras más de diez años como directora artística en Salzburgo, con el Festival de Pentecostés, creí que podía ser una buena oportunidad para llevar a cabo un proyecto distinto, perfectamente compatible además con el de Salzburgo, puesto que en Monte-Carlo la temporada se extiende desde noviembre y hasta finales de marzo o principios de abril. Ciertamente es una temporada más corta que las que hay en Zúrich o Viena, pero es realmente intensa. 

Para mi Monte-Carlo es una gran oportunidad y un enorme reto. Es un teatro que puede parecer pequeño, comparado con otros, pero las posibilidades son enormes, desde Monteverdi a Puccini pasando por tantos otros autores. Mi intención allí es hacer un repertorio amplio, que comprenda desde el barroco hasta el melodrama del siglo XIX y principios del XX, sin perder de vista el clasicismo por supuesto. No en vano nuestra temporada 22/23 empezará con una ópera barroca, Alcina de Händel y terminará con El barbero de Sevilla de Rossini.

"Monte-Carlo es para mí una gran oportunidad y un enorme reto"

Cuénteme más detalles de la que será su primera temporada allí como responsable artística.

Antes de nada querría apuntar que mi antecesor en el cargo, Jean-Louis Grinda, ha hecho un extraordinario trabajo en Monte-Carlo. Por un lado ampliando el repertorio y por otro lado creando una verdadera familia allí, un inmejorable entorno de trabajo.

A partir de lo hecho estos últimos años, personalmente me gustaría hacer más Mozart y más Rossini. La temporada 22/23 tendrá en todo caso una gran variedad, con títulos como Andréa Chenier con Jonas Kaufmann, La traviata con el debut como Alfredo de Javier Camarena, Le nozze di Figaro, L´Orfeo de Monteverdi, El barbero de Sevilla, etc. También estarán grandes artistas como Plácido Domingo o Daniel Barenboim.

Usted, entiendo, también va a cantar en alguno de estos títulos.

Sí, por supuesto (risas). Estaré protagonizando Alcina en enero, junto a mi gran amigo el contrátenos Philippe Jaroussky. Haremos una bellísima producción de Christof Loy que se estrenó en Zúrich. Contaremos por supuesto con la orquesta de Les Musiciens du Prince de Monaco, una orquesta que toca con instrumentos de época. Este conjunto lo fundamos en 2016 con el maestro italiano Gianluca Capuano como su director titular. Es un proyecto muy querido para mí.

Este otoño también visitará España. Será de su primera gira por aquí desde la interrupción obligada por la pandemia. Actuará en Barcelona, Madrid y Valencia, ¿con qué repertorio?

Tengo muchísimas ganas de volver a España. Haremos un repertorio barroco con música de Porpora, Händel y otros autores, en un programa que gira en torno a la figura de Farinelli, un personaje que tuvo una relación muy interesante con España dicho sea de paso.

Su relación con España es muy intensa, hasta tal punto que el último programa del Festival de Pentecostés de Salzburgo, que usted dirige, ha girado en torno a Sevilla.

¡Así es! Me hizo mucha ilusión poder dedicar nuestra programación a España este año, tomando Sevilla como inspiración. El público estaba realmente entusiasmado. Para la producción de El barbero de Sevilla contamos con Rolando Villazón como director de escena, fue fantástico. También disfrutamos mucho con la gran Maria Pagés, con el estupendo Javier Perianes… Fue una edición maravillosa, un auténtico goce, volvimos a reencontrarnos con el público como antes de la pandemia.

Recientemente, y por sorprendente que parezca, también ha debutado en la Staatsoper de Viena. Parece increíble, a estas alturas de su carrera (risas).

Absolutamente (risas). Parece increíble (risas). He cantado muchísimo en Viena, pero siempre en la Sala Dorada del Musikverein o en el Konzerthaus. Pero nunca había cantado en la Staatsoper, hasta ahora. Hicimos un Festival Rossini, con La Cenerentola, Il turco in Italia y una gala lírica. Se cumplían 200 años de la estancia de Rossini en Viena, en 1822. Aquello fue una ‘Rossini-mania’, la gente enloqueció con su música en Viena. Y este festival ha querido repetir aquella locura. Yo he disfrutado muchísimo y el público vienés estaba entusiasmado.

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Rossini ha sido un autor fundamental en su trayectoria. Realmente, lleva cantando y defendiendo su obra durante casi cuarenta años.

Eso… casi (risas). Serán ya unos treinta y cinco años o algo más. Para mí Rossini ha sido muy importante, pero no solo como compositor, por el valor de sus óperas, que es indiscutible. Para mí Rossini ha sido un maestro de canto fundamental. Mi voz ha crecido y se ha mantenido en el tiempo gracias a Rossini. Para cantar su música se necesita una voz flexible, toda su vocalidad es virtuosismo, se necesita siempre estar fresco, ágil y esto es lo que me ha permitido tener la voz en forma durante todo este tiempo. Sucede lo mismo con Mozart, aunque en un sentido distinto. Mozart te obliga a estar siempre atento, a cuidar cada detalle, es una constante lección de estilo.

Menciona ahora a Mozart y creo que la próxima temporada hará de hecho La clemenza di Tito en varias ciudades. Mozart siempre ha sido una constante en su agenda, ya desde muy temprano, en sus primeras grabaciones.

Mozart siempre ha estado muy presente para mí. Mozart es salud para la voz, para la técnica. Con Mozart cantas desnudo, no hay nada pero tienes que defender la línea vocal amplia, sostenida, limpia, elegante, con emoción. ¡Mozart es muy difícil de cantar! Como Bellini, con esas melodías infinitas, hace falta una técnica muy sólida para cantarlo.

Ahora que menciona a Bellini, le confieso que lo más impresionante que quizá yo le haya escuchado a usted nunca es precisamente Norma, en las funciones que hizo en Salzburgo en 2015. Aquello fue asombroso.

Ah, aquellas funciones… Aquella versión era la versión original de Norma, muchos lo olvidan: sin cortes, sin cambio de tonalidad, con los duetos originales, etc. Fue un trabajo muy duro. También la regia de Moshe Leiser y Patrice Caurier encajaba perfectamente con el espíritu de la obra.

Cuando emprende proyectos como esta Norma, tan fuera de su zona de confort, imagino que escucha siempre voces que critican de antemano sus decisiones, hablando de atrevimiento por su parte. Y sin embargo el tiempo le ha dado siempre la razón. Usted tiene realmente un don para escoger proyectos especiales, emblemáticos y cargados de criterios incluso desde un punto de vista académico y documental.

Claro, hay que correr riesgos, siempre y cuando tengan razón de ser. Todo esto empieza escuchando tu propia voz, es imposible prever por dónde va a evolucionar con los años. Cuando uno tiene dieciocho años no puede imaginar o soñar si cantará Norma cuando tenga cincuenta. 

La voz es un instrumento muy especial, precisamente porque está dentro del cuerpo, no está fuera como un piano o un violín. Y por eso es tan maravilloso y tan enigmático y también tan sensible y frágil.s

"Hay que correr riesgos, siempre y cuando tengan razón de ser"

¿Cómo ha experimentado en su voz el paso del tiempo?

La voz es un experimento constante. Yo nunca imaginé cantar todo lo que estoy cantando, muchísimas piezas escritas para castrado por ejemplo. Pero a base de estudio y ejercicio la voz fue ampliando su registro, ganando elasticidad… Experiencia, tiempo, estudio, técnica… No hay otra receta que esa.

Tiempo y experiencia, menciona… ¿no tiene la impresión de que los cantantes más jóvenes de hoy en día han perdido un poco la paciencia?

Sí, la paciencia y algo incluso más importante, ¡la pasión! La música es mi pasión. La idea de hacer carrera y triunfar nunca me fascinó. Pero hacer música me entusiasmaba. Y eso es lo que te obliga a estudiar, a ser perfeccionista con tu trabajo… La idea de perseverar y perfeccionar el instrumento es algo un tanto perdido hoy en día.

Quizá no sea tanto responsabilidad de los jóvenes sino del propio mundo de la ópera como negocio, ¿no le parece?

Sin duda. Todo se ha acelerado mucho. Los jóvenes tienen hoy mucha más presión que antes. Tienen que demostrarlo todo más pronto y eso es complicado. Sabe, hacer un buen ragú necesita tiempo. Necesitaba tiempo en 1986, cuando yo empecé a cantar, y necesita tiempo en 2022. Porque el ragú era lo mismo entonces que ahora. Y con el canto y con la música sucede igual. Tú puedes hacer un ragú muy rápido, pero sin sustancia, sin sabor. Cada uno decide qué ragú prefiere (risas).

No me puede gustar más esta comparativa (risas). Para una buena carrera sin duda hace falta tiempo, pero creo que usted también es el ejemplo perfecto de que hace falta, asimismo, perder el miedo a equivocarse.

Claro. Nadie es perfecto. El ragú puede salir mal (risas). El error es humano, perseverar en el error es diabólico, decían los clásicos. Lo interesante de equivocarse es aprender del error, hay que tomarlo como una lección, sino el error no sirve de nada. La vida sin riesgo es aburrida, absolutamente. El equilibrio está en tomar riesgos calculados. Si uno conoce bien su voz, nunca tomará una decisión que vaya en contra del propio instrumento; eso sería muy poco inteligente. Hoy ha carreras de cinco o diez años máximo. Eso no es bueno, para nadie.

Ya concluyendo nuestra charla, me gustaría pedirle unas palabras sobre Teresa Berganza, quien nos dejó hace unos meses y quien entiendo que ha sido para usted una referencia.

Sí, qué triste pérdida… Ella ha sido una referencia total, absoluta, en todo momento. Ha sido la más grande. Siempre referencial, y durante toda su carrera, no solo al comienzo. Cantó siempre con una musicalidad increíble. Ha sido un ejemplo para todos nosotros.

Por último, ¿le escucharemos nuevamente en Salzburgo este año, en su Festival de Pentecostés?

¡Sí! Voy a cantar también en Salzburgo el próximo año, pero todavía no le puedo contar qué haremos (risas). En Salzburgo tengo contrato hasta 2026. Y después ya veremos… después… solo ragú (risas).

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Fotos: © Fabrice Demessence | Opéra de Monte-Carlo