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Yulianna Avdeeva: “Chopin fue un auténtico revolucionario, no un simple músico de salón”

La pianista rusa Yulianna Adveeva ha actuado recientemente en nuestro país ofreciendo varios recitales como solista. En ocasión de su paso por España conversamos con ella para conocer más de cerca la progresión constante de su trayectoria desde que en el año 2010 se convirtiese en la segunda mujer después de Martha Argerich en alzarse con el primer premio en el Concurso Chopin. Recientemente ha publicado su primer álbum con el sello Pentatone, titulado Resilience, donde incluye obras de Szpilman, Shostakovich, Weinberg y Prokofiev.

Me gustaría comenzar la entrevista hablando de Chopin, un autor que ha marcado su trayectoria en varios sentidos. Por descontado desde que usted se alzase con el primer premio en el Concurso Chopin en Varsovia en 2010, pero también es un autor que usted ha grabado e interpretado con frecuencia. 

Sí, en efecto Chopin y su música han jugado un papel muy importante en mi biografía y en mi trayectoria profesional. Esto esa algo que yo nunca había imaginado. Recuerdo bien algo que mi maestra Elena Ivanova me dijo muy temprano, al comienzo de mis estudios en Moscú: “Hay dos compositores -me dijo- con los que tienes que tener especial cuidado: Mozart y Chopin. En los dos hay algo que no se puede aprender o transmitir, algo que se tiene o no se tiene”. Recuerdo bien sus palabras y desde entonces he sentido un gran respeto y admiración por ambos autores, pero siempre guardando con ellos una distancia casi reverencial. Por supuesto toqué música de Chopin en mis estudios y un día surgió la posibilidad de presentarme al Concurso Chopin, en 2010. Fue una gran oportunidad para sumergirme en su música y buscar mi propio estilo, mi propia manera de expresar su obra. En aquel tiempo me interesé mucho por la figura de Chopin, leí muchos libros sobre él, buscando tener una perspectiva de él lo más amplia posible. Y desde entonces no he dejado de indagar en su obra y en su biografía. Cada vez que vuelvo a interpretar su música es como si encontrase una nueva pieza de un puzzle que nunca termina de componerse.

Y sabe, es curioso porque a veces Chopin me acompaña incluso cuando toco la música de otros compositores con los que guarda una relación profunda y quizá menos obvia, como Bach, un autor en el que encuentro inspiración constante. Por ejemplo, recientemente toqué una pieza del japonés Toru Takemisu en la que recreaba desde el piano el sonido de una celesta, algo muy cristalino, y pensé que esto es algo que podría intentar recrear con el Scherzo no. 3 de Chopin, al comienzo de la pieza. De modo que Chopin me acompaña siempre, sea lo que sea que esté interpretando.  

He querido comenzar la entrevista hablando de Chopin porque tengo la impresión de que a día de hoy no somos realmente conscientes de hasta qué punto fue determinante para la evolución del lenguaje del piano, en la búsqueda de nuevos colores, formas… Para mí fue un auténtico revolucionario. 

Absolutamente, yo también lo creo, un verdadero revolucionario. Mucha gente sigue creyendo que es simplemente el autor de hermosa música de salón y es mucho más, muchísimo más. Como usted menciona, fue el primero en explorar desde el piano formas como el nocturno, el scherzo o la balada, con un estilo puramente romántico. Y quizá nadie como él ha escrito jamás de manera tan consciente para el piano siguiendo las reglas del bel canto, con excepción de Mozart y Schubert en algunas piezas. Es bien conocida la admiración de Chopin por Bellini y esto es algo que se percibe mucho en sus obras, incluso desde un punto de vista técnico. Por ejemplo un puede vincular a Liszt con Beethoven, en términos técnicos; y lo mismo pasa con Rajmáninov y Liszt, Mendelssohn, Schumann… Pero Chopin es una isla, con una técnica y un estilo propios e irrepetibles; quizá el primer Scriabin se le acerca en algunos momentos. Chopin es un universo en sí mismo, muy hermoso y muy difícil. Sus nocturnos y sus mazurcas, por ejemplo, de los que se ha abusado tanto en algunos contextos fuera de las salas de concierto, no son solo partituras hermosas sino que contienen una carga dramática extraordinaria. 

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Hablando de otros autores con los que usted se siente próxima, mencionaba ahora mismo a Bach. ¿Citaría a algún otro autor con el que tenga un vínculo especial? 

Sin duda, Bach fue uno de los primeros autores que interpreté, imagino que como cualquier estudiante de piano. Hay un espíritu muy singular en su música, una sensación de humanidad y compasión muy particular, una creencia muy marcada, una espiritualidad en torno al género humano, más allá de la cuestión puramente religiosa.  

También citaría a Liszt, un músico al que admiro muchísimo, tanto en su faceta personal como en su faceta musical, ya fuera como pianista o como compositor. Fue determinante para apoyar la trayectoria y difusión de autores como Bach, Beethoven, Schubert, Mendelssohn, Chopin… Liszt era un gran virtuoso pero también un gran humanista. Ahí están las transcripciones de las sinfonías de Beethoven, por ejemplo, algo que sin duda hizo para demostrar que era un gran pianista, capaz de tocarlas. Pero también creo que las llevó a cabo para poder compartir esta música en pequeñas localidades a las que nunca iban a llegar en manos de una orquesta pero a las que él podía llegar con un piano. Me resulta muy admirable esta actitud para difundir la música, en un periodo histórico como el suyo. Y como compositor, el último periodo de su obra es fascinante, hay música realmente moderna, vanguardista, próxima por momentos a Bartók, Scriabin, etc. 

También tengo un gran aprecio por la música de Prokofiev, creo que está algo infravalorado en el sentido de que se le tiene a veces por un autor algo árido, incluso un tanto brutal en su escritura, pero para mí es uno de los más inspirados melodistas del siglo XX. Hay melodías inolvidables en sus sonatas, como si fuesen números de uno de sus ballets, y lo mismo sucede en sus sinfonías.

Lo cierto es que la música para piano de Prokofiev no está demasiado presente en las salas de conciertos.

Así es, y me gustaría reivindicarla. Prokofiev compuso nueve sonatas para piano y realmente no se interpretan tanto. Yo he incluido la octava de ellas en mi último álbum. La número ocho es la última de las tres llamadas ‘Sonatas de la Guerra’, junto con la sexta y la séptima conforman un tríptico sin duda marcado por el miedo, por el terror propio del contexto histórico en el que se gestaron. Pero la octava es seguramente la más libre de todas ellas, la más pasional y la más reflexiva y es realmente larga, extensa, aproximadamente media hora de música, de gran intensidad. 

Mencionaba ahora que esta Sonata no. 8 de Prokofiev está incluida en su última grabación, su álbum debut con Pentatone y titulado Resilience. ¿Cuál es la idea detrás de este título que encabeza el álbum? 

Así es, la idea de este álbum surgió en 2020 y en torno a la figura de Wladyslaw Szpilman, bien conocido por sus memorias y diarios, que fueron la base de la película The Pianist de Roman Polanski. En determinado momento tuve ocasión conocer a sus descendientes y me propusieron tocar en público en el piano del propio Szpilman.  

También recibí un par de partituras suyas, inéditas. Una de ellas es ‘La vida de las máquinas’, una pieza muy interesante, de inspiración industrial, compuesta en 1933. La obra se consideraba perdida pero se encontró una copia en California en el año 2000. Szpilman había dado una copia a un amigo que emigró a los Estados Unidos. Tras la traumática experiencia de la guerra, Szpilman no fue capaz de reconstruir ninguna de sus partituras, perdidas o destruidas. 

‘La vida de las máquinas’ es una obra en tres movimientos, como le decía, de inspiración industrial pero con un gran sentido del humor, ya que el segundo movimiento gira en torno al ‘descanso’ de las máquinas.  

La otra pieza que me facilitaron desde la familia de Szpilman es una Mazurka de 1942, compuesta en el ghetto de Varsovia. A los músicos judíos no se les permitía interpretar la música de Chopin, por lo que Szpilman tuvo la genial idea de componer él mismo una pieza en el estilo de Chopin, para poder emular su música. Es una pieza muy hermosa, no es una copia de la música de Chopin, sino una pieza que evoca su estilo, con un toque de nostalgia muy marcado, muy especial.

Imagino que la experiencia al conocer esas partituras y tocar el propio piano de Szpilman tuvo que ser muy intensa.  

Sí, la experiencia de tocar la música de Szpilman en su propio piano fue algo extraordinario. Y eso me dio la idea de proponer un álbum que reuniese música compuesta en momentos de dificultad, en contextos en los que los autores han querido mostrar al mundo desde la música su manera de resistir a los más terribles eventos. De ahí el título del álbum, ‘Resiliencia’.

¿Qué otras piezas ha incluido en la grabación?

Figura también la Sonata no. 4 de Mieczysław Weinberg, un autor polaco, cuya familia fue también asesinada en los campos de concentración del nazismo. Weinberg logró el apoyo de Shostakovich después de dejar Polonia y no en vano Weinberg pasó toda su vida en Moscú, donde acabó falleciendo. 

La Sonata no. 4 fue compuesta en 1955 y lo cierto es que incluso en la Unión Soviética Weinberg lo tuvo difícil: se había casado con la hija del director del Teatro Judío de Moscú, que había sido asesinado en 1948. Weinberg fue arrestado precisamente por esto en 1953 y lo cierto es que sobrevivió tan solo porque Stalin había fallecido y Shostakovich intercedió para restituir su figura pública. La Sonata no. 4 es una obra sobre la aceptación del destino, una pieza marcada con una gran dignidad pero que también expresa un sentido trágico de la vida. 

El álbum también incluye la primera sonata para piano de Shostakovich, otra obra infrecuente en las salas de concierto.

Sí, la última pieza del álbum es la Sonata no. 1 de Shostakovich, de 1926, cuando el compositor era aún muy joven y andaba buscando su propio estilo, más allá de la tradición rusa. Es una de las piezas más vanguardistas del repertorio de Shostakovich, una pieza muy agresiva y modernista, buscando algo completamente nuevo y lejos de la tradición. Es un lenguaje fascinante, en cierto modo próximo al de su ópera La nariz. Es una pieza muy particular, una sucesión de momentos sin conexión entre ellos, como si fuera una pintura de Kandinsky.

Sabe, es interesante encontrar un álbum con un argumento tan fuerte detrás de la elección del repertorio, para que sea algo más que una selección de partituras notables.

No siempre es posible hacer algo así, pero cuando se encuentra un buen motivo y hay una serie de obras que encajan, es muy inspirador poderlo llevar a cabo. Me gustaría también plantear así todos mis recitales, con un hilo temático detrás del programa, pero no siempre es posible, hay que conjugar el repertorio que todos quieren escuchar con otras obras menos conocidas.

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Para concluir nuestra conversación no quiero preguntarle abiertamente por su posición sobre la invasión rusa de Ucrania, porque no creo que todo artista ruso se deba sentir obligado a tener una posición al respecto. Pero sí querría darle la oportunidad de decir lo que estime oportuno sobre esta cuestión, si así lo desea.

Por supuesto. Yo he sido muy clara al respecto de esta situación desde marzo del año pasado, al poco de empezar la guerra, puse una declaración en mi Facebook. En abril del año pasado, en el Festival de Lucerna, toqué también con Anne-Sophie Mutter un concierto a beneficio de los afectados por la guerra en Ucrania. 

También he interpretado mucha música del compositor ucraniano Valentín Silvéstrov, a quien pude conocer de hecho en persona el año pasado. Como sabrá, él fue evacuado de Ucrania con el avance de la guerra y fue recibido en Alemania, donde le entregaron el Premio Shostakovich en 2022. Tuve el honor de tocar en la ceremonia de entrega de este premio y con posterioridad, este verano, he tenido también la ocasión de estrenar dos de sus partituras, sus ‘Cinco bagatelas para piano’ y las ‘Tres serenatas para piano y violín’ con Gidon Kremer, quien fue quien me pidió que tocase con él este estreno. 

En resumen, entiendo que ha querido mostrar mediante sus acciones su postura sobre la invasión rusa de Ucrania. 

Sí, creo que mis actos han sido mi mejor manera de mostrar mi postura sobre esta guerra. Yo no soy una activista, no milito en política, pero tengo la posibilidad de expresarme y de intentar unir a la gente a través de la música. Hay músicos que han tenido una gran militancia política y social, el ejemplo perfecto es Daniel Barenboim, una referencia para todos en este sentido. Pero que un músico, como es mi caso, no tenga un perfil público tan militante no significa que yo no tenga una opinión sobre lo que está pasando. Por supuesto que la tengo, pero entiendo que mi rol no es el de hablar con las palabras sino más bien el de intentar hacerlo con la música.

Fotos: © Maxim Abrossimow