FidelioMunich

Perdidos en el laberinto de la libertad

Múnich. 16/02/2016. Beethoven: Fidelio. Anja Kampe (Leonore), Peter Seiffert (Florestan), Franz-Josef Selig (Rocco), Tomasz Konieczny (Don Pizarro), Hanna-Elisabeth Müller (Marzelline), Dean Power (Jaquino). Dirección de escena: Calixto Bieito. Dir. musical: Zubin Mehta.

Fidelio ha sido una de esas partituras que Zubin Mehta ha ido haciendo cada vez más suyas. En la memoria de muchos de nuestros lectores seguramente todavía resuenan las memorables funciones del Palau de Les Arts, hace apenas unos años. Con este mismo título regresaba Mehta al foso de la Bayerische Staatsoper de Múnich y su versión fue en esta ocasión, si acaso, más académica y contenida de lo debido, menos voluptuosa, con un ímpetu más recatado. Muy medido en el dinamismo, levemente encorsetado incluso, no terminó de levantar un monumento sonoro sobresaliente. Seguramente una vez más las expectativas sean el menos aconsejable de los compañeros de viaje para enfrentarse a una representación, y en este caso digamos que el listón estaba muy alto con la vista puesta en ese último Fidelio de Valencia. Sea como fuere, Metha dispone una versión de muchos quilates, de concertación impecable y con el respaldo sobresaliente de esa orquesta que no me cansaré de decir que es hoy por hoy la orquesta de foso más capaz y versátil de Europa y por tanto del mundo.

En escena se reponía una producción de la temporada 2010/2011, con la firma de Calixto Bieito y estrenada en su día bajo la batuta de Kent Nagano. La propuesta de Bieito tiene, como tantas veces en su caso, más interés sobre el papel que sobre la escena. Y es que sus fundamentos teóricos y su dramaturgia prometen mucho más que lo que su realización teatral finalmente ofrece. Y no puede ser de otro modo tras un vistazo al programa de mano, cuajado de citas de Jorge Luis Borges y Cormac McCarthy, que sustituyen de hecho a los recitativos durante la representación, y aderezado con ilustraciones de El proceso de Orson Welles, sobre el texto homónimo de Kafka. Fascinante propuesta: el laberinto de la libertad, yendo mucho más allá de la literalidad de una ópera de rescate al uso que es lo que viene a ser Fidelio en origen. Ya pude ver esta producción cuando se estrenó y tuve la misma impresión: la sugerente y atractiva escenografía de Rebecca Ringst se convierte a la postre en el mayor obstáculo de la representación, que parece fiarlo todo a esa suerte de paradójica naturaleza muerta, descuidando Bieito sin embargo el detalle mínimo, la distancia corta, con una dirección de actores que casi brilla por su ausencia, y cuya levedad no cabe achacar me temo a la rutina de reposiciones y sus mermados tiempos de ensayo. Por otro lado la propuesta en cuestión alcanza incluso a la versión musical, que arranca con la obertura Leonore III, dentro de los cánones, pero que inserta el bellísimo Molto adagio del Cuarteto para cuerdas op. 132 de Beethoven como transición antes del Finale secondo.

En la parte protagonista,  Anja Kampe no es una Leonora para el recuerdo. Con un canto demasiado físico, a su instrumento le falta ductilidad, un sentido mucho más cantabile del fraseo y asimismo un color más rico y atractivo. Los mejores años de Peter Seiffert comienzan a quedar atrás, con un instrumento que acusa cada vez más el desgaste de un lustro fatigoso cuajado de funciones como Tannhäuser y Tristan. Quedan en él, por descontado, la apostura del fraseo y la viveza de la interpretación, pero la voz no sigue siempre al intérprete. La parte de Florestan es breve y la resuelve con bastante justicia todavía hoy, a pesar de algunos sonidos oscilantes y más tensos y rebuscados en el agudo.

Convence una vez más la impecable labor de Hanna-Elisabeth Müller, cantante de la casa llamada a más durante los próximos años, aquí en la parte de Marzelline, imponiéndose en los concertantes al canto más apagado y mucho menos brillante de Kampe. Un gastado Franz-Josef Selig como Rocco palideció ante el tosco derroche de medios de Tomasz Konieczny, que no es santo de mi devoción, pero que convence precisamente cuando hace de malo malísimo, cosa que viene como anillo al dedo para el papel del pérfido Don Pizarro.