Harteros Ballo1 

Me debías una, Harteros

Múnich. 30/07/2016. Bayerische Staatsoper. Verdi: Un ballo in maschera. Anja Harteros (Amelia), Piotr Beczala (Riccardo), Franco Vasallo (Renato), Okka von der Damerau (Ulrica) y otros. Dir. de escena: Johannes Erath. Dir. musical: Daniele Callegari.

Hay cantantes que se merecen no ya una sino dos o tres oportunidades, dado lo excepcional de su arte. Excepcional ya sea por lo mucho que se prodigan en materia de cancelaciones -como es el caso- o bien excepcional por lo sublime de su arte - como también es el caso-. Me refiero obviamente a la soprano alemana Anja Harteros, que se ha convertido en un verdadero objeto de veneración para muchos melómanos y por descontado en figura emblemática en la actual Bayerische Staatsoper de Múnich, en esa conjunción celestial que nos ha querido regalar juntos, al mismo tiempo y en el mismo teatro, a tres glorias como Petrenko, Kaufmann y la propia Harteros -véase la reciente Tosca, en el marco de este mismo festival-.

Hace ya cuatro meses, en marzo de 2016, se estrenó en Múnich esta nueva producción de Un ballo in maschera firmada por Johannes Erath y bajo la batuta entonces del veterano Zubin Mehta. Quiso la mala fortuna que en la función a la que asistí Harteros se sintiera indispuesta, cantado tan sólo las pocas frases que le depara el primer acto para ser sustituida después por Elena Pankratova, en una fórmula un tanto sui generis y fuera de toda convención teatral, con Harteros actuando y Pankratova interpretando la parte en un atril, en un extremo del escenario, dando lugar a una suerte de "Amelia doble". Aquella función perdió de inmediato casi todo atractivo, ante esta circunstancia, pues el debut de Harteros como Amelia era el centro de atención de dichas funciones.

Afortunadamente el festival de ópera de Múnich tenía a bien reponer esta producción en julio, sin Mehta pero con idénticos protagonistas, Harteros y Beczala. Y esta vez Harteros no falló. Al contrario: acertó de pleno. Apabulla una vez más el arte consumado de esta soprano de timbre terso, de acentos sublimes, dueña de ese magnetismo que sólo está reservado a unas pocas. Sólo por escuchar cómo desgrana el “Morrò, ma prima in grazia”, en un susurro infinito que se modula una y otra vez, siempre sobre el texto, ya valdría la pena toda la representación. Pero es que Harteros recrea una Amelia absolutamente verosímil de principio a fin, de un temperamento herido, dubitativo, de una nobleza contrariada y desgarradora. Su forma de desgranar el “Ecco l´orrido campo” es una obra maestra, con un contraste iridiscente de acentos y colores, desvelando el alma del personaje de un modo admirable.

El logro de Harteros en esta ocasión tiene doble mérito ya que esta Amelia verdiana parecía a priori fuera de sus coordenadas vocales, por esa amalgama entre lo lírico y lo spinto que desarrolla aquí la escritura vocal. De hecho estamos ante uno de los papeles más intrincados para soprano que cabe encontrar en la obra de Verdi. Harteros consigue hacerlo suyo hasta un punto en el que produce escalofríos (el “ebben, si t´amo” en el duo con Beczala parece parar el tiempo). El domino de la media voz y la emisión en piano convierten su Amelia en un recital constante de lirismo y su tremenda actuación escénica, con una intelección del texto deslumbrante, hacen de su interpretación la columna vertebral de la representación. Admirada Harteros, me debías una y me has resarcido con creces.

Algo aterido tras un brevísimo desliz vocal en el primer acto -una nota que perdió la posición, repitiéndose el mismo y muy menor incidente en la última escena de la ópera- Piotr Bezcala cantó su Riccardo con algunas reservas, buscando sentirse cada vez más cómodo, con una entrega indudable, pero seguramente algo cansado al abordar estas dos funciones de Un ballo in maschera al tiempo que acomete los ensayos para la nueva producción de Faust en Salzburgo y que se estrena el 10 de agosto. Su Riccardo se caracterizó en todo caso por una suma elegancia, por un legato de impecable factura y, en fin, por un retrato francamente noble y lírico del personaje.

A su lado, Franco Vassallo estuvo algo por encima de las expectativas, menos brusco de lo que cabía esperar, aunque limitado por la naturaleza ingrata de su instrumento y la tosquedad de su emisión. En el caso de Okka von der Damerau, aquí como Ulrica, se confirma su general extrañamiento con respecto al repertorio italiano, donde no parece sentirse familiar y donde sus virtudes -evidentes en todo lo demás que ha cantando en Múnich- brillan mucho menos. Sobre el resto del reparto y sobre la producción de Johannes Erath, sólo cabe insistir en lo ya dicho en marzo.

En el foso, en lugar del citado Zubin Mehta de las funciones del pasado mes de marzo, y sin el refinamiento y hondura de aquél, se encontraba esta vez el italiano Daniele Callegari que firmó una versión convencional pero de buena factura, asentada sin duda en la excelente ejecución de la orquesta titular del teatro, de una consumada versatilidad. Callegari ofreció un Ballo generalmente bien concertado, atento a los cantantes, con leves excesos en algunas escenas como en el gran concertante que cierra el último acto, un tanto ruidoso en sus manos. Pero por lo general su versión tuvo equilibrio y un fraseo ciertamente esmerado.