Rachvelishvili Peralada

La voluptuosidad y sus incógnitas

Peralada. 03/07/2016. Festival Castell de Peralada. Anita Rachvelishvili (mezzosoprano), David Aladshvili (piano). Obras de Händel, Taktakishvili, Rachmaninov, Fauré, Saint-Saëns, Lara, Falla y Bizet.

De alguna manera los recitales líricos tienen algo en común como la reposteria: su éxito depende al fin y al cabo de alcanzar la temperatura exacta para que todo funcione. Si el ambiente no termina de caldearse, quedará a la postre la sensación de que una buena voz no ha sabido crear el hechizo suficiente. En este sentido, el presente recital de Anita Rachvelishvili fue claramente de menos a más, cuajando a la postre un buen sabor de boca.

Lanzada al estrellato en 2009, cuando protagonizó la apertura de la Scala de Milán -en su debut como Carmen bajo la batuta de Daniel Barenboim- Anita Rachvelishvili se ha convertido desde entonces en una voz al alza, hasta un punto en el que se impone como una artista indiscutible, de presencia prácticamente obligada en los principales teatros de todo el mundo, del Metropolitan de Nueva York a la Ópera de París, pasando Berlín o Amsterdam. Precisamente en Peralada debutó en fecha temprana, en 2011, en el Orfeo ed Euridice escenificado por La Fura dels Baus, constituyendo el presente recital su primera actuación en solitario en el marco del festival.

Sin descanso, ejecutando las dos partes previstas de concierto sin solución de continuidad, Rachvelishvili ofreció en Peralada una hora completa de música. Con unos medios dotadísimos y suntuosos, que maneja prácticamente a placer, convirtiendo ese torrente vocal en un instrumento flexible y bien domeñado, Rachvelishvili tardó un tanto en caldear el ambiente, tras un inicio un tanto taimado con el “Ombra mai fu” de Händel y una pieza del compositor georgiano Otra Taktakishvili. Fueron las canciones de Rachmaninov las que empezaron a mostrar su desenvoltura vocal y expresiva. Y fue precisamente la última de las tres, el “Ne poy, krasavitsa, pri mne", sobre un texto de Pushkin con alusiones a Georgia, la que comenzó a crear la magia que encarrila un recital por el buen camino.

Pero sin duda fue con las dos arias de la Dalila de Saint-Saëns con las que Rachvelishvili se soltó la melena, digamos, desarrollando en su voz toda la teatralidad que acostumbra a mostrar en escena. Imperial, poderosa y como en un hondo y herido lamento, su “Mon coeur s´ouvre a ta voix” desgarró el aterido silencio de la iglesia del Carmen de Peralada. Idéntica sensación dejó su fantástica y aclamada Carmen, voluptuosa e irresistible, y a la que el color de su voz y la naturalidad y seducción de sus acentos sientan como un guante. En todo caso, el mayor hallazgo de la velada fue una importantísima e inesperada recreación de las Siete canciones populares españolas de Falla, en una diccióncasi exquisita y con una adecuación estilística digna de admirar. Rachvelishvili creó aquí un verdadero hechizo: hubo magia y desgarro en su interpretación.

Al piano, el acompañamiento del joven georgiano David Aladshvili se antojó desigual, con momentos en los que se atisbaba a un artista con clase y buenas intenciones y otros en los que la falta de precisión y el exceso de decibelios impedían valorar tan favorablemente su hacer. Tampoco termino de convencer su faceta de showman en las propinas, con unos adornos un tanto fuera de lugar en el “Quand je vouis aimerez” de Carmen; por no hablar de la torpe osadía de preguntar al público que propina querían, con el consiguiente jaleo en la sala.