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De ayer para mañana

Madrid. 17/10/22. Teatro de la Zarzuela. Obras de Moreno Torroba, Serrano, Lleó... Ramón Grau, piano. Enrique Viana, tenor.

Se avecinan tiempos inciertos. Como todos los tiempos, supongo, pero estos que vienen, tras lo vivido últimamente, se presuponen, ciertamente, más duros. También para la lírica. A tenor de lo visto en las diferentes salas de nuestro país en el arranque de temporada 2022-2023, donde ni Anna Bolena en Valencia, Norma en Oviedo o Don Pasquale en Barcelona consiguieron llenar las respectivas salas, vamos a tener que replantear algunos paradigmas de las programaciones en nuestro país.

Tampoco acompañan la crisis energética derivada del cambio climático y la invasión de Ucrania, así como la alta inflación. La Filarmónica de Mannheim, por ejemplo, ha optado por suprimir algunos de sus conciertos de abono al no poder sufragar los altos precios y tampoco el Museo del Prado ha encontrado, de momento, quien transporte las obras de Guido Reni desde Alemania para una de sus próximas exposiciones temporales. Va a tocar reinventar la fórmula. Mirar más "hacia dentro", "hacia lo nuestro", hacia nuestra propia historia, nuestro pasado y nuestro presente, servido por los artistas más cercanos. Y para ello, como ha podido verse en el Teatro de la Zarzuela con Luisa Fernanda, ya tengo Instagram, el arte de Enrique Viana se muestra tan verdadero como acertado.

Voy a más y ya aterrizaré después, no se preocupen. Como en todo momento de incertidumbre, siempre hay quien quiere sacar provecho de todo ello a través de la confrontación y la confusión. Son tiempos violentos, estos. Es muy duro, por ejemplo, que en Platea haya que bloquear los comentarios en redes sociales cuando publicamos noticias sobre racismo, homofobia o machismo... para no crear un avispero de comentarios que concurren en esos mismos odios bajo fotos random y pseudónimos varios. No, no se puede ni se debe debatir ni reflexionar sobre el odio y la intransigencia. Sin embargo, parece ser un lugar muy cómodo para muchos hoy en día. Son tiempos, pues, donde cada vez más vamos a necesitar sonreír hacia dentro, reír hacia afuera. Como desahogo. Reirnos de la vida y de nosotros mismos sin herir a los demás... y en eso, además de acertado y verdadero, Enrique Viana es un necesario modelo.

Tengo miedo de repetirme, pero debo repetirme. Repetirme. Repetirme. Salgo del espectáculo de Viana con el corazón henchido. De veras. No tenía dudas sobre él, pero sí sobre mí, puesto que hace poco pude disfrutarle en otro de sus espectáculos: ¡Sereno! Ábreme la zarzuela y recelaba sobre los posibles lugares comunes entre una noche y otra. En absoluto se dieron. Acompañado en esta ocasión por un estupendo Ramón Grau al piano, encuentro un show completamente distinto, donde el tenor tiene la magistral capacidad de enganchar al público desde el minuto uno y sostener la comedia durante una hora y cuarenta minutos. Rememorar el ayer para disfrutar del hoy y sobrevivir al mañana. ¿Quién puede hacer eso hoy en día en torno a la zarzuela? ¡Sólo él! Risas de todos los colores, frecuencias y tamaños. Risas naturales, honestas, que son las mejores. No es que uno sea exagerado y adornado, que lo es, pero les prometo que, justo detrás de mí, un hombre reía tanto y tan fuerte, pero tanto y tan fuerte, que al llegar a casa me tuve que lavar la cabeza porque temí haberme contagiado de un covid, una gripe o cualquier otro virus ya erradicado.

Con la excusa de repasar la temporada que ahora ha inicado el Teatro de la Zarzuela, Viana nos adentra en argumentos posibles e imposibles de los diferentes títulos, mientras da vida a un nieto y su abuela, que no llegan a coincidir sobre el escenario. Por el camino, canta lo que le viene en gana: desde Luisa Fernanda a El trust de los tenorios, salpicado todo ello de las páginas más divertidas del cabaret y la revista. Mi acompañante me decía, claramente hipnotizada, que hacía tiempo que no se encontraba con un humor tan inteligente. Irónico, punzante, con su punto "picante" (¡como reían algunos con el Tranvía!), sobre la vida, el presente, la profesión y el propio Teatro de la Zarzuela. Y todo ello entre funciones de Pan y toros, donde ha cantado el personaje del Abate Ciruela... ¡qué no para de cantar!

No me han entregado aún el carnet de adivino, pero como les decía, vienen tiempos presumiblemente complicados. Como gestión y como público, tendremos que reconocer con mayor ímpetu a los grandes artistas que tenemos entre nosotros. De valorar cómo con un espectáculo, aparentemente pequeño, con sólo dos artistas sobre el escenario, se puede insuflar tanta alegría entre el público. Vamos a necesitarla. Ya la necesitamos, de hecho, y yo agradezco desconectar, llorar de risa, que me duela la cara de sonreír tanto. Por lo pronto, Enrique Viana regresa dentro de unos meses con un tercer espectáculo, en esta ocasión en los Teatros del Canal: Mentiras delgadas o Un juzgado de cuplé. Corran a sacar las entradas, que en este vaticinio seguro que acierto: no se arrepentirán.