La mala educación
Barcelona. 17/01/2023. Gran Teatre del Liceu. Puccini: Tosca. Sondra Radvanovsky (Floria Tosca). Vittorio Grigolo (Cavaradossi). Zeljko Lucic (Scarpia). Felipe Bou (Cesare Angelotti). Jonathan Lemalu (Sagristà). Moisés Marín (Spoletta). Manel Esteve (Sciarrone). Milan Perisic (Carcelero). Hugo Bolívar (Pastor). Rafael Villalobos, dirección de escena. Giacomo Sagripanti, direccion musical.
De vez en cuando el público, lo mismo que la crítica, busca (buscamos) nuestro momento de protagonismo en un arte, el de la ópera, consagrado a menudo al brillo de los intérpretes, y en buena lógica, pues sobre sus espaldas recae el peso y la responsabilidad de lo que sucede en los escenarios. Pero como digo, de tanto en cuanto, el público y la crítica -y a veces también los gestores- sentimos la necesidad de reivindicarnos como soberanos y dueños de cuanto pasa sobre las tablas. Pero de ahí a la mala educación va un trecho. Y es que hasta para ofenderse hay que tener razones y altura intelectual. Ofenderse por nada es algo bastante idiota (la etimología del término es esclarecedora: un 'idiota' es aquel que se preocupa más de lo propio que de lo público).
Dicho lo anterior, en estas funciones de Tosca en el Liceu, si alguien se ha ganado a pulso un sonoro abucheo es precisamente el público maleducado e irrespetuoso que no sabe reconocer el trabajo de los demás, sea cual sea su opinión o gusto al respecto. Y es que se puede disentir, se puede discrepar, se puede incluso protestar, pero para eso hay que saber entender cuándo, cómo y por qué. Y cuando la cortedad de miras es tal que a un sector del público le ciega una espiral de tópicos y prejuicios, entonces el sinsentido y el bochorno están servidos.
No hablo, por descontado de todo el público, pero sí desde luego de aquellos que vociferando y pataleando buscan impedir que unos profesionales hagan su trabajo sobre el escenario, coartando además el derecho del resto de asistentes a disfrutar del espectáculo por el que han pagado una entrada. La mala educación no distingue de clases ni ideologías. Se puede ser un perfecto maleducado, tanto en platea como en gallinero, como ha quedado patente en estas funciones en el Liceu.
En realidad está producción de Tosca, estrenada en el Teatro de La Monnaie de Bruselas en junio de 2021, ya llegó condenada y juzgada de antemano al Liceu cuando Roberto Alagna y Aleksandra Kurzak renunciaron a participar en ella, aludiendo a su supuesta radicalidad y a su distanciamiento del libreto de Illica y Giacosa, ensombreciendo este espectáculo mucho antes incluso de que se hubiera empezado a ensayar en Barcelona. Se sembraron allí tópicos y prejuicios que no han ayudado ahora lo más mínimo.
El Liceu entonces tampoco fue muy valiente defendiendo su participación en esta coproducción, ciertamente más preocupado por perder a Alagna como cabeza de cartel. Y el Liceu ahora ha sobreactuado también poniendo a Villalobos en primera plana en todo momento, en su difusión comercial de esta Tosca. Ni tanto ni tan calvo… seguramente un término medio hubiera sido más recomendable, para el bien de todos.
En todo caso, estamos ante una producción bastante clásica en sus planteamientos, con un seguimiento bastante literal de la acción el libreto y con una referencia intelectual a Pasolini perfectamente legítima. Se tiende así un puente razonable entre la terrible biografía de este y los protagonistas de la ópera de Puccini, en una misma Roma, entrecruzada de referentes que, de un modo u otro, se van dejando entrever también en la escenografía y en el vestuario. Todo perfectamente legítimo, nada susceptible de escándalo, sin atisbo alguno de provocación.
Y es que si algo cabe reprochar a la propuesta de Villalobos, en relación a su consideración de la figura de Pasolini, es que se queda corto. Y es que el nexo intelectual que plantea con el cineasta y literato italiano daría para mucho más, para ir más a fondo y más de frente. En cambio, creo que Villalobos opta por una fórmula bastante conservadora, acudiendo incluso a una clave poética para esquivar lo más escabroso y evidente. Y es que lo suyo hubiera sido abrir la representación con apenas treinta segundos de Saló, la celebérrima película de Pasolini.
Pero no, lo único que pasa es una escena de lo más trivial, al inicio del segundo acto, con Pasolini y su amante Pelosi, a telón bajado, tras un breve monólogo sobre el compromiso político del artista. Como decía antes: para ofenderse por esto hay que ser muy idiota; y para armar el jaleo que se arma en el Liceu por ello, hay que ser tremendamente maleducado. Si esta producción de Tosca ha escandalizado a un sector del público del Liceu, entonces tenemos un problema, porque Barcelona, esa capital que se dice cosmopolita y se pretende abanderada de las libertades, está entonces plagada de catetos y retrógados. Y esto es grave.
Al margen de lo sucedido en escena, no fue esta la mejor noche de Sondra Radvanovsky en el Liceu y sin embargo fue para ella un éxito, con bis incluído. La soprano norteamericana sonó un tanto insegura (algún traspiés con el texto y algúna entrada a destiempo, amén de algún despiste con la escenografía), quizá por habérse familiarizado con la producción apenas un par de días antes y predeterminada por todo el ruido que se había acumulado alrededor de la propuesta desde su estreno. Sea como fuere, y esto es lo más importante, el instrumento de Radvanovsky no sonó tan limpio e imponente como nos tiene acostumbrados. La suya es una Tosca de impronta antigua y ella es una cantante de primera clase, de eso no cabe duda. Pero su ‘Vissi d`arte’, por ejemplo, no fue ni mucho menos digno de bis, a mi parecer. La messa di voce con la que pretende coronar la página se le resquebraja, de tanto que busca llevarla al límite, y el instrumento tiende al grito, ya digo, lejos de lo que nos tiene acostumbrados. No fue una interpretación de bis y de hecho el bis volvió a sonar con esas mismas deficiencias. Lo mejor de su ‘Vissi d´arte’ fue en todo caso el sentimiento, el fraseo, la verdad en el texto. Y es que Sondra es grande incluso cuando no es perfecta (nadie lo es, dicho sea de paso).
Vittorio Grigolo, en cambio, fue el mejor cantante de la noche, con un Cavaradossi apasionado y caluroso, de bella línea de canto, musical en todo momento, de impecable legato y con un instrumento bello y sonoro. Dejó esta vez a un lado sus habituales excesos y ofreció un Cavaradossi ejemplar, de una facilidad insultante a la hora de resolver la partitura, sin la más mínima tensión en su emisión y permitiéndose detalles de buen gusto, jugando con medias voces y algún filado de buena factura.
El barítono serbio Zeljko Lucic es un gran profesional pero su instrumento no lleva bien el paso del tiempo, con un tercio agudo velado y nasal, que no termina de redondear su fraseo con verdadero mordiente. Y es una lástima, porque Lucic presenta un Scarpia sibilino, bien delineado en lo escénico y en lo vocal, muy próximo al Iago que se cita en su texto en el primer acto. Quizá el papel de Macbeth, que ahora está ensayando en el Liceu para la nueva producción de Jaume Plensa, se ajuste mejor a sus medios hoy en día.
Irreprochable labor del resto del elenco, destacando el buen hacer del contratenor Hugo Bolívar como Pastor y la dupla conformada por Moisés Marín como Spoletta y Manel Esteve como Sciarrone.
Por último, desigual labor en el foso de Giacomo Sagripanti, con una elección de tempi un tanto caprichosa. El segundo acto por ejemplo sonó demasiado plumbeo y plomizo, falto de genuina teatralidad. Eché de menos un trabajo más detallado en las partes líricas, en los dúos entre Tosca y Cavaradossi singularmente. Sagripanti tendió más a resaltar los pasajes grandilocuentes y virulentos. Es un maestro capaz, con buen dominio del foso, pero creo que con Tosca tiene aún margen para desentrañar mejor y más a fondo la partitura. La orquesta del Liceu sonó correcta, sin alardes, suficiente pero no emocionante, lejos de su virtuosa prestación hace apenas unas semanas, en el mes de diciembre con Il trittico que dirigió una inspirada Susanna Mälki.
Fotos: © A. Bofill